Primera, tercera, séptima…

Agustina y la rapiña de estas fieras

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Tiempo estimado de lectura: 2 minutos

Por Claudia Rafael
Para Agencia Pelota de Trapo

Primera, tercera, séptima… ¿Importa acaso qué número del listado de chicas y mujeres asesinadas en el 2019 le corresponde a Agustina Imvinkelried? ¿Cuenta tal vez si fue de noche, si ocurrió de día, por la madrugada o en el atardecer de un pueblo de 50.000 habitantes de Santa Fe donde los jóvenes se conocen, salen a los mismos boliches, toman sol en los mismos lugares, van a las mismas escuelas? Porqué Agustina ¿es una pregunta que responde al por qué de los femicidios? Porqué Agustina ¿tiene una respuesta de azar? A los 17, en Esperanza (Santa Fe), a la salida de un boliche en una madrugada de verano. ¿Por qué Agustina no fue tapa de ninguno de los principales diarios de alcance nacional se responde con cuáles fueron las otras noticias que, interesadamente, la corrieron del podio?

Porqué Agustina ¿se traduce con las mismas respuestas de por qué Valeria Juárez, de 32, en Sáenz Peña, Chaco, asesinada de un escopetazo por su padre? ¿Tiene los mismos detalles, los exactos condimentos y vericuetos que arrebataron la vida de Celeste Castillo, en Santiago del Estero, a los 28 años? Sus miedos, sus gritos de terror, ¿se parecieron quizás a los de Joselín Mamani, en Longchamps, que alcanzó a cumplir escasamente 10 años y recibió una tras otra 32 puñaladas en su cuerpecito tenue?

La geografía vomita cuerpos. Los escupe. Los estraga y los baldía. Cinco balazos se distribuyeron en la carne de Romina Varela en la ciudad que cuentan fue feliz alguna vez, cuando los obreros rompieron con la identidad de playa de la oligarquía porteña. Tenía casi el doble que Agustina. La misma ciudad en la que destrozaron la vida de Susana Yas, a los 77.

1100 kilómetros hacia el norte, Daiana Moyano, de apenas 24 se desangraba en un descampado y recién después de su crimen, se aceleró la reparación del camino y volverán a pasar los colectivos que Daiana no pudo tomar.

Uno, tres, seis, siete los crímenes de niñas y mujeres las dos primeras semanas del año. En una crónica escrita y reescrita miles de veces a lo largo de la historia sobre los cuerpos de las mujeres como territorios a devastar. Rita Segato lo escribe: “Su destrucción con exceso de crueldad, su expoliación hasta el último vestigio de vida, su tortura hasta la muerte”. Y lo define como “rapiña”, como “ocupación depredadora de los cuerpos femeninos o feminizados en el contexto de las nuevas guerras”. “Bastidores” donde los escribas del poder escrituran las violencias que con su espíritu de cuerpo usan para expoliar la vida.

Agustina Imvinkelried tuvo tan solo 17 años. Su victimario se suicidó. Como el de Valeria Juárez y el de Celeste Castillo. Como más del 20 por ciento de los femicidas. ¿Miedo acaso? ¿O quizás determinación de que es el único con la suma del poder para decidir sobre su vida y sobre la de ese cuerpo que transmutó en yermo?

Agustina Imvinkelried, bastidor sobre el que un hombrecito común como tantos plantó la crueldad y desplegó su perverso ejercicio de la dueñidad.

 

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