Con un triunfo sobre Costa de Marfil, Colombia llegó al umbral de los octavos de la Copa del Mundo

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Pekerman sumó su séptimo partido en mundiales sin ninguna derrota.
Pekerman sumó su séptimo partido en mundiales sin ninguna derrota.

 

Por Alfredo Matilla
Para As

Igual que le sucedió a Grecia, Costa de Marfil no olvidará en un tiempo a James Rodríguez. El mediapunta del Mónaco volvió a tirar del carro cafetero para dejar a Colombia a un paso de octavos por segunda vez en su historia. Fue héroe otra vez gracias a un cabezazo en un córner y a un robo de pillo a Serey Die, cuyo llanto previo en el himno africano nos encogió tras haber perdido recientemente a su padre y cuya sustitución nada más regalar el 2-0 nos solidarizó por su infortunio. El día de su estreno en el Mundial acabó en una tremenda pesadilla. Él vio, como todos apreciamos, que en un partido con muchas estrellas enfrentadas, la influencia en el partido de James y Cuadrado fue decisiva al beneficiarse del acorralamiento de sus compañeros a Yaya Touré. Pekerman puede apuntarse este tanto. Otro más.

Aun así, sufrió Colombia. De inicio y hasta el final. Porque Costa de Marfil tiene casi todo. Le falta orden y piernas en defensa. Y Drogba. Suplente de nuevo y foco por tanto de un incendio apunto de iniciarse. Con estas carencias, de los mediapuntas de Colombia fue el partido. James, Cuadrado, Ibarbo cuando dejó de ser el tapón de Aurier (dos centros con él enfrente y 11 sin él) y más tarde Quintero agitaron un encuentro en el que Colombia estuvo medio tiempo más pendiente del orden que de atacar, y en el que Costa de Marfil jugó demasiado tiempo con el temor a romperse y corre hacia atrás. La mejor ocasión colombiana en el primer tiempo fue para Teo, pero su coordinación para rematar el centro de James hizo suspirar a la grada recordando a Falcao. Su rival, demasiado lento y predecible, sólo dio señales de vida con un disparo de Auier, el lateral de moda que más y mejor cotiza en Brasil.

Con tres puntos por bando ya ganados, había mucho miedo a no sumar. Pero de pronto, tras volver del refresco, se esfumaron los temores. Las estrategias tendrían su culpa, pero la razón principal es que el sofocante calor desfiguró el físico y con más espacios, Colombia comenzó a reinar. Cuadrado amenazó primero con un remate al poste del que, sobre todo, recordaremos su bicicleta. Y luego, cinco minutos después (64’) el mismo interior sacó un córner desde la izquierda que James, adelantándose a Zokora, mandó a la red. Curioso: era el primer saque de esquina del torneo que no botaba él. Lamouchi se vio obligado entonces a subir veinte metros la línea de atrás, y ahí encontró Colombia su camino. James demostró que también sabe remangarse en defensa. Que lo suyo no es sólo una zurda y una cara bonita. Presionó con intuición la salida desde atrás de Serey Die, le robó el balón y lo combinó a toda mecha en tres cuartos de campo con Teo para que éste diera un pase preciso y mortal. Una asistencia en busca del perdón para que el revulsivo Quintero machara con maestría.

Quedaban 20 minutos. Y dieron para mucho. Para confirmar el talento del goleador del Oporto, cuyo descaro le llevó a rozar un gol desde medio campo. Para evidenciar que Drogba ya no es lo que era. Para asistir al golazo de Gervinho (73’) que metió el miedo en el cuerpo a Colombia tras sentar al personal. Para que Touré pidiera un penalti por mano. Y para aventurar que Colombia será una de las selecciones que más adeptos sume de aquí a que alguien se atreva a frenarla. Porque mete goles y baila salsa.

 

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