Por Milena Heinrich
Para Télam
Recién salido de una internación que le complicó la movilidad, Gyula Kosice no pierde la vitalidad que lo convirtió en uno de los artistas más prolíficos y multifacéticos del país, tampoco se cansa de crear esas obras tan suyas que hicieron de él un pionero de lo cinético y lumínico, y mucho menos piensa abandonar la exploración permanente que lo caracteriza, porque, dice, es un hombre "que vive de y para el arte".
En entrevista con Télam, Kosice (1924) abre las puertas de su museo taller en la calle Humahuaca, en pleno barrio porteño de Almagro, la casona que desde hace 30 años es testigo y sede de sus creaciones, a la que transformó en 2005 en un museo con más de un centenar de obras de su trayectoria y que permanece abierta al público con entrada gratuita tres veces a la semana: "Este lugar lo mantiene vivo", asegura Max, su nieto y asistente personal.
El artista nacido en la frontera checohúngara bajo el nombre de Ferdinand Fallik -Kosice, su apellido, lo tomó de su ciudad natal- está sentado en una de las salas de su taller, aquella que atesora los recortes gráficos, afiches y fotografías que lo tienen como protagonista. Una gran mesa de madera completa el escenario, en el que también asoma una escultura mediana de acrílico, "una de las últimas", indica orgullosamente.
"Mirá lo que hay ahí", dice Kosice, un poco ofuscado, señalando la silla de ruedas que después de su internación por más de un mes le quitó un poco de movilidad, mientras se acaricia la rodilla "maldita" que le generó una infección, que por cierto no pretende ocultar. "Al taller sigo viniendo lógico, tres veces por semana para organizar el trabajo", sostiene con una sonrisa que aumenta sus grandes ojos claros.
"Este lugar me gusta mucho, no hay ostentación. Aquí las que hablan son las obras, de lo contrario no tendrían ningún valor. Los chicos de las escuelas que vienen de visita lo han interpretado así. Y yo también quería eso", cuenta este hombre que cuando puede recibe a los niños en su museo. Él a esa edad descubrió a Picasso, el artista español que lo inspiró a hacerse camino en el arte, recuerda.
Sus creaciones integran colecciones de todo el mundo y sus monumentos se emplazan en la vía pública de sitios como Jerusalén, Uruguay, Corea o la ciudad de Buenos Aires (el de la Democracia en la calle Marcelo T. de Alvear); en 2013 desembarcó por seis meses en el Centro Pompidou de París, una experiencia a la que recuerda como "muy feliz porque arrasé"; y este año expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata (MAR) y también en Tecnópolis.
Justamente la megamuestra en Villa Martelli llevaba en sus entrañas la misma tríada que él sostuvo a lo largo de su trayectoria: arte, ciencia y tecnología.
"Hace mucho tiempo me anticipé a la tríada, por algo me llaman visionario", despeja dudas este artista que siempre estuvo a la vanguardia y que siguió sus pasos a la par que los adelantos tecnológicos: "Más que con los materiales -experimentó con luces led, de neón o componentes electrónicos- tiene que ver con el asunto de la entidad creada, que es fundamental", considera.
Ya en los 40, Kosice era un nombre conocido en el arte por su búsqueda constante y hasta revolucionaria: Había creado "Royi", la primera escultura articulada y móvil con participación del público (una réplica de los 60 se exhibe en su museo) y también la revista Arturo, en la que proclamaba,"el hombre no ha de terminar en la tierra", anticipándose a su proyecto más utópico que tendría lugar cuatro décadas más tarde, la "Ciudad hidroespacial".
"Hace rato que hice todas esas obras", dice al tiempo que refuerza su vigencia. "Por eso me dicen visionario", piensa este hombre que además de ser disruptivo y original busca "corregir el azar" y define: "Hago un dibujo y si no sale bien no hago la correlación maqueta, obra y obra terminada; si el dibujo no anda lo corrijo y hay tanto azar dentro que a veces barro con todo y no lo hago".
Fundador del Arte Madí y del Arte Concreto invención, Kosice tiene dos elementos centrales en su trabajo, el movimiento y el agua; y a este último lo vincula con la experiencia que vivió cuando cruzó el océano a los cuatro años desde Hungría camino a una nueva vida en la Argentina, "lo único que veía era agua y estrellas. Eso explica esa relación que yo recupero en toda mi obra", destaca.
A Kosice no le gusta mirar para atrás porque se describe como un hombre que sigue haciendo. "Eso es parte del pasado, yo siempre estoy mirando para adelante. Uno maneja su tiempo de la manera en la que puede, somos seres sentimentales y cada uno adopta una aptitud conforme a una realidad que se hace históricamente, hay que repasar esa historia y eso es abarcar un tramo del tiempo muy amplio y muy rápido".
Para él "amor y humor" son los dos motores que lo mantienen con vida y con ganas, sino "no llegaría a los 90", sostiene entre risas, escoltado por todas las imágenes en la pared de su taller que dan testimonio de sus encuentros con Jean Paul Sartre, Jorge Luis Borges, Ray Bradbury, Le Corbusier, Umberto Eco, Alberto Giacometti o Enrique Pichon Riviére.
Siempre cercano a la gente, Gyula Kosice piensa que "parece una perogrullada pero el artista está comprometido con su tiempo, no es qué tiene, está", mientras una sonrisa empieza a dibujarse en su cara y apunta con el dedo a un folleto pegado en la pared que reza "Hidraulizar la política y chau. Vote Kosice".
"Eso fue en las elecciones anteriores. Lo hice porque a mí me interesaba lo mío, no la política, no renegué de ella pero tampoco hice de eso una nueva política", dice.
Este artista siempre se mantuvo claro con su ideología política, "antes decía que era de izquierda, ahora digo que entre la derecha y la izquierda me quedo con la izquierda porque no podés ser de derecha; es la mutilación de la democracia la derecha y es todo lo que significa riqueza para los ricos, pobreza para los pobres", sentencia.
Su museo taller está abierto a todo público y la generosidad con la que comparte sus tesoros, sus obras -"no puedo tener preferencia, son mis hijas", confiesa-, confirman que en Gyula Kosice el paso de los años, y algún que otro golpe del tiempo, no son un freno para seguir explorando y muchos menos creando. "Yo vivo de y para el arte. Por eso vivo", resume.