Rosita Campusano, la mujer de San Martín en Lima, una espía clave en la campaña Libertadora

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Una estampa de Rosita Campusano (ilustra el libro Silvia Puente).

"Rosita entra en la sala de Audiencias del Tribunal de la Inquisición de Lima. Sólo ve los múltiples ladrillos del piso, porque no se atreve a levantar la vista. Siente cómo su orina caliente le corre por las piernas, por las medias. Así está Rosita.

La han llevado hasta allí dos alguaciles que la han sacado de su casa a empujones. Detrás quedaban otros hombres de la Inquisición revisando sus papeles, apilando sus libros.

Un frío atroz le corre por la espalda. Los ayes, los lamentos, los gritos desesperados de los que son torturados en la sala contigua, la llenan de terror, y ella bien sabe que también se puede morir de terror."

Así comienza Rosita Campusano, la mujer de San Martín en Lima, de la periodista e historiadora Silvia Puente, uno de los pocos documentos históricos -este en forma de novela- que existen sobre la espía guayaquileña que, desde Lima, trabajó para la Revolución Libertadora en un rol clave para San Martín y sus tropas: la hermosa Rosita fue una espía fundamental en las tertulias proveyendo al Libertador de valiosos datos para dar pasos certeros en la lucha contra los realistas.

Rosita, junto a su gran amiga Manuela Sáenz, forman parte de las famosas "tapadas" limeñas -las mujeres salían tapadas a la calle, sólo con un ojo al descubierto-, mujeres que se inmiscuyen en la vida social para interceptar información y develar cuál de las proclamas que caen en sus manos merece la credibilidad para hacérselas llegar a los comandantes de la liberación. También hay espías hombres vestidos de frailes filipenses y franciscanos.

Manuela Sáenz estaba casada con el inglés Thorne, y cuando peste estaba de viaje de negocios ella se sumaba a las tareas de la Revolución "y aprovecha su reputación de mujer de un exitoso comerciante para hacer llegar las proclamas hasta el centro del palacio virreinal", escribe Puente.

Juntas, Campusano y Sáenz eran imbatibles: "La belleza injuriosa de la guayaquileña amiga le juega a favor. Sabe perfectamente que el virrey Pezuela ha puesto los ojos en Rosita, como tantos caballeros.Así, aprovechándose de los deseos de los otros, Rosita y Manuela lideran ese grupo al que, poco a poco, se van sumando cocineras y condesas, mulatas y blancas, legítimas e ilegítimas", retrata la periodista, que para investigar la historia de Rosita se fue a vivir a Lima, donde, hasta entonces, sólo había dos crónicas y una genealogía.

El virrey Pezuela era quien había vencido a Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma. Rosita y Manuela acuden a su palacio para saber qué se trae entre manos. "Es setiembre en Lima y la proximidad de una conferencia entre el Virrey y el General irrita a Rosita, pues sabe que es una maniobra dilatoria y, por lo tanto, exige de su máxima suspicacia para averiguar las intenciones del jefe de Gobierno. Lo que allí se converse condicionará la obra del General en el Perú".

Este fragmento ilustra la importancia estratégica de las mujeres en la campaña Libertadora, quienes batallaban en medio de una sociedad opresiva y conservadora como la limeña, en pos del éxito de los ejércitos libertadores. Puente detalla el amor que surge entre Campusano y San Martín, que vivieron juntos en la casa de veraneo de los Virreyes, en Magdalena del Mar, después de que el General recibiera oficialmente el título de Protector del Perú.

Su historia en común termina cuando San Martín parte a encontrarse con Bolívar por una estrategia en común para la América, que estaba en llamas. "Cuando llegó, Guayaquil había sido anexado a Colombia en un golpe rapidísimo de Bolívar -cuenta Puente- y sus esperanzas comenzaron a derrumbarse. Cuando regresó de Guayaquil era otro hombre, un despojo del que había conocido". Solo y a caballo, San Martín partió poco después para embarcar a Valparaíso.

"He convocado al Congreso para presentar ante él mi renuncia y retirarme a la vida privada con la satisfacción de haber puesto a la causa de la libertad toda la honradez de mi espíritu y la convicción de mi patriotismo. Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos." José de San Martín (carta a Bolívar, Lima, 10 de septiembre de 1822).

 

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