En su último discurso antes de morir, Eva Duarte habló pocos minutos ante una Plaza de Mayo colmada por el Día del Trabajo.
Estaba muriendo. Y lo sabía. El cáncer y la pasión envolvían la figura delgada y frágil de Eva Perón cuando, hace cincuenta y nueve años, el 1° de mayo de 1952, habló por última vez a una multitud desde los balcones de la Casa de Gobierno. Fue entonces cuando prometió salir a las calles, si es que alguien se atrevía a derrocar al entonces presidente Juan Perón, "para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista".
Fue, casi, una declaración de guerra. Y también su despedida, su adiós. Aquel discurso dejó marcada la impronta de una voluntad de hierro. Aquella voz ronca, grave, quebrada por el ímpetu y el ardor, ya no volvería a escucharse: Eva Perón moriría casi dos meses después.
Aquel primer día de mayo, a las 7.55 de la mañana, llegó al Congreso, donde Perón iba a inaugurar el 86° Período Legislativo, la recibió una ovación que la hizo tambalear conmovida. El presidente Peron la observaba con un nudo en la garganta.
Por la tarde, el protocolo quedó atrás. Además de ser el día de apertura del período parlamentario, se celebraba la Fiesta del Trabajo, una tradición ya casi olvidada, que fue un símbolo de los gobiernos peronistas. La Plaza de Mayo estaba colmada. El Pueblo habia comenzado a llegar desde la mañana, desde los barrios más lejanos de la ciudad y del Gran Buenos Aires.
Después de escuchar al secretario general de la CGT, José Espejo, a las 17,45 Eva Perón enfrentó los micrófonos en el balcón de la casa de Gobierno.
"Mis queridos descamisados". Su discurso, como siempre, lo centró en la necesidad de defender al gobierno y al presidente "contra los traidores de adentro y de afuera que en la oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón."
Hervía de furia. Aquéllos no eran buenos tiempos para el peronismo. En setiembre de 1951, un golpe militar había intentado acabar con el gobierno de Perón y, con el mismo. Desde Córdoba el general Benjamín Menéndez sólo consiguio liderarlos hacia el fracaso en esta intentona de golpe. Eva Perón les hablaba a las heridas abiertas que había dejado ese motín. Y lo hacía con la certeza de que esa aventura militar, no seria la unica intentona de derrocar a Perón.
En agosto del año anterior, las presiones militares la habían obligado a renunciar a su sueño: ser candidata a vicepresidente. Acorralada por su enfermedad había tenido que apartarse de la escena política. Ahora, en este "Dia del Trabajador, desairaba al cáncer, lo desafiaba, lo provocaba.
"Yo, después de un largo tiempo que no tomo contacto con el pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los humildes que llevo tan dentro de mi corazón; que en mis horas felices, en las horas de dolor y en las horas inciertas siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros y por ser puros ven con los ojos del alma (...)"
Evita se estaba despidiendo de su Pueblo. Perón le pedia que redondeara. Pero Evita estaba ardiendo en las llamas de su arrebato enfurecido:
"Yo quiero hablar hoy, a pesar de que el general me pide que sea breve, porque quiero (...) que sepan los traidores que ya no vendremos aquí a decirle ''Presente'' a Perón como el 28 de setiembre, sino que iremos a hacernos la justicia por nuestras propias manos".
Improvisó durante catorce minutos. A las seis en punto de la tarde, ovacionada, se metió en la Casa de Gobierno. Media hora después, volvio para coronar a Elda Alicia Costantini, flamante Reina del Trabajo. Un mes después, el 4 de junio, aparecería en público por última vez para acompañar a Perón en el inicio de su segunda presidencia. De pie en el descapotable presidencial, tiritando bajo el peso de un tapado de piel que la protegía del frio destemplado de los últimos días de su vida. Evita murió el 26 de julio. Tenía solamente 33 años.
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