Ser chileno en Mendoza: como el musguito en la piedra

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Los chilenos residentes y los que llegan como turistas trasladan los festejos patrios de su país a Mendoza, año a año. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO
Los chilenos residentes y los que llegan como turistas trasladan los festejos patrios de su país a Mendoza, año a año. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO

Por Lucas Debandi
Especial para EXPLÍCITO

En Chile, el 18 de Septiembre se celebra la independencia. Pero este fenómeno no se puede entender desde nuestro esquema argentino de feriado nublado, chocolate con pastelitos y acto protocolar. Los chilenos no van a trabajar durante una semana, y para ellos la palabra festejo no es un eufemismo de escuela primaria sino una realidad contundente: En las fiestas populares se canta a los gritos, se baila toda la noche y se toma alcohol. Mucho alcohol. La cordillera es alta y maciza, y el ruido de los festejos no alcanza a escucharse de este lado. Pero los pueblos tienen muchas formas de hacerse sentir. Chile no es solamente un dibujo en la tierra, está hecho también de gente, que se desparrama por el mundo y convida su idiosincrasia.

Pedro Pablo, chileno residente de Mendoza y Trabajador Social, dice que son 850.000 los chilenos que han migrado de su tierra. 80.000 vinieron a la región de Cuyo.

La fuerza centrífuga de la Dictadura Militar expulsó a la gran parte. Los que llegaron a estos pagos son mayoritariamente de la región central, de Santiago y Valparaíso. Pero también vinieron los del norte, esos que se fueron a probar suerte a la capital y no la encontraron, y tuvieron que seguir de largo hasta acá. Son los marginados, los excluidos, los orilleros que no entraban en los sistemas sociales construidos para pocos, la callampa que tiene como destino inesquivable a la periferia de las ciudades.

“Los sectores medios se fueron a Noruega, o a Alemania…” Dice Pedro Pablo, aclarando que el exilio en esta tierra tiene necesariamente un factor económico, y cuenta que su tío cruzó los Andes caminando. Su barrio es La Favorita, que fue levantada por inmigrantes chilenos al costado de la capital mendocina.

Chile se alcanza a distinguir en el aire de La Favorita sin forzar demasiado la vista. Las banderitas que brotan en los techos, los lentes gruesos de Allende vigilando desde las paredes, el acento rapidito de los vecinos. Los murales van conversando entre ellos por los pasillos de un barrio que crece sin parar como una enredadera.

Después de la calle Pablo Neruda, en el extremo oeste, se abre una cancha de fútbol once inmensa, un par de metros abajo del nivel del suelo. La Olla se llama ese estadio, donde los domingos se juega a la pelota, con todo el folklore correspondiente (contando el carrito de los choris y la hinchada). Un par de pasadizos más allá, la Garra Blanca del Colo-Colo pintada en los ladrillos y el barrio parece no terminar nunca.

La Favorita. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO
La Favorita. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO

Por una calle ancha aparece Manolo, ex-cantante de Los duritos de espalda, una banda reggae de La Favo. Cuenta que, de pibes, los chicos del barrio se iban a bañar a un dique cercano que habían bautizado “Sapolandia”. El peligro y la aventura son una constante cinco kilómetros al oeste de la capital mendocina. El sol pincha fuerte, el pedemonte muestra su hostilidad, y la desesperación de la pobreza cocina violencia por todos lados.

“¿Sabés la cantidad de pibes que han matado acá?”

En los rincones se esconden santuarios para acordarse de los que se fueron antes de tiempo. Hace unos meses, vecinos encontraron la cabeza de una mujer tirada y la llevaron a la policía. Hace unos años, mataron a uno de los titulares de Puro Mármol, una de las fábricas fuente de trabajo en el barrio. Pedro Pablo nos guía hasta la Placita de los Muertos: “¿Sabés la cantidad de pibes que han matado acá?”

La Placita de los Muertos está en una emboscada. Un hombre nos ve sacando fotos y nos pregunta si somos de la Municipalidad. Le explicamos que estamos haciendo una crónica y acepta contarnos su historia. Se llama David Sepúlveda, tiene 68 años, es chileno y llegó en el 74’. Tiene un taller de carpintería y dice que es uno de los fundadores de La Favorita.

Era presidente de un sindicato en Santiago, pero cuando llegaron los militares la empresa despidió a todos los gremialistas. Entró a Mendoza sin nada, y alquiló en el centro durante un tiempo. El terremoto del 85’ encareció las viviendas, vino la mala, y junto con un puñado de familias tomaron terrenos fiscales en el Pedemonte para sobrevivir. Levantaron las casitas y emparejaron las calles a pico y pala, pero la sed no perdonaba: sin agua no hay coraje que aguante.

La desesperanza casi gana, hasta que unos vecinos encontraron un caño bendito, que llevaba el agua a un Puesto de nombre Lima. Lo rompieron y armaron la red para todas las familias. De a poco fueron consiguiendo lo que faltaba: electricidad, colectivos, asfalto, recolección de residuos. Siempre peleando, siempre por las malas, siempre organizados. Algún intendente mandó las topadoras para sacarlos, pero se toparon con la gente organizada y tuvieron que pegar la vuelta.

Se formó la Unión Vecinal y don Sepúlveda fue presidente. Colectas de ladrillos levantaron una Escuela y una Iglesia. Un día consiguieron los títulos de propiedad de las viviendas. Por prepotencia de trabajo, por dignidad terca, los expulsados chilenos volvieron a construir un lugar propio en la geografía.

Pero el sentimiento de desarraigo aflora de nuevo cuando David Sepúlveda habla de las fiestas patrias. Una chica pasa caminando y le da las felicidades. David agradece sin sonreír, quizás imaginándose que a esa hora su país natal estaba decorado por todos los rincones con rojo azul y blanco. Evoca los dieciochos en la sede del sindicato, en los tiempos de Salvador Allende, tirando la casa por la ventana al son de la Sonora Palacio.

 La Garra Blanca del Colo-Colo presente en las paredes. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO
La Garra Blanca del Colo-Colo presente en las paredes. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO

“Sentimos que no tenemos patria”, dice entre dientes, con una bronca que no se va a extinguir nunca. “Hemos tenido que hacer colectas para poder enterrar a los chilenos muertos del barrio. El Estado nos ha abandonado”. Manifiesta su resentimiento sin disimular. Le indigna el martirio al que han quedado expuestos durante tantos años gracias a “los milicos sinvergüenzas y los políticos ladrones”. Los de allá y los de acá también. La herida no le permite sentirse chileno, ni tampoco argentino. La patria es La Favorita.

La plaza de los festejos y los recuerdos

Bien lejos de La Favo y en pleno centro, entre Perú y 25 de Mayo, está la Plaza Chile. Desde hace algunos años, el 18 de Septiembre se usa de sede para los festejos. Durante tres días se distribuyen carritos de comidas típicas, feriantes de todos los colores y espectáculo acorde. El relleno humano lo ponen los vecinos domingueros y una marea de turistas trasandinos.

Los santiaguinos que pueden, aprovechan los feriados y se vienen a pasear. Como egresados en Bariloche, van a la plaza a encontrarse con sus conocidos, pero con la libertad y el desparpajo de estar lejos de su ciudad. Bailan cueca, toman terremoto, compran chucherías. De a ratos se mezclan con el paisaje cotidiano de la capital: algunos punk cantando a los gritos, chicas de auriculares esperando el colectivo.

Los organizadores caminan entre el gentío como un helicóptero que supervisa: son del consulado y de las colectividades. Los chilenos residentes participan desde el lado de adentro de los carritos, concentrados en la logística de un evento que les significa un buen ingreso. Apenas tienen tiempo de festejar.

Los feriantes nos mandan a hablar con Luis, artesano y organizador del evento. Nos arrimamos a su puesto en la feria y nos atiende muy amable. Tiene casi la misma edad que David, pero se nota que se dedica a la atención al público: su don de gentes está más entrenado.

Luis, el artesano, llegó a Mendoza en el 75'. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO
Luis, artesano, llegó a Mendoza en el 75' cuando reinaba en Chile la dictadura de Pinochet. Foto: Javier Vautier / Especial para EXPLÍCITO

Luis explica que forma parte de la agrupación Raíces de Chile, que organiza todo junto a la colectividad Gabriela Mistral (“La nuestra es la cultural, la otra es la política”). Cruzó la cordillera en el 75’, cuando cerró la boutique donde trabajaba.

Traía sus manos artesanas y una oportunidad para jugar al fútbol en Andes Talleres. De sus últimos años en Chile se le grabó la crudeza de la dictadura: “Bombardeaban barrios enteros sin preguntar. Fusilaban personas a la salida de los colegios, frente a los niños.”

Recuerda haber hecho una placa grabada para la entrada de la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso. Representaba una figura aborigen en relieve de chapa. Los milicos la arrancaron y le quitaron el sustento material a sus palabras. El trauma siguió después del exilio.

El plan Cóndor les garantizaba que mientras estuvieran en Latinoamérica iban a estar perseguidos y controlados. “Nadie nos daba pelota, nos discriminaban. Nos patearon el alquiler de una casa porque los chilenos son todos extremistas’”. Contra cualquier pronóstico, Luis y su familia sobrevivieron a la amargura y se irguieron con el viento en contra.

Cuando Luis piensa en el dieciocho, no puede evitar la angustia. Pero recorrer la plaza con la vista le trae consuelo. En esa misma plaza desolada vivió un Septiembre de compatriotas con los ojos en llanto, intentando entonar la canción nacional. Compartiendo apenas una garrafa de vino, algunas empanadas y el nudo en la garganta por la injusticia y la desgracia. Quizás entre esas miradas estuvo la de David, o la del tío de Pedro Pablo.

En esa plaza o en otra plaza, en ese llanto o en otro llanto. Pero sobreviviendo a pesar del desierto, escribiendo parte de su historia y de la nuestra. Resistiendo a las tempestades humanas que complotan contra su existencia. Brotando, como el musguito en la piedra, empecinados en vivir.

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