Por Milena Heinrich
Para Télam
Las dos mitades de la condición argentina, léase en clave fútbol, River y Boca, son la antinomia perfecta para que el escritor Rodolfo Braceli despliegue más de una docena de ficciones en Querido enemigo, que al mejor estilo picadito se atraen y repelen en descollantes tramas que, encubiertas en el juego, reflexionan sobre la vida misma.
Cuentos de fútbol: no hay secreto. Estos relatos pueden ser leídos por hinchas de River o de Boca, por los entendidos y por los que no, incluso hasta por quienes lo detestan. "Basta con saber leer", escribe Braceli en el prólogo del libro editado por Planeta.
Es que no hay dudas, nada de eso importa. Estas ficciones van más allá, son sociológicamente futboleras. "La condición argentina no puede ser observada con hondura prescindiendo del fútbol. Aparte de un juego incontrolable y prodigioso, tiene, como ninguna otra actividad humana, las mejores herramientas para el auto conocimiento de cualquier sociedad", dice a Télam el autor.
"El fútbol es el espejo que mejor nos espeja", postula el mendocino, además de escritor, ensayista, periodista y dramaturgo. Se refiere a que "la observación del fútbol nos permite conocer nuestras mañas, nuestros complejos de superioridad que son de inferioridad, nuestro disimulado racismo, nuestras supersticiones que se convierten en religión y nuestra religión que se transforma en superstición".
"El exitismo y el derrotismo de nuestros pulpos medios de descomunicación, nuestra naturaleza ciclotímica en sus amores y desamores, nuestras euforias que son depresiones al revés", profundiza y ejemplifica sobre esta "patria más intensa que la patria misma", que se condensa en la frase "De fútbol somos" con la que también tituló otro de sus libros.
Las cartas de la suerte que un maestro rural hincha de Boca le envía a Ángel Labruna; "Eutanasia, carajo" para un hombre que desciende junto a su equipo; el abrazo regalado a un fanático un lunes después de una dura caída y la antinomia devenida personificación de dos concuñados, uno ciego, otro paralítico, son algunos de los cuentos que con agudeza se rivalizan, se odian pero también se necesitan.
Estas historias de River "con" Boca nacieron sin que Braceli se diera cuenta, "a pulso, las anotaba, las metía en una caja, hasta que llegó el momento que salieron de la caja en las que las iba guardando y en patota me agarraron de la solapa y de otras partes", bromea.
Muchas de ellas con el trasfondo del después de la "inaudita" caída de River ante Belgrano ese 26 de junio de 2011. "Observé que algunos hinchas de Boca sentían una especie de insoportable malestar. Es que la vida no tiene sentido si nos quedamos sin el enemigo. Digamos, el síndrome de la falta de enemigo".
Pero, eso no significa, advierte Braceli que esta reunión de enemigos - "de las dos mitades"- busque inducir a la reconciliación. "Si es que Dios existe, que me libre de la farsa de la reconciliación. Hay cosas que son inconciliables. Y es sanísimo que así sea".
"Por otro lado -continúa y se abre camino - pienso que los señores muy almidonados y las señoras muy aseñoradas que enarbolan la bandera y el argumento de la reconciliación´, hacen una obscena trampa. No quieren la reconciliación, la usan como coartada mentirosa. Quieren olvido, la cancelación de los crímenes y del afano de criaturas desde la misma placenta. Quieren consolidar la impunidad".
"Ya es hora de que nos dejemos de joder con el fútbol mirado como literatura de cabotaje", dice tajante Braceli. El que escribe y el que lee literatura futbolera es apuntado con el mismo dedo: " Se la ha mirado como tolerándola, con cierta simpatía `perdonavida´, como dando permiso, como algo que está bien, pero que es de cabotaje".
"No me cabe duda de que Shakespeare, Cervantes y Dostoievski, en tanto los fascinaba el caracol de la condición humana, hoy por hoy se hubieran metido con el fútbol, hasta las pelotas", imagina y recuerda que este prejuicio del "género menor", "que subcutáneamente esconde algo de racismo", lo padecieron Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa y que recién luego de muertos fueron reconocidos.
-¿Las antinomias pueden convivir sin dejar de serlo?
-Braceli: En estos cuentos, sin que me lo haya propuesto racionalmente, por momentos se produce esa convivencia, sin que la antinomia corra el peligro de disolverse o desteñirse. Creo que no le tenemos que tener miedo a las antinomias, son el combustible de nuestras vidas. Ahí tenemos, Fangio o Gálvez, o viceversa; Chevrolet o Ford, Federales o Unitarios, Zulma Fayad o Nélida Lobato. Las antinomias forman parte de nuestro organismo. Lo de la reconciliación es una trampa asquerosamente tramposa.
Fijémonos en nuestro tiempo: un periodista que la "actúa" de dolido y preocupado por la "grieta" que hoy, dice, divide a los argentinos, no se cansa de meterle dinamita a la mentada grieta. Le importa un carajo la verdad, lo que le importa es el escándalo que puede producir la verdad, aunque ésta pronto se caiga a pedazos porque es mentira. No, no hay que tenerle miedo a las antinomias.
-¿Y a qué pensás que hay que tenerle miedo?
-A la desmemoria, y a tres cosas más: a la hipocresía, y a la hipocresía, y a la hipocresía. A propósito de esto: el fútbol, con sus oscilaciones, con sus agonías, con sus tremendas rivalidades tiene la virtud de no permitirnos, de desactivar, de dejarnos menos chances para actuar hipocresías.