Muchos años antes de la tragedia de Cromañón, el artista y empresario Omar Chabán fundó el Café Einstein y Cemento: dos de los polos culturales más importantes para el rock y la contracultura argentina de los ’80 y ‘90.
En el año 1982, cuando la última dictadura estaba llegando a su final, la Guerra de Malvinas provocó una serie de consecuencias culturales inesperadas. Tanto el Festival de la Solidaridad Latinoamericana como la prohibición de la música en inglés pusieron al rock argentino en el centro de la escena. Las sedes de los grandes sellos pusieron sus fichas en artistas locales, aparecieron los grandes productores y, poco a poco, surgió una nueva generación de rock: más hedonista y urgente, no menos creativa.
No casualmente en mayo de ese mismo año, un joven Omar Chabán fundó –junto a Sergio Aisenstein y Helmut Zieger- el Café Einstein: el local ubicado en Pueyrredón y Córdoba que, al cabo de unos pocos meses, se convirtió en la trinchera cultural donde tocaban Los Twist, Sumo -y su alter ego de la Hurlingham Reggae Band-, Soda Stéreo y muchos más. El reducto poblado de pupitres y paredes fluorescentes donde Chabán oficiaba de maestro de ceremonias, cocinero (son recordados algunos platos surrealistas como los ravioles de mandarina) y programador.
Tres años más tarde –para ser precisos, en junio de 1985-, Chabán entrevió el crecimiento de algunas bandas y decidió inaugurar un espacio con mayor capacidad. Hablamos, por supuesto, de Cemento: el boliche ubicado en Estados Unidos 1238 que, si bien había sido planificado originalmente como una discoteca de extracción rockera, pronto se transformó en el escenario favorito del punk y el rock más duro.
El boliche de Chabán no sólo fue la sede de innumerables festipunks y discos en vivo, sino también la casa que recibió a varias generaciones de rock local: desde Los Violadores hasta Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, pasando por Riff, Hermética, Ratones Paranoicos, La Renga, Flema, Rata Blanca, Viejas Locas, Las Pelotas, Los Piojos, Miranda! y, ciertamente, Callejeros.
En ese sentido, tanto con el Café Einstein como con Cemento –y también con la breve experiencia de Die Schule-, Chabán siempre logró sintonizar con su época. De algún modo, ambos lugares continúan siendo símbolos inequívocos de su tiempo: la liberación y el happening permanente de los ochenta; la larga noche barrial y alternativa de los noventa. A su trágico modo, República Cromañón también lo fue. Lo sigue siendo.
Fuente: Oir Mortales