Por Walter Medina
Para Nueva Tribuna.es
Los creadores de los smartphones se jactan de haber concebido una maravilla tecnológica que ha significado una auténtica revolución en la comunicación entre los seres humanos. Voceros de las compañías Samsung y Apple, estandartes de dicha revolución, destacan cada una de las ventajas de los nuevos teléfonos móviles, cuyas utilidades ya todos conocemos.
La necesidad de estar comunicado a cada instante (requisito -al parecer- indispensable para vivir en este nuevo Milenio), se satisface mediante el uso de estos formidables y diminutos aparatos que nos permiten acercarnos a otro ser humano, ya no sólo con el fin de comunicarle oralmente que nos hemos comprado un nuevo teléfono, sino también para enviarle un retrato de la felicidad que tal adquisición dibuja en nuestro rostro. “Lo compartimos todo. Comparte tu vida”, reza uno de los slogans de campaña de telefonía móvil, apuntando a la sensibilidad de alguno de esos incautos seres cuya estupidez les hace creer que el significado de la palabra compartir es: subir una imagen propia a una red social.
Hablar de las ventajas que la telefonía móvil ha traído a nuestras vidas es, a estas alturas, una obviedad. No ignoramos que el móvil es un artilugio útil; sin embargo si reflexionamos, si pensamos en que tanto despliegue de tecnología, tantos años de estudio y esfuerzo de técnicos, ingenieros y diseñadores haya concluido en la proeza de que alguien pueda hacerse una foto a sí mismo, nos daremos cuenta, quizás, de la esterilidad de dicho logro.
Hay quienes consideran que el espanto que el ser humano experimenta frente al aburrimiento es tan intenso, que el entretenimiento es la única forma posible de combatirlo. Para ello la tecnología aporta sus “ventajas” mediante las múltiples funciones que nos obsequia el teléfono inteligente, triste comprobación de que las posibilidades que te da la pantallita (la foto del aniversario de Antonio, las gracias del perro de Juana, el video de Romina en tetas, o el cadáver del padre de Borja en la morgue judicial), parecen ser más interesantes que la vida que fluye fuera del móvil, esa que diseñaron los mismos hijos de su gran madre que día a día se esfuerzan en entretenernos para que sigamos mamando de la teta de esta vaca enferma con la que nos alimentan los ideólogos y defensores de este sistema putrefacto que -sin embargo- nos consuela permitiéndonos acceder a telefonitos para que de tanto en tanto podamos autorretratarnos a nosotros mismos.
Al menos diez mil personas murieron en el mundo durante 2014 intentando hacerse un selfie. Sólo en España, el 38 por ciento de los accidentes automovilísticos -más de 34.000- tuvieron como factor una distracción relacionada con uso del teléfono móvil. Envíos de whatsapp, mensajes de texto, chat y selfies, acabaron con la vida de un buen número de personas; lo cual conduce a pensar que todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda, tal como creía Jean de la Fontaine.
La moda por las selfies llega en algunos casos a tal extremo que existen quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguir la autofoto más llamativa, más extraña, más peligrosa y por supuesto más estúpida. Como resultado de estas extrañas conductas que se han extendido por todo el planeta -como si se tratase de una pandemia de idiotez- cada día se produce en el mundo un importante número de fallecidos que dejan, eso sí, una última imagen para el recuerdo, una instantánea a la que sus amigos aprobarán con un oportuno Me Gusta.
Hace dos años La Nasa envió una misión a Marte en busca de signos de vida inteligente, quizás dando ya por descartada la posibilidad de hallar tal virtud en este planeta; excepto -claro- en esos teléfonos móviles que con frecuencia manipula algún imbécil.