Por Francisco Ortega
Para La Tercera
Hace seis décadas Buenos Aires fue invadida. La obra maestra de H.G. Oesterheld no sólo cambió a la ciencia ficción escrita en nuestro idioma, sino que también irradió a la izquierda política de Latinoamérica. Escritores y dibujantes del continente valoran su influencia.
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La prueba concreta de la existencia de vida extraterrestre llegó la noche del 4 de septiembre de 1957, cuando una nevada de copos brillantes se dejó caer sobre Buenos Aires. Cuatro amigos se encontraban en la casa que Juan Salvo ocupaba, junto a su mujer y a su hija, en el barrio de Vicente López. Jugaban al truco y escuchaban radio, pero vino la noche y con la noche la nieve; nieve que no era nieve y con ella la muerte. La gente comenzó a morir y los pocos supervivientes se vieron de pie ante la espantosa realidad de que el mundo había sido tomado por seres de otras esferas. Todo se había acabado. O todo recién comenzaba. Juan y sus amigos se unieron en una improvisada resistencia que finalmente logró una victoria momentánea sobre los invasores, pero el precio que pagaron fue demasiado alto. Todo no había sido más que una enorme trampa, los aliados del héroe fueron convertidos en zombies-robots y su mujer y su hija se perdieron en el continuo del espacio y el tiempo, obligando al héroe a robar una nave y partir en su búsqueda, sólo para acabar perdido entre los pliegues de la continuidad, condenado a ser un viajero de la eternidad, un Eternauta…
“Hay muchas, muchísimas historias de invasiones extraterrestres, pero ésta nos tocó de cerca”, recuerda el dibujante y guionista de cómics argentino Enrique Kike Alcatena (Barlovento, Conan). “No sólo por el derrotero de Salvo y sus amigos a través de una ciudad reconocible, sino por ciertas actitudes de los personajes, cierta idiosincrasia, que reconocemos como nuestras”, agrega, mientras el crítico y editor de historietas Andrés Accorsi suma: “Es un clásico, una bisagra en la historia del cómic que (además de cautivar al público de su época) hizo posible muchísimo, sino todo lo que vino después”.
“Cuando la historieta mexicana era una artesanía menor dirigida a las clases semi analfabetas”, aporta el escritor y novelista gráfico mexicano BEF (Uncle Bill, Gel Azul), “los argentinos producían obras inteligentes de gran ambición literaria. Oesterheld y el dibujante Solano López se apropiaron de las convenciones de la ciencia ficción y las revirtieron convertidas en una terrible alegoría política. Acaso sin saberlo, ahí plantaron la semilla de la moderna narrativa de la imaginación contemporánea en Latinoamérica. Por ello, a pesar de ser profundamente argentina, El Eternauta es una novela gráfica que nos pertenece a todos los lectores y creadores de la región”.
Compañero Oesterheld…
Una de las mayores virtudes de Héctor Germán Oesterheld (1919), el autor de El Eternauta, es que siempre supo mirar fuera de la caja del cómic y desde esa perspectiva tomar consciencia de que el ser argentino no era un límite geográfico, sino una visión de mundo. Sus historias ambientadas en el farwest norteamericano o en la Segunda Guerra Mundial tenían una identidad tan porteña como la biografía ilustrada de Che Guevara que publicó en 1958 en Chile, durante su estadía en el país. O Mort Cinder (acaso su mejor obra), el inmortal que relata su condena eterna a un anticuario de Londres. O el Sargento Kirk, un cowboy que nació de sus ganas de hacer una versión gringa de Martín Fierro, con indios apache y búfalos. Universalizar a través de lo local y usar esa alquimia para contar entrelíneas algo más trascendente. Un autor debe tener opinión, decía el guionista, y toda obra, por infantil que sea, un discurso político.
En El Eternauta el relato superficial es el de una invasión extraterrestre, pero bajo esa capa la historia es profunda, una gran crónica acerca de desposeídos levantándose contra los poderosos que buscan imponer con las armas su modo de vida, sus principios y su religión. Oesterheld era un hombre de izquierda, militó en los Montoneros y para entender este movimiento político no hay mejor manera que leer El Eternauta. Y en este caso, ni siquiera entre líneas; el discurso socialista es evidente, puesto ahí con intención y con inteligencia. Es decir, el héroe parte como un acomodado bonaerense y termina como un líder popular que se levanta para enfrentar el dominio de un poder que evidentemente acabará aplastándolo; es la metáfora de la ideología popular y socialista, la idea de que todos somos iguales y requerimos de “un comandante” venido desde la esquina más próxima para enseñarnos que juntos podemos ser invencibles.
¿Ciencia ficción o metáfora política? El Eternauta se atreve a jugar incluso con la idea del anarquismo como única manera válida de gobierno tras una crisis a gran escala.
El viajero de la eternidad
“Estamos ante una de las piedras fundacionales de la ficción latinoamericana. Marca algunos de los elementos clave de este género, que es su doble diálogo con el presente/futuro -aparenta imaginar el futuro cuando en realidad está hablando del presente- y su trabajo con la alegoría política y social: es ciencia ficción que sueña con las estrellas sin dejar de tener un ancla en la tierra”, describe el escritor boliviano Edmundo Paz-Soldán (Iris).
Publicada por entregas entre 1957 y 1959 en la revista Hora Cero, la historieta es también una acabada reconstrucción visual urbana, incluso folklórica, que convierte a lugares típicos del gran Buenos Aires, como el estadio de River o la Avenida de Mayo, en escenarios para la resistencia ante la opresión extraterrestre. La óptica del ciudadano común le sirvió a la imaginación de Oesterheld y a los dibujos de Solano López para dar forma a un prodigio narrativo que se adelantó medio siglo a la idea de construir una novela a partir de una historieta. “Inventó la novela gráfica 20 años antes de que los norteamericanos acuñaran el término”, acota el dibujante Gonzalo Martínez (Mocha Dick). Incluso Borges, uno de sus reconocidos fanáticos, la definió como “literatura dibujada”.
“El Eternauta es además uno de los primeros textos literarios latinoamericanos en concebir la unión del hombre con la máquina”, suma la autora Liliana Colanzi (La Ola).”Ella traza una conexión entre la represión de la dictadura y la intervención de los cuerpos a través de implantes que convertían a los hombres en robots: privados de memoria, se transformaban en esbirros de la invasión alienígena y atacaban a sus semejantes. Oesterheld fue un pionero en la imaginación cyborg”.
La obra de Oesterheld y Solano López hoy está con mejor salud que nunca, suma ensayos y homenajes, se le iguala a Cien años de soledad como parte del panteón fantástico del continente. A sus 60 años, El Eternauta es parte de los planes de lectura del Ministerio de Educación argentino -a pesar de los esfuerzos del régimen de Macri por quitarlo por ser “demasiado político para los jóvenes lectores”, y hay versiones de que tras años de intentos por llevarlo al cine, la novela será finalmente adaptada a de serie de TV con HBO o Netflix como eventuales productores, ya que básicamente puede ser explotada como una Game of Thrones latinoamericana. “Tiene toda la lógica, es la gran épica fantástica del continente”, agrega Paz Soldán.
Andrew Brown, autor del ensayo Cyborgs in Latin-America, afirma que no existe una fantasía con identidad latinoamericana. “Por ahí, uno podría pensar en la misma hibridez como elemento latinoamericano. No es casual que El Eternauta sea un relato urbano, muy de Buenos Aires. Al leerse con atención no es difícil percatarse que la verdadera invasión no es la extraterrestre, sino el mundo que cambia. Juan Salvo, el héroe creado por Oesterheld en 1957, es básicamente un espejo del Che Guevara”.
¿Dónde estás Eternauta?
“Había oído hablar de El Eternauta pero lo vine a leer en un viaje de Buenos Aires a México. El vuelo nocturno se convirtió en una alucinación, un trayecto cósmico hacia otra parte. Y, al mismo tiempo, lo humano de las aventuras de Juan Salvo y sus amigos era lo esencial de la historia: la lucha contra una adversidad que siempre parece invencible, pero a la que es posible oponer al menos un poco de resistencia a cada paso. Como en la vida”, describe el escritor mexicano Alberto Chimal.
Macabra sincronía, El Eternauta inicia con un “metacómic” donde Oesterheld, dibujado por Solano López, aparece en su escritorio, con las ventanas abiertas de su casa, buscando inspiración. Entonces, de la nada, siente un ruido, ve un resplandor y se le aparece Juan Salvo, quien le cuenta la historia como un modo de advertir al planeta acerca de la inminente invasión. Invasión que finalmente llegó. Claro, no del espacio exterior sino de mucho más cerca.
En 1977, 20 años después de que Oesterheld relatara su historia de supervivencia ante el dominio alienígena, él mismo fue incapaz de sobrevivir. Los atacantes no tenían armas de rayos ni venían en platillos volantes; vestían de uniforme, usaban cascos y pensaban que su ideal de lo correcto y el orden se imponía a la fuerza: las “botas locas” de la canción de Charly. Imitando a su héroe Juan Salvo, Oesterheld y sus hijas se unieron a la resistencia, y como en el cómic también “ellos” se encargaron primero de las niñas y sus respectivas familias y luego del padre. El 25 de abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld se esfumó del mundo, en un furgón de la patrulla militar de La Plata. ¿Dónde estás, Oesterheld? escribieron cientos de viñetas a lo largo del mundo, ninguna tuvo respuesta.
Juan Salvo se esfumó en el tiempo buscando a su mujer y a su hija, Oesterheld siguiendo el destino de sus hijas y nietos. Dios a veces es el más cruel de los guionistas, en las páginas de El Eternauta se nos describe el genocidio de una raza, lo de su autor fue el genocidio de una familia, su propia familia. Y en esa perspectiva cualquier lectura posterior de esta obra cobra el mayor de los sentidos, no es una historieta de ciencia ficción, sino una visión profética del destino de Latinoamérica.