Ni regalitos, ni bombones, ni aburridos panegíricos de dudosa intención. Una anécdota que se puede contar en un asado entre amigos resume el sentido de ir detrás de una noticia.
PERIODISMO PURO
Por Roly López*
Especial para Explícito
En mitad de un domingo a la siesta sonó el teléfono de la redacción. Los domingos en la sección Policiales, todo llamado es atendido.
- Hola, soy el papá del preso que mataron ayer en la cárcel. Quiero hacer una denuncia: a mi hijo le robaron los órganos.
Salimos para allá con un fotógrafo de apellido Aranella. El sitio era en Las Heras, era enero y quienes conocen Las Heras, en enero siempre hacen cinco grados más que en cualquier lado del mundo.
Para llegar a la sala donde velaban al joven había que pasar por un pasillo de no más de metro y medio de ancho. Al final del mismo se abría una pequeñísima habitación; tan pequeña que el cajón (del que goteaba pausadamente un líquido gris y viscoso que era atajado por un tupper en el piso) había sido colocado de manera transversal. En uno de los rincones, una mujer joven amamantaba a su recién nacido pero se hacía tiempo para darle largos sorbos a un vino blanco en caja. También había muchos niños y algunos perros. Pocos lloraban. Hasta que llegó el padre del preso asesinado.
- Yo los llamé; a mi hijo le han quitado los órganos….
- ¿Pero cómo lo sabe?
- Está todo cosido en el pecho….
- Debe ser por la necropsia, señor.
- ¿La qué?
- El estudio que le hacen al cadáver…
- Qué estudio; a mi me lo mataron, mire que le muestro si quiere.
- No, no hace falta señor…
El padre del muerto empezó a gritar y a llamar a algunos familiares para que lo ayudaran.
“No lo va a hacer…”, pensé. Pero el hombre fuera de sí y siempre a los gritos, sacó la tapa del cajón. En un segundo, un olor hediondo se hizo cargo de la habitación.
- Señor, no hace falta…
- ¡Sí hace falta!, ayudame, Roberto…
Entre el hombre y Roberto terminaron de correr la tapa del ataúd y uno de ellos tomó al cadáver por la cabeza. El muerto ya no tenía color; pero le sobraba ese olor a cadáver mal conservado.
- Señor –supliqué por última vez- no hace falta que haga eso.
El padre del muerto ya había empezado a llorar y también se notaba que había bebido bastante. La tapa de madera cayó al piso y Roberto la pateó de manera tal que la madera tocó al tupper con líquido que caía del féretro y lo volcó. Entre el padre y Roberto lograron sentar al muerto en el ataúd (cada uno pasaba los brazos inertes del cadáver por sus cuellos) y su padre le abrió la camisa blanca: se veía perfectamente la costura desde el cuello hasta el ombligo; mientras la cabeza del cuerpo bailaba. Todo parecía una crucifixión mal hecha.
- ¡Saquen una foto! – gritó el hombre.
Aranella sacó su cámara y lo hizo. Después salió corriendo por el pasillo. Yo me quedé a tomar los datos de rigor para la noticia y trataba de no respirar con la fantasía de que si lo hacía, toda esa muerte se me iba a meter en el cuerpo. Cuando llegué a la vereda, Aranella vomitaba. Llegamos al diario y bajo el título “Piden investigar el crimen de un preso”, la nota salió como fotonoticia.
Aranella, a los días, se iba a vivir a Canadá y eso hizo. A veces me pregunto si conservará esa foto.
*Roly López es periodista de la sección Policiales de diario Los Andes