Según el ojo crítico de Nazanín Armanian, la ganadora del Oscar "utiliza una anécdota de una compleja realidad, echando mano al prestigio de actores con fama de progre para honrar a los servicios de inteligencia de EEUU."
PorNazanín Armanian
Para blogs.publico.es
Fue un día como hoy, en 1979, cuando en Irán se instaló la primera de las repúblicas islámicas que han ido sustituyendo a las dictaduras semilaicas de Irak, Yemen, Túnez, Egipto y Libia (con Siria, en la cola). El derrocado monarca, el Sha Mohammad Reza Pahlevi, enfermo de cáncer, y su familia huyeron del país y en busca de un lugar donde exiliarse pasaron por Marruecos, Bahamas y México hasta llegar a EEUU, donde esperaba ser acogido con los brazos abiertos como recompensa por servir a los intereses de la superpotencia durante 38 años. El presidente Carter no tuvo compasión de él. Le denegó la petición. Aunque tras recibir el reproche de los dictadores aliados rectificó y el 22 de octubre le dejó entrar para recibir atención médica.
El Sha era una patata caliente. En las calles de Irán se pedía su extradición. Carter no podía mandarle al matadero y tampoco le convenía acogerle, pues soñaba con entablar buenas relaciones con la teocracia asentada en las largas fronteras sureñas de la Unión Soviética y del Afganistán socialista. Compartían el odio hacia los “ateos/comunistas”. En Irán, los seguidores del Ayatolá Jomeini, pensando que el presidente del “Gran Satán” planeaba un golpe de Estado para devolver su “pequeño Satán” al trono iraní, el 4 de noviembre ocuparon la embajada de EEUU como acto de protesta. No había ningún plan para secuestrar a los empleados. Pero la facción fundamentalista de la República Islámica (RI) lo vio como una gran oportunidad para deshacerse del gobierno de transición, liderado por el veterano islamista liberal Mehdi Bazargan, que condenó duramente aquella acción que marginaba a Irán y dañaba su imagen. Empezó a cumplirse la maldición de que “las revoluciones se comen a sus propios hijos”. Después de este golpe palaciego, la sospecha de ser “agente” de EEUU, de la URSS, de Israel o de los tres a la vez sirvió para reprimir a los adversarios interno
Las imágenes de los ciudadanos americanos maniatados y con los ojos vendados impactaron de tal manera a la opinión pública de EEUU que un Carter desesperado decidió expulsar el 15 de diciembre al que fue el último rey de Irán. Aquel tirano se fue a Panamá, para meses después morir en Egipto. La crisis de los rehenes, la mayor humillación de EEUU después del fiasco de la guerra de Vietnam, destrozó las relaciones diplomáticas entre ambos países y le costó a Irán duros castigos económicos y políticos. Hoy, la mayoría de los dirigentes del país lo lamenta.
Ensalzar a la CIA
La película Argo de Ben Affleck rescata del olvido un episodio marginal de la toma de la embajada y narra, con una visión sesgada, el rescate de seis rehenes gracias a un plan de la CIA. Utiliza una anécdota de una compleja realidad, echando mano a la intriga y el prestigio de actores con fama de progre, para honrar a los servicios de inteligencia de EEUU, en sus momentos más bajos de popularidad, justificando de paso las actuales políticas del Pentágono y la Casa Blanca contra Irán.
El thriller, que trata a los estadounidenses como víctimas de unas gentes salvajes, omite el papel de la CIA como creadora del SAVAK, la policía política del Sha, y participe en la aplicación de las torturas más brutales a los luchadores iraníes por la libertad y la democracia durante décadas. El mismo papel que jugó en Latinoamérica.
Argo, que se estrenó poco antes de las elecciones presidenciales de EEUU de 2012, se dirigía a la parte más crítica del electorado demócrata, decepcionada con la política exterior belicista de un Barak Obama que sigue en Irak y en Afganistán, lanza bombas con sus drones aplastando a los civiles de media docena de países, mantiene abierto Guantánamo, cuenta con una lista de personas a asesinar y está evaluando los costes de una acción militar contra Irán. La idea no era otra que justificar las operaciones encubiertas –e ilegales-, de la CIA. El productor de la película, George Clooney, es la misma persona que un día protestó frente de la embajada de Sudán en Washington por el asesinato de los civiles y la hambruna que padecían y, en otra ocasión, cuando su país bombardeó, invadió, ocupó y partió Sudan en dos para quedarse con la parte petrolífera, no abrió la boca. (Detrás de la partición de Sudán)
Se trata de otra propaganda anti-iraní, al estilo de No sin mi hija y 300 (’300′: al servicio de la guerra psicológica contra Irán), que, con una maniquea mirada infantil, divide el mundo entre malos y buenos, siendo los primeros además feos, histéricos, crueles y tontos. Antaño también representaban así a los demonizados soviéticos.
Hollywood lava la imagen de la CIA poniéndole medallas como salvadora abnegada y eficaz de la integridad física de los estadounidenses. ¿Y por qué no ha salvado la vida de varios miles de americanos muertos en Irak o Afganistán, ni a los decenas de miles de personas asesinadas bajo los bombardeos de su país, a las que prometieron un final feliz, como en sus películas? Absurdas autocomplacencias que impiden que los dirigentes aprendan de sus errores.
No esperen que la gran fábrica del cine haga alguna película sobre el chanchullo que organizaron los agentes de la CIA, el entonces candidato republicano Ronald Reagan y el primer ministro israelí Menahim Begin, en 1980, para impedir que Jimmy Carter consiguiera liberar a los rehenes y así derrotarle en las elecciones. Pactaron con la RI, que a cambio de rechazar las ofertas del presidente demócrata, recibiría armas y dinero para defenderse de la guerra contra Irak, incitada por el propio EEUU. El guión de otra película podría basarse en el juramento del presidente Reagan, el 20 de enero de 1981, que coincide con la liberación de los rehenes. Estos hombres sufrieron un calvario de 444 días, de los que 77 fueron a petición de la CIA-Reagan.
Tampoco harán ningún film sobre cómo se arruinó, el 24 de abril del 1979, la operación chapuza e imposible de fructificar Eagle Claw, en la que varios helicópteros americanos, que iban a aterrizar en el embajada para rescatar a los rehenes, se estallaron antes de llegar al destino. Murieron, no se sabe cómo, los ocho tripulantes.
La promoción de Argo coincide con un momento crítico en las relaciones entre EEUU e Irán: los neocon y Tea Party exigen a Obama la peor opción para domar al país asiático. ¿Torpeza política? Exacerba el sentimiento anti-iraní allá donde se exhiba, dificultando una salida pacífica a los conflictos existentes entre ambos gobiernos.
Confíen en su instinto. ¡No vayan a ver esta película!