
En un escenario político convulso, Argentina parecía destinada a repetir ciclos de aspiraciones truncas hasta la irrupción de Javier Milei. Tras el fracaso de la rebelión contra el presidente, brotó un instinto de monarquía informal: figuras de todos los rincones de la política buscan hoy ostentar lealtades que aseguren un lugar en el poder. La efervescencia del 26 de octubre dejó en claro que, mientras el Peronismo languidece, La Libertad Avanza goza de un vacío político que él se encargó de ocupar con rapidez inusitada.
James Neilson, en su habitual columna de opinión en la Revista Noticia, desarrolló la idea del brote de un instinto monárquico en el seno del ejercicio del poder en Argentina.
Desde la convención presidencial hasta los pasillos de la Cámara de Diputados, la euforia electoral ratificó la percepción de triunfo de los Milei.
Karina Milei, hermana del mandatario, se convirtió en pieza clave de la estrategia comunicacional, alimentando la narrativa de un movimiento ascendente. La fractura interna del Peronismo, debilitado tras años de pugnas entre facciones, no encuentra alternativa viable para enfrentar el rumbo oficialista. Cualquier intento de retornar al rol tradicional de continuidad menemista amenaza con rehenes de una historia que dejó cicatrices profundas.
Históricamente, el Peronismo funcionó como una gran asociación de ayuda mutua, integrando corrientes disímiles bajo el liderazgo de un caudillo carismático. Hoy, la figura de Cristina Fernández no logra contener el proceso de encogimiento: la exmandataria ve cómo dirigentes con larga trayectoria cambian de casaca ante la falta de un proyecto colectivo sólido. Este éxodo alimenta directamente a La Libertad Avanza, formación todavía en construcción que admite a políticos de otros partidos sin escrúpulos ideológicos ni cuestionamientos de pasado.
El recetario de Sturzenegger, fortalecido
En el ámbito económico, el nuevo gobierno impulsa un recetario de reformas radicales. Federico Sturzenegger, designado al frente del equipo de asesoría, trabaja contra barreras proteccionistas forjadas por décadas de políticas de “justicia social” e industria nacional. La apertura de mercados y la eliminación de subsidios prometen un crecimiento sostenible, pero dejan ganadores y perdedores: decenas de miles de pymes, incapaces de competir con gigantes foráneos, afrontarán una sangría de empleo y una presión financiera inédita. La historia de los programas liberales advierte sobre el riesgo de un repunte del desempleo que, además de socavar la confianza, puede convertirse en combustible para el malestar social.
Ese malestar ya comienza a articularse. Sectores de pymes y trabajadores desplazados cocinan en privado un resentimiento que podría cristalizar en una oposición formidable. A la par, los llamados “ñoños republicanos”, que respaldan la liberalización económica, se distancian del estilo agresivo y a veces ultrajante que algunos identifican con el mileísmo. Ciudadanos comunes, hartos de las expresiones soeces y la retórica beligerante, miran con desagrado un discurso que perciben como síntoma de decadencia institucional.
El capital humano argentino exhibe una elevada tasa de población funcionalmente analfabeta y un bajo desempeño en habilidades matemáticas.
El terreno educativo ofrece un panorama igualmente grave. Las políticas progresistas de los últimos años, destinadas a no exigir esfuerzo a los sectores más vulnerables, han contribuido a un sistema menos riguroso.
Para Milei, esta realidad debería erigirse en “batalla cultural”, pero su gobierno no muestra un plan concreto para revertir el deterioro. Sin una mejora sustancial en la educación, todas las reformas económicas corren el riesgo de naufragar en una sociedad carente de formación crítica.
Javier Milei y La Libertad Avanza marchan hacia un liderazgo fortalecido, heredero de un espacio vacío que el Peronismo no supo defender. Las reformas económicas, aunque estructurales y a largo plazo necesarias, traerán costos sociales elevados y un posible recrudecimiento del desempleo.
La oposición futura se gestará en torno a la frustración de quienes pierdan privilegios y al rechazo al estilo agresivo del oficialismo. Y, por encima de todo, el desafío educativo —heredero de una compleja trama de políticas— define el talón de Aquiles de este ambicioso proyecto libertario. Sin resolverlo, el país podría quedar irremediablemente rezagado.


