Por Gillespie
Para Télam
Gestor cultural, descubridor, caza talentos de puntería asombrosa, Jorge Álvarez fue un verdadero precursor y un personaje central de algunos de los momentos más luminosos de la vida cultural argentina desde los 60 para acá.
Existe un inexorable fin de las vidas. Aquel lugar que nadie conoce donde los elefantes se pierden en la espesura de los pastizales para acostarse lejos de la vista de todos los demás animales y dar su último suspiro. El famoso “fade out“ de las canciones sin final, esas que no pueden terminar nunca, que no han sido concebidas con un final y por lo tanto siguen en un sinfín musical, donde la difícil tarea de terminarla recae en el potenciómetro de volumen de la consola. Así han concluido las mejores canciones del planeta. De la misma forma ha terminado la inusual vida de Jorge Álvarez.
Tuve la fortuna de hacerle una de sus últimas entrevistas en mi programa de Nacional Rock: Apareció una noche con el periodista Andrés Ruiz como amigo y percherón, su salud se desmoronaba día a día. Ya no tenía la fuerza física para seguir de cerca a su otra fuerza, la esencia del activista cultural.
“Jamás aflojé cuando vi una pizca de posibilidad de publicar las primeras obras de ficción de Rodolfo Walsh, Leopoldo Torre Nilson, Germán García o Ricardo Piglia”, me dijo esa noche. Las décadas de los 60 y 70 lo tienen a Jorge Álvarez como protagonista y precursor de la nueva intelectualidad latinoamericana. Desde su “Jorge Álvarez Editor” publicó los primeros libros de Juan José Saer, Quino, David Viñas y los mencionados Walshy Piglia. Como mentor del sello discográfico “Mandioca“ fue el descubridor de Manal, Miguel Abuelo, Moris, Tanguito Vox Dei, Almendra, Billy Bond y Sui Generis. En otras palabras, descubrió a todos.
Aquel movimiento de tímidos músicos reprimidos por el establishment, que salían por las noches a deambular por la Cueva de Pasarotus o el famoso La Perla del Once, ignorados por las compañías discográficas multinacionales (a las cuales solo les interesó el negocio del rock después del récord de ventas de Sui Generis) , aunque afortunadamente cobijados por Mandioca donde pudieron dar sus primeros pasos y construir ese gran proyecto colectivo que se llama rock nacional y que supo invadir toda Sudamérica evangelizando a países enteros que descubrieron esta nueva forma de expresión juvenil gracias a los grupos lanzados por Álvarez.
La historia gloriosa de los mejores años de nuestro rock le debe mucho a Álvarez, aunque a decir verdad jamás se tomó el tiempo para agradecérselo en vida.
1963 fue el año en el que cruzó el Atlántico para recalar un tiempo en España y en Francia en busca de experiencias nuevas, aunque siempre con el objetivo de resultar una herramienta para el desarrollo de los artistas. Álvarez nunca se corrió de su rol de editor, propagador, promotor o difusor cultural.
En el año 1966 fue investigado por la entonces flamante Side, que buscaba determinar sus vínculos con la Revolución Cubana. Obviamente, nada dijo de su encuentro con Fidel Castro en Cuba y los elogios que recibió por la publicación del libro “Proceso al sectarismo“ (1965) que narraba el proceso penal a Marcos Rodríguez Alfonso por parte deldictador Fulgencio Batista. También Álvarez editó el primer libro dedicado a la vida de Ernesto “Che“ Guevara, “Mi amigo el Che” del abogado y amigo personal de Guevara, Ricardo Rojo, en 1968. El libro fue un éxito descomunal y se edito simultáneamente en New York , Milán y Paris. Ese mismo año en plena dictadura de Onganía, en medio de aprietes y amenazas, decidió decirle adiós a los libros y dedicarse a promover músicos y bandas de rock, primero el sello Mandioca y en los setenta Talent.
Es allí cuando concede la audición a un dúo de chicos de una colegio secundario de la órbita del Ejército que quedaba en el barrio de Caballito, el Dámaso Centeno, que se hacía llamar Sui Generis. Con un piano y una guitarra criolla brindaron un improvisado concierto para Álvarez, Billy Bond (quien se encargaba de descubrir nuevos talentos) y Bebe Muñoz.
“No sé qué pensaban Billy Bond y Bebe, pero yo estaba absolutamente convencido de haber descubierto el grupo de mi vida, quienes después nos dieron un baño de éxito, los cité al día siguiente para firmar contrato y grabamos el disco en diez días, después yo elegiría los temas que quedarían”. El espíritu indomable de Álvarez no encontraba sosiego en el éxito de sus producciones, así fue como en 1973 se mudó a Rio de Janeiro. Solo los envases vacíos de las botellas de Jhonny Walker etiqueta negra saben las cosas que conversaban Álvarez y Vinicius de Moraes en su casa.
Su vuelta a Buenos Aires se debió a la convocatoria del general Perón para que organizara un concierto multitudinario de rock en el estadio de Atlanta en plena campaña de Héctor Campora. Así fue como se pudo ver a Billy Bond y la pesada del rock and roll junto a Campora en el escenario, una postal bastante inusual. Fue la primera vez en la que los rockeros se cruzaron con la política explícitamente. Un par de años después Álvarez se radicaría en Nueva York donde conocería a Salvador Dalí y Gala.
Movido por su ingobernable destino Álvarez se fue a vivir a España, donde comenzó otra vez a editar y promover músicos. Su objetivo era descubrir el Sui Generis español y a poco de estar lo encontró. La banda que eligió se llamaba Mecano y con algunos demos pudo convencer a los directivos de la CBS, que finalmente apostaron por la banda con la nada despreciable venta de 800.000 discos en su debut. Años después pasaría lo mismo con “Ole Ole“ y la infartante figura de su cantante Marta Sánchez.
La insólita decisión de volver a Argentina en 1988 para trabajar en el sello BMG jamás lo convenció del todo. A poco de llegar la crisis hizo que dejaran de fabricarse discos de vinilo. Las discográficas ahora eran oficinas ociosas sin nada que vender. Poco tiempo después Alfonsín dejaba anticipadamente su gobierno.
Estas son solo algunas de las intrépidas curvas de la vida de Jorge Álvarez un talento caza-talentos fundamental en la vida cultural argentina de los últimos 50 años. El rock argentino sólidamente instalado en el mundo entero tiene los cimientos apoyados en sus ideas.
Hasta sus últimos días intentó editar a nuevos grupos (a pesar de sus achaques) y la muerte lo sorprendió a sus 83, escuchando el compilado Mandioca Underground editado finalmente en cd hace un tiempo.
Las melodías que tan bien supo defender lo abrazaron en su morada final.