Por Reynaldo Sietecase*
La palabra que mejor representa a la Argentina es “boludo”. La responsabilidad de la elección recayó en el poeta Juan Gelman. A partir de una iniciativa del diario El País de España, en el marco del VI Congreso de la Lengua Española, que se desarrolla en Panamá, veinte escritores fueron invitados a definir a sus países con una sola palabra. La idea era que eligieran la palabra más autóctona del país, una palabra que al expresarla escrita o fonéticamente se identificara a qué lugar pertenece. El autor de Gotán entre cientos de vocablos posibles –y esquivando las previsibles “tango”, “mate”, “asado” o “pampa”– apostó a lo seguro y dijo: “boludo”. ¿Será esa la palabra que nos representa cabalmente?
“Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy –explicó Gelman-. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.
En ese encuentro se determinó también que el español es el segundo idioma materno que se habla en el mundo, superado sólo por el chino mandarín. Intelectuales, escritores y estudiosos de la lengua consignaron también que es uno de los idiomas que más crece en hablantes pero uno de los que más lectores pierde.
Ese dato dinamita el entusiasmo que despierta la vitalidad y expansión del idioma común. Y revela también nuestro nivel de boludez. Nos ponemos contentos porque el español crece pero no nos preocupamos porque cada vez se lee menos y el nivel educativo de nuestros niños es peor.
En esa lógica nos entusiasma que podamos producir alimentos para 500 millones pero no nos indigna lo suficiente que existan chicos con hambre. De hecho, en el Congreso de la Lengua que se hizo en Rosario en 2004, los alumnos de las escuelas votaron sus palabras preferidas. En los barrios más acomodados ganaron “máma”, “amigo” y “paz”. En los barrios pobres, “mamá” compartió el podio con la palabra “milanesa”.
Somos un país que condena masivamente la corrupción pero donde la mayoría no duda en pagar una coima. Dónde todos opinan pero nadie se mete. Dónde la culpa siempre es de otro y los méritos propios. Un pueblo que se queja pero no participa. Somos unos vivos bárbaros. En especial cuando nos creemos más de lo que valemos y, dejamos en claro, lo boludos que somos.
La elección de palabras es un juego intelectual pero revelador. Para Bolivia, Edmundo Soldán eligió la palabra “jailón”; el chileno Antonio Skármeta, votó por “patiperro”. Por Colombia, Laura Restrepo apostó por “vaina” y en México, José Pacheco, se quedó con la popular “pínche”. En Uruguay, Claudia Amengual, no se jugó y optó por “celeste”. El venezolano Rafael Cadenas apostó a “bochinche” y su colega ecuatoriana, Gabriela Alemán, la palabra “yapa”.
Pero no hay duda, “boludo” es insuperable. Además tiene una infinidad de variantes. Ya lo explicó Isidoro Blaistein en su “Balada del Boludo”, cuyo final hace un pequeño y amoroso racconto:
“Entonces vino un alegre y le dijo:
- Boludo alegre.
Vino un pobre y le dijo:
- Pobre boludo.
Vino un triste y le dijo:
- Triste boludo.
Vino un pastor protestante y le dijo:
- Reverendo boludo.
Vino un cura católico y le dijo:
- Sacrosanto boludo.
Vino un rabino judío y le dijo:
- Judío boludo.
Vino su madre y le dijo:
- Hijo, no seas boludo.
Vino una mujer de ojos azules y le dijo:
- Te quiero.”
*Tomado del blog de Reynaldo Sietecase