Por Santiago O'Donell
Para Revista Anfibia*
Que Nisman haya sido asesinado implica, al menos, que alguien violó la cerradura electrónica de su casa sin dejar rastro, que haya conseguido hacerse del arma de Nisman sin dejar rastros de un forcejeo, que le haya sacado la ropa al fiscal sin dejar rastros de ADN en sus prendas (o que lo haya convencido que se desnude solo), que lo haya conducido al baño sin dejar ni un rasguño o moretón en el cuerpo del fiscal, que le haya disparado a quemarropa desde un ángulo ascendente indicativo de una herida autoinfligida, que haya manipulado un cadáver, una mano y un dedo índice rígidos por el espasmo de la muerte violenta para colocar la pistola de forma tal que parezca que él se hubiera disparado a sí mismo, y que haya salido del baño sin dejar rastros pero habiendo colocado el cuerpo de Nisman de manera tal de que obturase la entrada.
Además, para que la historia cierre, a este brillante y casi invisible supuesto asesino hay que ponerlo a trabajar en tándem con el más que torpe Lagomarsino, el colaborador de máxima confianza de Nisman, que sin embargo lo habría traicionado al darle el arma a sabiendas de que sería utilizado por el asesino casi invisible, aunque sin darse cuenta de que, al facilitar su pistola, se estaba implicando en el supuesto asesinato.
Todo esto, claro, al amparo de una zona liberada ordenada por Cristina o Stiuso y una gran conspiración que incluiría a Berni, los custodios, la ambulancia y los medios que se inclinan hacia la hipótesis del suicidio, incluyendo este.
*Fragmento de la nota titulada Pruebas y sospechas