Aquel polvo limpiador hace muchos años que dejó de fabricarse, las normativas de la RAE, por el contrario, continúan vigentes. La lengua inglesa carece de Academia, ¿hasta qué punto esa ausencia la perjudica y hasta qué punto la beneficia?
Por Vicente Battista
La frase publicitaria de un antiguo polvo de limpieza era casi igual a la que desde su fundación, en 1714, postula la Real Academia Española. Aquel polvo limpiador hace muchos años que dejó de fabricarse, las normativas de la RAE, por el contrario, continúan vigentes. La lengua inglesa carece de Academia, ¿hasta qué punto esa ausencia la perjudica y hasta qué punto la beneficia? La pregunta tiene diversas respuestas que a su vez generan nuevos interrogantes.
"Limpia, brilla y da esplendor”, prometía el envase que mostraba a una diligente señora con un vestido que le llegaba casi a los tobillos. No era un vestido de fiesta sino de limpieza. La señora iba a paso rápido, sostenía una escoba en su mano derecha y cargaba un escobillón sobre su hombro izquierdo. Llevaba trenzas al aire y felicidad en su cara: se encaminaba a cumplir con su misión de limpiar, dar brillo y esplendor. La frase, higiénica por donde se la busque, me asombró desde la primera vez que la vi en aquel tarro de Puloil que descansaba, indiferente, sobre uno de los estantes de la cocina de casa.
Años después de aquel primer encuentro volvería a leerla, con una ligera variante —“Limpia, fija y da esplendor”— en la portada del Diccionario de la Real Academia Española. Entonces me pregunté quién había plagiado a quién: los publicistas a los académicos o los académicos a los publicistas. Luego supe que la primera edición del Diccionario de la RAE data de 1726, mientras que el Puloil habría comenzado a fabricarse a finales del siglo XIX o a comienzos del XX. Por simples razones de antigüedad, el mérito de la frase habrá que dárselo a la Real Academia Española; por otra parte, el Puloil ha dejado de existir, en tanto que la RAE persiste en su propósito de limpiar, fijar y dar esplendor.
El año 1492 fue esencial para el reino de España: el 2 de enero cayó Granada, de ese modo los Reyes Católicos pusieron fin a casi cinco siglos de dominio musulmán; nueve meses más tarde, el 12 de octubre, Cristóbal Colón desembarcó en América. En ese mismo año, Antonio de Nebrija entregó a la reina Isabel el “Diccionario Latino-Español” y la “Gramática Castellana”, dos obras que eran el resultado de lo que la propia reina le había requerido: pasar al español las voces latinas; la “Gramática Castellana” se convirtió en la primera gramática de lengua vulgar que dio el Renacimiento. Las fechas no son caprichosas: el imperio español había expulsado a los musulmanes, se disponía a someter a un nuevo continente y de hecho debía organizar la fijación de su lengua. Nebrija dedicó su libro a la reina Isabel ya que, según señala en el prólogo, “en cuya mano y poder no menos está el momento de la lengua que el arbitrio de todas nuestras cosas (…) i saco por conclusión, mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio; i de tal manera lo siguió, que junta mente començaron, crecieron i florecieron”. Y ya en las líneas finales destaca: “El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a vuestra real Majestad, i me preguntó para qué podía aprovechar. El mui reverendo padre Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; i, respondiendo por mí, dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros i naciones de peregrinas lenguas, i con el vencimiento aquellos ternían necesidad de recibir las leies que el vencedor pone al vencido, i con ellas nuestra lengua”.
Este abusivo propósito se cumplió de pleno durante la conquista y sometimiento de los pueblos originarios de América. Sin embargo, la “Gramática Castellana” de Nebrija cayó en el olvido y recién volvió a publicarse a mediados de 1714, pocos meses después de que el rey Felipe V aprobara la constitución de la Real Academia Española. Desde entonces, mucha agua ha pasado bajo el puente gramatical, hubo diferentes intentos de modificar ciertas normas. Podríamos recordar la tenacidad de Sarmiento, dispuesto a desterrar definitivamente a la hache y a reemplazar ciertas letras: la ge por la jota, la i latina por la y griega, o la insolencia de García Márquez, cuando el 8 de abril de 1997, en un reportaje para La Jornada, de México, postuló que había que simplificar la gramática y “liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa”, y propuso “humanizar sus leyes y jubilar la ortografía: terror del ser humano desde la cuna”.
“Jubilar la ortografía”, de alguna manera esa propuesta se iba a cumplir poco tiempo después: el blog y el twitter se ocuparon de llevar a cabo el trámite jubilatorio. A estos recientes sistemas de comunicación parecen no importarles las normativas de la RAE, por lo que hacen que la gramática camine libremente, como Pedro por su casa. Aquel Puloil que limpiaba, daba brillo y esplendor, desapareció hace años. ¿Pasará algo parecido con la Real Academia Española y su persistente propósito de limpiar, fijar y dar esplendor?
Especial para Télam