Murió Dick Cheney

Perfil del halcón de Bush que diseñó la invasión a Irak sustentada en la mentira de las "armas de destrucción masiva"

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Dick Cheney, exvicepresidente de Estados Unidos durante la presidencia de George W. Bush, falleció a los 84 años tras una neumonía irreversible. Su familia lo despidió con elogios patrióticos, destacando su “coraje, honor y amabilidad”. Pero para millones de iraquíes y estadounidenses, su nombre evoca otra cosa: invasión, muerte y mentira.

Miles de personas murieron por la invasión a Irak sustentada en la mentira de las "armas de destrucción masiva" que jamás fueron halladas

Cheney fue uno de los principales artífices de la llamada “guerra contra el terrorismo”, que tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 derivó en la ocupación de Irak. Como secretario de Defensa en 1991, ya había dirigido la intervención en el Golfo Pérsico. Luego, como vicepresidente, diseñó junto a otros neoconservadores una operación militar que dejó más de 24 mil civiles muertos y 9.300 soldados fallecidos.

Mentiras fundacionales

La guerra de Irak se justificó con una batería de falsedades: supuestos vínculos entre Saddam Hussein y Al Qaeda, acusaciones infundadas sobre armas de destrucción masiva y una narrativa de amenaza inminente. Sin embargo, documentos como la Guía de Política de Defensa de 1992 y el manifiesto del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC) revelan que la invasión estaba planificada mucho antes del 11-S.

El PNAC, fundado por figuras como Robert Kagan y Bill Kristol, promovía una política de fuerza militar y unilateralismo. Cheney, junto a Donald Rumsfeld, John Bolton y otros miembros del think tank, ocuparon cargos clave en la administración Bush y aceleraron la invasión desde el primer día de gobierno.

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Petróleo y poder

Apenas semanas después de asumir, Cheney lideró un grupo de trabajo energético que se reunió en secreto con ejecutivos petroleros. En marzo de 2001, el Pentágono elaboró un documento sobre “demandantes extranjeros para contratos de campos petroleros iraquíes”. La guerra no solo fue geopolítica: fue también económica.

El vínculo entre la industria petrolera y los altos funcionarios del gobierno —incluida Condoleezza Rice— refuerza la hipótesis de que el acceso a recursos fue un motor central del conflicto. La guerra de Irak no fue una reacción: fue una estrategia largamente incubada.

El día después

Tras la invasión, la indignación pública limitó la capacidad de Estados Unidos para intervenir militarmente en otros países. Pero lejos de retirarse, los neoconservadores mutaron. Abandonaron el PNAC y se reconfiguraron en nuevos espacios como la Iniciativa de Política Exterior, blanqueando su legado y posicionándose incluso como “resistencia” frente a Donald Trump.

Robert Kagan, cofundador del PNAC, llegó a afirmar en 2008 que el neoconservadurismo está “profundamente arraigado en la historia estadounidense”. Su artículo “Neocon Nation” muestra cómo, después de Irak, la batalla se trasladó al plano cultural: una guerra por el alma de Estados Unidos.

Obama y la continuidad encubierta

La llegada de Barack Obama generó esperanzas de un cambio. Su discurso pacifista y el Premio Nobel de la Paz parecían marcar el fin de las “guerras por petróleo”. Sin embargo, su administración continuó con operaciones encubiertas, guerras cibernéticas y drones. El estilo cambió, pero la lógica se mantuvo.

Muchos opositores a la guerra de Irak se negaron a reconocer que Obama perpetuó la política intervencionista, aunque con una retórica más amable. El culto mediático a su figura ocultó una continuidad estructural: la de un Estado moldeado por los neoconservadores.

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