Eso proyecta la activista de Greenpeace Camila Speziale luego de la experiencia en el Ártico, que terminó con meses de detención en una prisión rusa.
Por Juan Ignacio Agosto
Para Infonews
Camila Speziale volvió al país el sábado 28 de diciembre, después de estar 61 días detenida en Rusia por haber participado de protesta contra una plataforma de extracción de petróleo de Gazprom. El buque Arctic Sunrise de Greenpeace, en el que viajaba junto a otros 29 activistas, fue abordado por la guardia de frontera rusa y remolcado hasta el puerto de Múrmansk, donde Camila y otro argentino, Hernán Pérez Orsi, pasaron un mes y medio detenidos hasta que fueron trasladados a una cárcel de San Petesburgo.
Hoy, a tres meses y medio de ese episodio, Camila luce otro semblante. Cambió la cara triste por una sonrisa, hace chistes sobre lo que vivió y no puede evitar la sorpresa de ver su cara en gigantografías por toda la ciudad.
-¿Te paran por la calle?
-No me paran en la calle pero ayer estaba en un restaurant de comidas rápidas y pasa una señora por la ventana y me empieza a saludar (mueve mucho las manos). Ayer por ejemplo fui al dentista y el tipo no me reconoció. Está buenísimo que de vez en cuando no me reconozcan porque en todos los lugares que fui me reconocieron. Todos. Pero siempre bien, con buena onda.
-¿Y cómo es eso?
-Es rarísimo. El del supermercado agarró el documento y me dice: "Speziale... yo a vos te tengo de algún lado". Le conté y nos quedamos charlando. Me dijo que él hubiera hecho lo mismo pero si era mi papá me hubiese cagado a puteadas. También me pasa que voy a la guardia y me saco una foto con los médicos. Es bizarrísimo.
-Es raro verte en carteles, también, ¿no?
-Claro, estoy en el colectivo y veo una gigantografía con mi cara y lo que hago es hacer así (agacha la cabeza y se tapa la cara) para que la gente no se dé cuenta que soy la misma que está ahí arriba. Es raro pasar de la nada a que la gente sepa mi nombre y apellido, o el de mis papás.
-Ellos siempre te apoyaron, lo hicieron público, pero ¿nunca te dijeron nada en privado?
-No, de hecho a mis viejos les dije que me iba a una acción lejos, que me iba por un mes y que era por Europa. Y mi papá se puso hipermega contento, me empezó a decir a qué lugares tenía que ir. A ellos les moviliza la causa pero lo que más los moviliza es que yo tome mis propias decisiones.
-¿Hacía mucho que te habías acercado a Greenpeace antes de partir?
-Yo soy voluntaria desde hace 4 años en el área logística. Pero esto fue algo extraordinario para un voluntario. Estamos acostumbradísimos a hacer acciones acá en Argentina (se colgó del balcón de Julián Domínguez en el Congreso y del Centro Cívico de San Juan capital), pero que te llamen para una acción de Greenpeace internacional, que te vas con un montón de gente, eso para uno como voluntario... Yo no podía creer cuando vinieron y me dijeron: "Te elegimos a vos".
-¿Cuánto tardaste en decir que sí?
-"Hola, Cami, hay una acción de Greenpeace internacional, no te puedo decir en dónde, me podés contestar dentro de unos días si querés", me dijeron cuando me llamaron. "No, no, ya te digo que sí", respondí. Si no lo hago ahora, ¿cuándo lo voy a hacer?
Camila, con 21 años, era la más joven de los 30 y nunca había viajado sola. Como la organización trabaja con extrema confidencialidad para evitar que las acciones se frustren de antemano, no les contó ni a los amigos a dónde se iba. Al llegar al aeropuerto se le acercó un joven y le preguntó si iba "al barco". "¿Qué barco?", preguntó con prudencia, hasta que otra persona se acercó y explicó que eran todos de la organización.
-¿De eso no te había advertido Greenpeace?
-Yo sabía que alguien iba a haber y que de ahí tenía que ir al barco. Cuando me los encontré los conocía de nombre y de vista.
-¿Cómo fue la vida en el barco?
-Tenía un poco de miedo, porque nunca había estado arriba de un barco tanto tiempo (20 días), pero era una oportunidad única. Es raro explicar la vida en el barco. Aprendí muchas más cosas que las que aprendí en un año, es toda gente grosísima. Tomás café con leche con el capitán del primer barco que se hundió de Greenpeace (el Rainbow Warrior, hundido por agentes de la Dirección General de la Seguridad Exterior francesa en 1985) es "wow". Ahora pienso en el barco y me agarra una nostalgia terrible de lo bien que la pasamos. Era estar haciendo algo responsable y disfrutándolo. A las 7 y media de la mañana te despertaban y, por ejemplo, nos poníamos todos a limpiar el barco. Esas cosas extraño, aunque suene raro: pasar el trapo en el barco, limpiar un baño, estar todos en la misma y que no importe quién sos. Ahora que no estoy con todos ellos es rarísimo. Extraño hasta las tostadas en el barco.
-¿Se siguen hablando? ¿Organizaron para juntarse?
-Me hice amiga de dos de las chicas, una de Finlandia y otra de Inglaterra, que el año que viene van a venir a pasar navidad acá. Hablé con ellas hace un par de días por Skype y fue rarísimo. Nadie mejor que nosotros puede entender todo lo que nos pasó. Por más que lo trate de explicar, es con esa gente con la que me entiendo y no tengo que explicar cómo me siento
-¿Cómo fue la situación de la detención? ¿Te habían advertido que podía pasar antes de ir?
-No pensé que algo así iba a pasar, nadie pensó. Por ahí uno piensa que Rusia es un país muy duro, pero no pensé que en Rusia ni en ningún país podía pasar esto. Creo que por ahí nos agarró de sorpresa eso. Lo máximo que yo creí que iba a pasar era lo que nos dijeron: que iba a ser un trámite administrativo.
-¿Greenpeace?
-No, cuando nos abordan en el barco. Se suben al barco el 19, navegan con nosotros hasta Múrmansk y dejan entrar a todos los los cónsules, que nos dicen que nos iban a sacar por unas horas y firmar unos papeles, nada más. Una hora después viene una traductora, llorando, y nos dice: "Vengo a informarles que los van a sacar del barco". Cuando le preguntamos cuánto tiempo nos dijo que no iba a ser más de 24 horas. Entonces yo agarré lo que tenía a mano. Una vez ahí nos dijeron que íbamos a estar dos días en un centro de pre-detención para ver qué pasaba.
-Ahí ya te asustaste.
-¡No! Porque además estaba con otras dos chicas, en el mismo cuarto. Hasta nos reíamos, hacíamos chistes diciendo "che, qué cagada que esto se termina, la estábamos pasando re bien". Una semana después nos acordábamos de eso. Era todo irreal.
Camila estuvo un mes y medio detenida en Murmansk, en una habitación de tres por tres con cuatro camas cuchetas. Luego, antes de que cambiara la carátula de piratería a vandalismo, fue trasladada a San Petesburgo, donde fue liberada bajo fianza poco después.
-¿Cómo era la celda? ¿Qué hacías para pasar el tiempo? ¿Siempre estuviste sola?
-Estaba sola, sí. Era un cuarto, yo no esperaba que fuera un cuarto, esperaba la celda con los barrotes. Pero igual era horrible, nadie había limpiado, no podías abrir la ventana. Greenpeace dos veces por semana me mandaba una bolsa con comida y otras cosas. Las frutas llegaban cortadas, podía tener una sola lapicera (azul, con la que escribió las cartas), confiscaron mazos de cartas, dados, los libros pasaban por una inspección y no llegaban a destino. Ahora tengo 15 libros para leer (risas).
-¿Y en San Petesburgo?
-Nunca nos dieron una razón para trasladarnos, no entendíamos. ¿Nos querían mejorar las condiciones porque sabían que estaba mal o porque nos íbamos a quedar más tiempo? Era un cuarto gigante, paredes pintadas de rosa, una heladera, dos ventanales gigantes. Ahí había dos chicas, que no hablaban inglés, que estaban hacía 7 meses ahí. Ellas me decían: "Todo esto es porque vos viniste". De hecho cambiaron solo las celdas en las que estábamos nosotras.
-¿Y el trato con los guardiacárceles como era?
-En general era bueno, ellos estaban contentos de que podían hablar inglés con nosotros. Para ellos eramos los famosos que estaban adentro de la cárcel. Una vez uno abrió una ventanita y dijo: "Che, si necesitás algo, más agua, avisame, lo que necesites". Nos mejoraron todo porque se dieron cuenta del lío mundial que generó todo esto y tenían miedo de que después salgamos a decir que las condiciones en la cárcel eran malas. Que lo voy a decir igual porque es una cárcel.
-¿Contaste que te enterabas de lo que pasaba por televisión. ¿Cómo hacías para interpretar lo que se decía? ¿Había noticias sobre ustedes?
-Deducía más o menos. Hablaban de nosotros, sí, pero en algunos canales bien y en otros mal. Por Euronews me enteraba hasta cosas de acá. Cuando a Cristina la internaron yo me enteré por la tele. También me enteré por la tele que habían cambiado la carátula. Pero era difícil, más o menos deducía, a veces con las chicas hasta inventábamos historias que no pasaban.
-Ya que hablaste de Cristina, ¿cuál era tu concepto del gobierno antes? ¿Cambió?
-(Hace una pausa dubitativa) Tengo que admitir que la Embajada conmigo se porto de diez. El embajador (Juan Carlos Kreckler) estaba en Moscú y se fue a San Petesburgo para acompañarme al aeropuerto, comí con él. Estaba llorando de la emoción. Le tocó mucho en lo personal que me hayan liberado. El cónsul (Jorge Zobenica) me dijo que estuvo muy mal cuando nos dieron los dos meses, que le dolía que estuviésemos en la cárcel. Ya no importaba de qué bando político eras o si apoyabas o no al gobierno, era una cuestión humanitaria. Jorge excedió su trabajo de cónsul. Si no hubiese sido por Jorge, yo no me habría podido comunicar con mis papás. Él escaneaba mis cartas y se las llevaba. Por lo que me contaron mis papás, acá Cancillería se portó de diez también.
-¿Viste el programa de Feinmann?
-Lo vi, sí.
-¿Qué opinás de lo que dijo?
-Me chupa un huevo, qué se yo, es Feinmann. Yo no me lo tomo personal. Obviamente que se fue a la mierda con lo que dijo, pero sé que es su forma de ver las cosas y es así con todo el mundo. No voy a decirle que deje de opinar, es su libertad. Si él quiere decir eso que vaya y lo diga. Pero no me gusta que hablen así cuando no me conocen. Ojo, tampoco es que quiero tomarme un café con él y que me conozca mejor.
-¿Y si te invitara el programa?
-No sé si iría, ¿para qué? Me cago de risa porque ya leí comentarios en Twitter de gente que dice que soy una boluda, que tengo 21 años y no tenía un pedo mejor que hacer. Pero que diga que Greenpeace quería verme muerta...
-Ya que mencionaste Twitter, ¿cómo tomaste las opiniones sobre vos ahí?
-Lo que pasó es que hay mucha gente que se puso a ver tuits de cuando tenía 15 años, que son obviamente tuits bastante boludos. Pero en base a eso se pusieron a opinar.
-¿Te puso mal eso?
-Más o menos, nunca me gustó que la gente hablara mal de mí sin conocerme. Llegué a pensar en cerrar la cuenta porque no me hace bien. Por suerte igual tuve más comentarios positivos que negativos. Pero el tema es que si te ponés a ver cosas que yo hacía cuando tenía 15 años... Obviamente que cambiamos. Cuando me puse a leerlos, dije: "Qué boluda que era". Pero ahora es como que tengo que cuidarme de todo lo que digo. Si me quiero comer un choripán en la costanera ya están tuiteando sobre eso.
-¿Cómo sigue lo tuyo dentro de la organización? ¿Te ofrecieron algún puesto más alto? ¿Te llamaron para participar en algún otro lado, partidos políticos, organizaciones?
-Partidos políticos no. El que me ofreció que hagamos cosas juntos fue Juan Carr, que es un crack. Pero dentro de Greenpeace no soy mejor ni peor que cualquier otro voluntario, voy a seguir limpiando el taller, ensuciándome, lijando madera.
-¿Y desde el punto de vista personal?
-Estoy estudiando fotografía con Andy Goldstein y quiero empezar a estudiar el año que viene en ARGRA y dedicarme al fotoperiodismo. La fotografía también es una herramienta de cambio.