Por David Torres
Para Público
Nadie hace más por ampliar los límites de la libertad de expresión que un censor. El último, Bartomeu Marí, director del MACBA, ha prohibido la exposición de una escultura para no ofender al célebre monarca campechano, sin caer en la cuenta de que, al prohibirla, le ha proporcionado una difusión urbi et orbi. Hot Couture 4 Transport, un mamotreto horrendo cuya encarnación física habrían visto aproximadamente trescientas personas, ayer se convirtió en una Gioconda planetaria en versión viral. No se sabe si la cancelación y su repentina fama mundial le habrán hecho más daño al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, a la institución de la Corona, o al arte escultórico en general.
Ines Doujak ha conseguido lo que ya parecía casi imposible en la escena del arte contemporáneo: un gran escándalo. Se puede ofender a Alá, pero al rey Juan Carlos no, lo cual da una interesante perspectiva teológica sobre la monarquía española. Hace sólo unos días, la inefable Ana Botella consiguió una publicidad inesperada para Soziedad Alkoholika al vetar un concierto del grupo porque podía escandalizarse el personal. Lo hizo en aras de las buenas costumbres, no por el daño infligido a la música, lo cual hubiese sido una decisión igual de injusta aunque menos arbitraria. Más ofende a las musas Julio Iglesias y le dan medallas.
Marí tenía una excusa a mano bien sencilla, estética y nada política, para prohibir la visión pública de la obra de Doujak: que su estatua es más fea que pegar a un padre el Día del Padre. O sea, hoy. Sin embargo, esta polémica decisión anularía de inmediato buena parte de las galerías del MACBA, del MOMA, del Reina Sofía y cancelaría ARCO por los siglos de los siglos. No, a Doujak la censuran por ser en exceso explícita, por confesar directamente el motivo de su inspiración: un retrato, una alegoría que refleja las relaciones entre “La bestia y el soberano”. El conjunto escultórico representa una sodomización en trío perpetrada encima de unos cascos bélicos; la primera figura está a cuatro patas ramoneando unas acelgas, la segunda, arrodillada detrás de él y dándole bien por saco, lleva un casco quizá de minero; y la tercera, de pie, cerrando el círculo, consiste en una especie de perro lobo o de lobo perro, vete a saber.
Al primer golpe de vista (es difícil echarle dos), y sin haber leído el texto de la noticia, la figura receptiva y ramoneante me pareció vagamente inspirada no en el rey Juan Carlos, sino en Manuel Torreiglesias, el presentador de Saber vivir. Contemplada desde esta perspectiva, la escultura (o lo que sea) parece un anuncio del programa, una invitación a la vida sana: haz el amor, no la guerra. Y también: come mucha verdura y folla mucho, puedes hacer las dos cosas a la vez, e incluso practicar la zoofilia, si te apetece y, sobre todo, si le apetece al perro. No obstante, al teledirigir burdamente los ojos del espectador para que vean lo que ella quiere que vean, Doujak se ha cargado la ambigüedad, uno de los principios fundamentales en la recepción de cualquier obra de arte. Recuerdo que una vez, plantado delante de un monigote retorcido muy parecido a una boñiga al óleo, un joven se echó a reír a carcajadas y el pintor, allí presente, le reconvino porque no se había fijado en el título de la pintura: “Auschwitz”. El joven, secándose las lágrimas de la risa, respondió: “Perdona, hombre, pero la culpa es tuya. Haberlo pintado bien”.