Fue una fiesta tradicional desde el inicio con la Cueca de la Viña Nueva hasta el malambo final. Como siempre, gran parte del público festejó el show y otra buena parte sólo fue a por otro clásico: la elección de la reina. Galería de fotos.
El show, guionado por Arístides Vargas, se centró en los recuerdos de infancia de un hombre que vive la vendimia ya de adulto.
Fue una fiesta clásica con todo lo que esa palabra significa: no rompió ningún molde de los clásicos de la fiesta. Desde el inicio, con la Cueca de la Viña Nueva, pasando por la abundancia de tonadas, hasta el malambo final. Nada de vanguardismos.
En ese contexto, se destacó el cuadro “Mendoza alada”, una apuesta al colorido donde el vestuario y la utilería intentarán recrear el canto de especies que habitan Mendoza, como el zorzal, el colibrí, el hornero y el tero, entre otros.
Otro de los cuadros intentó recrear la importancia de las acequias para Mendoza, y el rol de los árboles de la flora nativa. Bailarines con ramas ofrecieron cuecas al público. En el cuadro del otoño se desplegó la estrella de esta vendimia: el mapping.
Tres clásicos con los que hay que cumplir a rajatabla en los guiones vendimiales fueron rescatados por Vargas: la helada, la Virgen de la Carrodilla y los inmigrantes.
Para el final el combo del vino, un recordatorio de Leonardo Favio y de San Martín, la sensual Zamba Azul, la alusión al latinoamericanismo con un cuadro de banderas multicolores bajando de los cerros y un gran malambo que dió el broche antes de que suene infinitas veces la Marcha de la Vendimia.