Carolina Reymúndez, cronista de viajes, cuenta cómo es ganarse la vida conociendo ciudades y parajes subida a aviones, trenes, bicletas y lomo de caballo, algo que con toda lógica ella llama "el mejor trabajo del mundo".
Por Leticia Pogoriles
Para Télam
El cruce perfecto entre geografías físicas y humanas a través de crónicas por diferentes ciudades es el resultado del libro "El mejor trabajo del mundo", donde la cronista de viajes Carolina Reymúndez no sólo repasa sus trabajos publicados, sino que se sumerge en su pasado viajero y en aquellos recuerdos que la convirtieron una de las periodistas con más kilómetros recorridos.
Reymúndez (Buenos Aires, 1971) se jacta -aunque con cierto temor- de que sólo entre diciembre y enero de este año recorrió 5.000 kilómetros y conoce cerca de 70 países. "Hace unos días visité a mi hermana y antes de irme me regaló una remera con un dibujo de un ancla `para que te quedes un poco quieta`, me dijo. No se lo comenté, pero creo que ya es tarde", bromea en diálogo con Télam.
Y reflexiona: "todavía se ve raro que una mujer viaje sola".
Al comienzo del libro, ella busca intensamente un cassette con una entrevista realizada hace 20 años a Paul Bowles, una referencia clave de escritores viajeros y autor de "El cielo protector".
Esa es la primera escala para recorrer su propio universo a través de las crónicas alrededor del mundo, que desnudan con precisión y prosa cálida la experiencia cultural de viajar y comprender otras realidades.
Reymúndez es redactora de la revista Lugares, columnista de viajes en el diario chileno La Tercera y fundadora de viajeslibres.com, donde narraba detalles e historias que trascendían el artículo turístico y que fue el germen de este libro publicado por SüdPol. "Fue un intento de atrapar algo antes de que se volara", dice y afirma: "A veces, la vida del cronista de viajes tiene algo de la del taxista: no se sabe cuál será el próximo destino".
Todo empezó hace 17 años, en Tánger, Marruecos. "Toqué el timbre de la casa de Bowles sin cita previa, me dejó pasar y grabé una charla con él. Un día me puse a buscar ese cassette en mi casa, y mientras no lo encontraba, me topaba con recuerdos de viajes. La búsqueda del cassette es también una metáfora. De esa búsqueda -y de mis obsesiones- surge el libro", arranca la autora, que cuando no viaja, vive en Buenos Aires.
- ¿Cuál fue el criterio de selección de las crónicas?
-No es una selección de crónicas, sino que están muchos de mis mejores y peores viajes, y reflexiones sobre este trabajo que algunos creen que es como vivir de vacaciones.
Hay un viaje al desierto chileno con una banda de naturalistas estadounidenses, groupies de las flores, y otro a La Prairie, una clínica suiza donde van a inyectarse una pócima que creen que estira la vida; un viaje por la Cordillera de los Andes a caballo para buscar unas vacas; un recorrido por el México millonario de Carlos Slim y un recuerdo chancho de la India.
-¿Cómo es tu dinámica de trabajo?
-En dos palabras: viajar y escribir. Cuando estoy de viaje anoto mucho, anoto todo. Mis impresiones, lo que veo y siento en el momento, en caliente, que es distinto a cómo se ve a la vuelta, cuando el viaje ya entró en la categoría de recuerdo y se enturbia y es más difuso. Al regreso, busco una ventana o por lo menos una gotera para volver al viaje. Cuando lo logro, me siento a escribir.
-¿Qué `expertise` hay que tener para escribir sobre viajes?
-Posiblemente la misma que para escribir en general. Primero, la mirada. Ver y hacer un esfuerzo por comprender lo que se ve. Y después lograr traducirla en palabras. No creo que haya una habilidad de manual, cada uno tiene la propia.
-Sobrevuela una búsqueda interna, hacia dónde crees que vas?
-Cada uno tiene sus búsquedas y lugares a los que quisiera ir. En mi caso, la búsqueda pasa por una inquietud, cierto deseo de hacer una excursión por un viaje del pasado y revivir momentos de ayer con la mirada de hoy.
-En ese sentido, la memoria tiene mucho peso...
-Mucho. El libro es un intento por clasificar recuerdos, por ordenarlos, reunirlos así, impuros como son. Aunque sé que es una misión imposible, como la de ese campeón de memoria de Estados Unidos que va a cenar con sus amigos y al llegar a la casa después de haber vuelto en metro recuerda que había ido en auto.
Me gusta trabajar con la memoria propia y ajena, ver cómo cada uno recuerda distintos aspectos de una misma situación. Alguna vez quisiera construir una historia con retazos de memoria de varios involucrados.
-¿Qué te apasiona de viajar?
-El tránsito. Asomarme por un rato a paisajes y otras vidas. Saber cómo es su día, qué comen, qué les preocupa, en qué creen, y volver para contarlo.
-En algún momento dudas entre viajera y turista, ¿qué opinás de esa distinción?
-Creo que envejeció mal. Que uno no es mejor que otro y que cada uno viaja como puede. Podés ir a un hotel cinco estrellas por trabajo o viajar de vacaciones y dormir en un camping o en una pensión, eso no importa. Más allá de las formas, lo fundamental es el acercamiento propio y único al lugar. Una vez más, la mirada.
-Otro tema que nunca dejas de lado es la soledad en tu vida, ¿fue adrede dar cuenta de eso en el libro?
-Uy, no...¿se notó mucho? Creo que mi vida tiene soledad como todas las vidas del mundo la tienen. El que no sale de su casa también puede estar solo. Todos estamos solos, pero todavía se ve raro que una mujer viaje sola.
-¿Qué es lo peor del mejor trabajo del mundo?
-Las agendas apretadas, los madrugones, los almuerzos obligados con secretarios de turismo o similares, la falta de tiempo libre. Muchas cosas te pueden dar malhumor, pero indefectiblemente, en algún momento del día sentís que tenés el mejor trabajo del mundo.
-¿Cuánta culpa genera eso?
-Bastante. Especialmente, la de no poder llevar a todos los que me piden en la valija. También, la culpa de que cuando digo de qué trabajo me pregunten por mi soledad.