Una mujer que vuela, un ovni que se posa sobre el avión presidencial, un calamar cocinado que embaraza a una mujer que se lo comió y muchas otras ridiculeces a simple vista leímos, miramos y escuchamos este año en la prensa. Si nos frenamos a pensar un minuto, tenemos que reaccionar.
¿Cómo? Lo primero que se me ocurre es ir a cagar a trompadas a todos los que tienen algo que ver con la estúpida subestimación hacia los consumidores de noticias. Pero ante la posibilidad de generar con eso algunos problemas judiciales no deseados, me freno en la acción y el consejo.
¿Entonces qué hacer?
Lo que corresponde: dejar de creer en los medios que nos tratan como si fuésemos tontos. De lo contrario no hacemos más que confirmar lo que somos: tontos, como creen.
Si dicen que una mujer de Santa Rosa anda volando porque está poseída, por qué tengo que creer en todo lo demás que diga ese medio. ¿Cuál es el criterio de veracidad en un medio que permite que se de un bolazo de ese calibre como una noticia real? Que hay una denuncia, que lo dijo un cura, que en el pueblo se sabe. Todos argumentos que no sostienen ni una línea de veracidad de una charla de café.
Parece una joda, pero atrás hay una persona. Y su declaración frente a los bolazos publicados fue mucho más inteligente que el tratamiento que le dieron los responsables de los medios que publicaron el caso de la mujer voladora. "No puedo correr, mirá si voy a volar", dijo.
¿Por qué creerle a un medio que publica que un calamar muerto y cocinado "embarazó" a la mujer que se lo comió con restos de no se qué sustancia que no le limpiaron antes de ponerlo a la venta para consumo? Si se puede afirmar esa estupidez sin que ningún mecanismo interno en el medio lo evite ¿qué podría impedir que todo lo que ese medio cuenta sea mentira?.
¿Hay alguna razón seria para creer en un diario que no sólo da por probada la existencia de ovnis, sino que se esfuerza en demostrar que un Objeto Volador No Identificado estuvo apoyado en el avión de la presidenta Cristina Fernández en pleno vuelo? No se me ocurre, a menos que estemos afectados por un raro síndrome anulador de la razón.
Los tres casos abordados son tan desopilantes e increíbles que es difícil de explicar que fueron publicados y que con sólo googlear pueden ser traídos al presente como muestra del periodismo que hicimos este año. No se trata de errores involuntarios, los tres casos, como muchos otros, no serían posibles sin la corrupción de las reglas básicas del periodismo.
Como consumidor me siento estafado, como periodista me da vergüenza por el oficio, que no tiene nada que ver con estas desviaciones permitidas sólo por la incapacidad de algunos pocos y, fundamentalmente, porque contribuyen al atontamiento general que promueven las corporaciones que les dan trabajo a los periodistas.
Bolazos como estos son vestidos de noticias por la incompetencia de los responsables de decidir los contenidos periodísticos de un medio. Pero también porque esos responsables se acostumbraron a que las noticias que publican son mentiras.
Si se miente sin tapujos sobre cualquier cuestión trascendente nada más que porque eso conviene a los que pagan el sueldo del responsable de la publicación, por qué no se va a mentir en güevadas irrelevantes como el "embarazo" de una comensal de calamar ocurrido en un lugar a miles de kilómetros de distancia del universo de consumidores del medio.
¿Si no se puede creer en ese tipo de noticias, fruto de la chantada de algunos, por qué habría que creer en las noticias disfrazadas con un velo de seriedad?
Por Javier Polvani