Por Eduardo Lucita
Para Rebelión
La desigualdad social global está “fuera de control”. Esta es la conclusión más general a la que arribaron un conjunto de organizaciones no gubernamentales reunidas en Oxfam, organismo internacional que busca combatir la injusticia de la pobreza en el mundo.
Según los datos informados por Oxfam en los días previos a la reciente reunión del Foro Económico Mundial en Davos, los multimillonarios más ricos del mundo -aquellas personas que su patrimonio supera los mil millones de dólares- suman 2153 y poseen más riqueza que el 60 por ciento de la población mundial. El 1% más rico del mundo tiene más del doble de riqueza que el 90% (6.900 millones de personas) de la población mundial. O que solo 26 personas poseen lo mismo que la mitad de la población (3.800 millones).
“La desigualdad en el mundo está profundamente arraigada y ha alcanzado un nivel escandaloso” concluye el informe citado que se basa en datos oficiales del FMI, el BM y la CEPAL entre otros organismos internacionales.
No es obra de la naturaleza
La desigualdad social, es decir aquella condición que hace que las personas tengan un acceso desigual a los diferentes tipos de recursos (ingresos dinerarios, viviendas, servicios esenciales…) no es obra de la naturaleza como nos suelen decir quienes reproducen aquel concepto que supone que “pobres habrá siempre”.
Por el contrario es inherente al sistema capitalista como tal, que no puede sobrevivir sin desigualdades sociales, porque esta es necesidad y a su vez resultado de la lógica de la acumulación del capital en cada período histórico. En otras palabras, la tasa de ganancia del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía.
Sin embargo estas desigualdades que se habían aminorado en los llamados “30 años dorados del capitalismo”, los que van de 1945 a 1975 - un proceso único e irrepetible- según intelectuales de la envergadura de Ernest Mandel y E.P. Thompson, sufrieron un cambio a partir de la crisis mundial de los años ’70 del siglo pasado.
El origen de aquella crisis se centró en la caída, a fines de los ’60, de la tasa media de ganancia de los capitales a escala mundial, combinada, a inicios de los ’70, con el alza de los precios del petróleo. Todo redundó en una plétora de capital financiero que no encontraba oportunidades de inversión en la economía real.
El capital dio una respuesta global a esta crisis: reestructuró sus espacios productivos y de servicios y lanzó una fuerte ofensiva sobre el mundo del trabajo. Ofensiva generalizada, ya que buscó desmontar todas y cada una de las conquistas obreras que los trabajadores habían conseguido en su lucha contra la voracidad del capital y sostenida en el tiempo, porque dura hasta nuestros días. Todo bajo la hegemonía del capital financiero. El resultado fue una caída estructural de los salarios, un aumento de la desocupación y de la precarización laboral y por lo tanto un incremento de la pobreza a nivel mundial. Esta desigualdad tiene un impacto directo en las relaciones de género siendo las mujeres y niños a quienes más afecta esta situación.
La crisis del 2008
Cuando parecía que al crisis mundial del 2008 sería un freno a la acumulación por valorización financiera y su impacto social, resultó una oportunidad para profundizar la desregulación de los mercados y el peso de los organismos financieros internacionales. El papel del BCE y del FMI en la crisis griega lo dice todo.
Desde entonces las desigualdades sociales se han incrementado, particularmente en nuestra región, donde está fuertemente asociada a las clases sociales, a las cuestiones de género y etnia. En América Latina y el Caribe el 20 por ciento de la población concentra el 83% de la riqueza, mientras que la pobreza está aumentando. Según la CEPAL el 10.7% de la población, alrededor de 66 millones de personas, vivía en la extrema pobreza en 2019.
Esto es particularmente significativo porque si hay algo sobre lo que hay consenso es que los 15 años de gobiernos progresistas en la región significaron mejoras en la distribución de los ingresos y reducciones de la pobreza. Sin embargo no redundó en una reducción de las desigualdades, por el contrario en términos generales la brecha se amplió. Esto resultó así porque la tasa de acumulación en la parte superior de la pirámide social es mayor que la tasa de decrecimiento de la pobreza en la base de dicha pirámide Según el informe citado el número de multimillonarios en la región ha pasado de 27 a 104 desde el año 2000, esto es casi se cuadruplicó en solo 20 años.
Revueltas y rebeliones
La contrapartida de este incremento de las desigualdades es la oleada de revueltas y rebeliones populares que recorre el mundo, que se inspiran en los movimientos de principios de la década pasada: la Primavera Árabe, iniciada a finales de 2010 en Túnez, y también Ocuppy Wall Street, en septiembre de 2011. En Francia fue el aumento de los combustibles y la inequidad fiscal; en Catalunya las condenas contra los dirigentes independentistas; la cuestión de la autonomía en Hong Kong, el autoritarismo en Sudán y Argelia; el costo de las llamadas por Whatsapp en el Líbano; en Irak es el desempleo; el aumento del pasaje del metro en Chile; el “paquetazo” del FMI en Ecuador y Colombia; la reforma jubilatoria en Nicaragua; una vez más la corrupción en Haití; crisis políticas en Perú y en Puerto Rico . La corruptela de las élites en casi todos lados.
Como se ve el detonante ha sido distinto en cada país, pero hay un hilo conductor. Las desigualdades sociales, los abusos del capital financiero, la cada vez mayor distancia entre las élites y los pueblos lo que pone en crisis los regímenes democrático liberales. En todos los casos es el protagonismo de la juventud, que siente que le expropian el futuro .
Una vez más hay que señalarlo. El problema no es la pobreza, sino la riqueza que para concentrarse necesita de la expansión de la pobreza. Comprender la lógica inmanente del capital en esta etapa histórica : que la velocidad de la acumulación capitalista limita, cuando no anula, toda reducción sustancial de la pobreza, es decisiva para resolver el problema de raíz.
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Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI, Economistas de Izquierda.