Si no vuelvo quemá todo. Respeta mi existencia o bancate mi resistencia. Hermana acá está tu manada. Educan la guerra y exigen silencio. A los violadores los cuida la policía. Me cuidan mis amigues. Seamos cuerpos libres en el presente. Este 8M no quiero flores ni bombones, quiero vivir y ser libre. No nos callamos mas. Ni sumisa, ni devota, te quiero linda libre y loca.
La historia de la multitudinaria marcha de este 8 de marzo en Mendoza puede contarse a través de sus pancartas. Sostenidas por pibas, por madres, por amigas, por mujeres de toda edad. Abrazadas, conteniéndose, soltando lágrimas. Rostros de mujeres que alguna vez estuvieron vivas y que ahora iban marchando convertidas en consignas, en fotos, sostenidas por mujeres que no quieren ser la próxima.
Fueron miles y miles las que recorrieron las calles de Mendoza desde el nudo vial bajando por Vicente Zapata y Colón hasta Patricias y luego Hacia el Poder Judicial donde hicieron una parada para batir el parche y agitar banderas contra la justicia que protege a femicidas y abusadores.
La etiqueta "justicia patriarcal" de la que se habla en cada marcha y que no cesa de dar ejemplos: desde instrucciones mal hechas cuando ocurre un femicidio -el caso más reciente es el de Pula Toledo, donde no se pudo dar con los autores materiales de la violación y el crimen- hasta fallos donde no se tiene en cuenta la figura del femicidio.
El recuerdo ardiente de Florencia Romano estuvo aquí presente no sólo en una de las banderas que encabezaba la marcha, sino también en los gritos contra el accionar de la policía y el insistente pedido para que renuncien el jefe de la Policía, Roberto Munives, y el ministro de Seguridad, Raúl Levrino, protegidos por todo el arco oficialista.
"Me cuidan mis amigues"
Quizás la máxima expresión de la deslegitimación del Estado como poder de cuidado sobre las mujeres haya sido la organización de un cuerpo de seguridad propio por parte de las organizadoras de la marcha.
Un grupo de chicas en bicicleta rodeó la enorme columna y fue adelantándose en las esquinas para organizar el tránsito y cuidar, al mismo tiempo, que no hubiera desbordes por los cuales después se culpara a las pibas.
Frente a la columna, además, un grupo de la organización repartía alcohol y rociaba manos y objetos a pedido de las marchantes. Por los megáfonos se iba organizando el avance, la marcha y las pausas en las esquinas. Sólo unos pocos comerciantes optaron por bajar sus persianas ante la multitudinaria columna que avanzaba cantando sus consignas o al ritmo de la batucada.