Edward Snowden es el personaje del año, una crónica de espías del director de Miradas al Sur, Eduardo Anguita

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"Quizá el más carismático de 2013 sea el Papa Francisco, el más llorado sea Nelson Mandela, pero el que sorprendió y dejó al descubierto la hipocresía del Imperio, es ese espía".

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Edward Snowden era un perfecto desconocido hasta que desertó de los servicios de inteligencia estadounidenses para revelar las operaciones ilegales a escala global de los espías del país más poderoso del mundo.
Edward Snowden era un perfecto desconocido hasta que desertó de los servicios de inteligencia estadounidenses para revelar las operaciones ilegales a escala global de los espías del país más poderoso del mundo. Foto: Archivo

 

Por Eduardo Anguita
Para Infonews

Barack Obama pasa sus vacaciones de invierno en Hawaii. Pese al descanso se comprometió a estudiar las sugerencias de un comité de expertos para realizar cambios en el funcionamiento de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Precisamente desde la paradisíaca Hawai, el 1 de mayo de este año que termina, el espía Edward Snowden partió sin dejar rastros hacia Hong Kong y tras una larga travesía terminó asentado en Moscú, país que le otorgó el asilo merced a la jugada de ajedrez realizada por un gran maestro del espionaje como es el primer ministro ruso Vladimir Putin. En efecto, Snowden era alguien completamente desconocido para el mundo y llevaba algo menos de una década metido en las lides de las actividades secretas.

Sin títulos universitarios, sin provenir de una familia acaudalada, con apenas 21 años se alistó en el Ejército con la esperanza de ser comando, pero un accidente malogró su sueño de ser Rambo. Ese infortunio le permitió poner en valor sus conocimientos de informática, primero en la CIA, luego en la NSA, con destinos en Suiza y Japón. Al poco tiempo, sus superiores lo enchufaron como contratista en la consultora Booz Allen Hamilton para hacer lo mismo que hacía como servidor público pero en una empresa privada y desde Honolulu, la capital del Estado número 50, el más reciente de los Estados Unidos. Desde ese lugar tropical, en plena Polinesia, Snowden tomó su pasaporte, su computadora portátil y dio las hurras. Casi un mal libreto para Hollywood considerando que en pocas semanas reveló una catarata de programas informáticos destinados a espiar no sólo a las redes de supuestos terroristas musulmanes sino a los gestores del sueño americano; es decir, a los propios ciudadanos de ese país.

¿Es posible que a la NSA se le haya escapado la tortuga? ¿No será Snowden parte de un gran juego en cambio de un desertor del sistema más sofisticado de infiltración y captura de información del planeta? Esas y otras preguntas son difíciles de contestar pero, a juzgar por el curso público de los acontecimientos, este rubiecito con anteojos y modales suaves, puso al descubierto la peor estafa a la libertad de expresión y la privacidad de la información de las últimas décadas. En su última rueda de prensa de 2013, el pasado viernes 27, Obama dijo que Snowden hizo "un daño innecesario" a la diplomacia y al sistema de seguridad norteamericanos. Lo que no pudo refutar el titular de la Casa Blanca es por qué las agencias de espionaje pusieron en práctica programas sofisticados de intervención en llamadas telefónicas o la intrusión en las redes sociales sin autorización judicial.

Snowden mostró, además, que las propias empresas telefónicas y de Internet fueron cómplices de delitos. Y a escala masiva.

Snowden, para el humilde juicio de este cronista, es el personaje del año. Quizá el más carismático de 2013 sea el Papa Francisco, el más llorado sea Nelson Mandela, pero el que sorprendió y dejó al descubierto la hipocresía del Imperio, es ese espía. Si hubiera que buscar al diplomático del año, todos coincidirán en señalarlo a Putin: el hombre que en la cumbre del G-8 en San Petersburgo logró torcer la voluntad norteamericana de bombardear Siria.

La tentación es inevitable, porque Putin, antes de ser jefe de Estado en Rusia tuvo, durante décadas, el mismo oficio que Snowden. Y no dudó, pese a las presiones de la Casa Blanca, en otorgarle un asilo en Moscú, donde hoy vive y trabaja, supuestamente como cualquier otro ciudadano. En la edición del domingo 22 de diciembre, mientras Obama estaba acosado por la incompetencia de los servicios secretos, The Washington Post publicó cómo fue en realidad el asesinato del líder de las FARC colombianas en territorio ecuatoriano en marzo de 2008. Cabe recordar que el entonces presidente Álvaro Uribe contó una de vaqueros. Hasta se filmó el embarque de los supuestos comandos que integraban la llamada Operación Fénix, cargados de fusiles y ropa de película. Pues no hubo paracaídas en la selva y soldados con betún en la cara más que para cumplir con la liturgia cinematográfica.

El diario conservador más creíble de Estados Unidos acaba de contar que la muerte de Reyes y más de una veintena de personas se debió a una bomba telecomandada a la que la prensa llama "inteligente". Un adjetivo que pone en aprietos al concepto de inteligencia como privativo de los seres vivos. Es más, hasta hace un tiempo, se le atribuía el mayor coeficiente de inteligencia a los humanos. Con la excepción, claro está, de esta soberbia manera de caratular a los sistemas de engaño y mentiras para capturar información o matar supuestos enemigos que suelen llamarse Servicios de Inteligencia.

Volviendo a Putin, que lleva 13 años al frente o detrás de las decisiones de Rusia, toda su carrera política se la debe al espionaje. Perdón, y también al contraespionaje, que es lo mismo pero es distinto. Espiar, en los protocolos, es husmear entre adversarios. Contraespiar es controlar a los propios. Tenía 23 años, en 1975, cuando fue alistado en la KGB, la tradicional contrincante de la CIA durante los años de la Guerra Fría. Pasados 14 años estaba en Berlín oriental, al servicio de esa poderosa agencia viendo como empezaba a desmoronarse el socialismo real y apenas dos años después, en 1991, era testigo, desde Moscú, de cómo implosionaba la Unión Soviética. Son maravillosos los artículos y libros del periodista y ex (¿ex?) espía Daniel Estulin residente en Madrid. En ellos cuenta cómo los dineros que enviaba el FMI para el "rescate" de la economía rusa se repartían entre espías de ambas potencias. Lo interesante es que Estulin siempre se reivindicó cercano a Putin. A propósito, para ese entonces Putin estaba a cargo de las inversiones externas de la alcaldía de San Petersburgo, la segunda ciudad de Rusia. Curiosa coincidencia.

Rusia tiene una tradición de espionaje capaz de llenar los primeros puestos de la galería de los astros. José Stalin contó con los mejores durante la Segunda Guerra. El más avezado era el alemán Víctor Sorge, instalado en Tokio desde 1933. Sorge fue el hombre que mandó información encriptada pero precisa sobre la decisión de Adolf Hitler de cruzar a tierras soviéticas el primer día del verano de 1941. Stalin esperaba un ataque de Japón y había movilizado ejércitos hacia ese posible frente oriental. Sin embargo, Sorge le aseguró que eso no sucedería y le advirtió que estaba en marcha la llamada Operación Barbarroja, que tomó desprevenidos a los mandos del Ejército Rojo. Sorge no sólo tuvo el infortunio de no ser escuchado por Stalin sino que el contraespionaje japonés lo detectó y fue ahorcado en 1944.

Otro gran espía al servicio de Moscú fue Leopold Trepper, un polaco judío que comandó la Orquesta Roja, constituida como la mayor red de información desde Alemania y los países invadidos por Hitler. Trepper dio información vital para la Batalla de Stalingrado, el punto de quiebre de la maquinaria militar nazi. De modo artesanal, con radio transmisores, en morse y con códigos ultrasecretos, los agentes de Trepper enviaban las posiciones donde estaban asentadas las tropas alemanas. La artillería soviética les produjo bajas devastadoras, gracias a las cuales los intentos de tomar esa ciudad fracasaron en un sitio que se prolongó por diez meses. El almirante Canaris dijo que la Orquesta Roja había causado 300 mil bajas a las tropas alemanas.

Trepper fue capturado finalmente por los nazis. Muchos años después, en una obra autobiográfica, Trepper cuenta lo que llamó "El gran juego" y que le permitió aprovechar la inmensa información que tenía en un momento donde sus captores estaban sometidos a feroces luchas internas. Trepper no entregó a sus compañeros ni dio información vital sobre la Unión Soviética y pudo salvar su vida gracias a ser un genio del espionaje. Al fin de la guerra, liberado de la prisión nazi, fue a Moscú, donde en vez de condecorarlo lo mandaron a otra cárcel. A Stalin lo incomodaban personas capaces de conocer tantos secretos.

En fin, Putin tiene escuela. Está sentado sobre una historia que puede resultar fascinante para las novelas de imaginación o los guiones de cine. Más allá de esto, tuvo la cautela de darle un lugar en el mundo al espía Snowden cuando le pidió asilo. O, quizá, se lo dio mucho antes. Y, quizá, algunos de sus viejos amigos del espionaje norteamericano estaban completamente al tanto de esto. Vanas especulaciones porque, va de suyo, el mundo de los agentes secretos no es de acceso para los cronistas salvo cuando esos mismos servicios necesitan una boca de salida para los secretos.

La edición del 23 de diciembre pasado, The Washington Post publicó una imperdible entrevista exclusiva a Snowden con foto en portada. "I already won" (Yo ya gané) tituló el diario, como si todo esto fuera una epopeya personal más parecida a una competencia deportiva que a los miles de millones de dólares que mueve el complejo militar tecnológico. Allí, sin perjuicio de las sospechas desgranadas en este artículo, el espía dice una cosa muy bella: Yo no quiero que la sociedad cambie, me conformo con dar la información para que la sociedad sepa qué hacer con ella. El periodista Barton Gellman pudo grabar 14 horas con él en Moscú. "No estoy trabajando para tirar abajo la NSA sino para mejorarla. Todavía trabajo para la NSA, lástima que ellos no se den cuenta", dijo el espía al diario conservador.

Una vez más, el sistema quedó al desnudo. Aquellas bombas inteligentes para los colombianos de las FARC fueron posibles porque el territorio de Ecuador no es un inconveniente para la Casa Blanca y el Pentágono. Como tampoco lo son las ciudades paquistaníes donde los drones –aviones no tripulados– buscan supuestos terroristas. Moscú y Snowden son otra cosa. Es otro juego. Quizá no el Gran Juego de Trepper, pero sin duda no es un juego de niños.

 

 

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