Mucho se divulgan los planes de Ucrania de unirse a la OTAN e instalar bases de ésta en su territorio, la masiva inversión estadounidense en dólares y armas para crear unidades paramilitares neonazis en el Donbass, sus sospechosos laboratorios que investigan armas biológicas, la cultura rusa de la mitad de su población. Poco se comenta sobre la finalidad del conflicto: vetarle a Rusia el mercado de hidrocarburos de Europa.
Los energías fósiles, que actualmente suplen el 78,4% del consumo energético del mundo, no son renovables y resulta por tanto inevitable su agotamiento o la incosteabilidad de su uso. Ello fue previsto en 1956 por el geoestratega Marion King Hubbert. La extracción de hidrocarburos, motor fundamental del desarrollo de los países hegemónicos desde fines del siglo XIX, se hace progresivamente más escasa y costosa, y tiende hacia un “Pico” o “Tope”. Los expertos lo calculan con la “Tasa de Retorno Energético”, resultante de dividir la cantidad de energía que produce una fuente entre la necesaria para extraerla. Cuando ambas se igualan, la extracción se hace incosteable y declina abruptamente. Hubbert situaba este declive hacia el año 2000; descubrimientos de nuevas reservas a partir de 1960 lo retrasaron, pero el incremento en el consumo lo acerca cada vez más.
Algunas organizaciones e investigadores afirman que ya hemos alcanzado este Pico o Cénit de explotación de la energía fósil. El ministro de Energía de Rusia sostiene que estamos en él. La Agencia Internacional de Energía calcula que para 2025 faltarán 13 millones de barriles de petróleo para cubrir la demanda diaria mundial. Antonio Turiel, del CSIC, calcula una disminución de la producción de más del 50% en los venideros 25 años, de 69 millones de barriles diarios hoy en día a 33 millones en 2040 (https://culturacientifica.com/2019/05/03/el-pico-petrolero/). Estas cifras no significan que se acabarán los hidrocarburos, sino que serán cada vez más escasos, su extracción más costosa y su rentabilidad menor, hasta tornarse antieconómica.
Dichas cifras son los motores de la actualidad mundial. Los altisonantes llamados de la Conferencia de Glasgow a suprimir las emisiones de carbono no surgen de una generosa decisión de los grandes capitales de dejar de consumir hidrocarburos, sino de una desesperada búsqueda de fuentes alternativas ante el declive anunciado de su producción. El conflicto de Ucrania azuza a la Unión Europea y a la OTAN contra Rusia para impedir que ésta venda su gas licuado a Europa a través del Nordstream 2, forzando así un mercado cautivo para los costosísimos hidrocarburos de fracking de Estados Unidos. Las guerras de Afganistán, Irak, Irán, Libia, Siria, del Yemen, el brutal acoso contra Venezuela son latrocinios de hidrocarburos o de vías para su transporte.
Instalados en la realidad del declive petrolero, examinemos cuán provistos están los países para vivirlo o más bien sobrevivirlo. El primer lugar global en reservas probadas corresponde a Venezuela, con 503.806 millones de barriles. Arabia Saudita sigue en segundo lugar con 260.000 millones de barriles, un poco más de la mitad. El tercer lugar corresponde a Canadá, con 171.000 millones de barriles. Siguen Irán con 157.800 millones; el ocupado Irak con 143.000 millones, Kuwait con 104.500 millones, Emiratos Árabes Unidos con 97.800 millones, Rusia con 80.000 millones, la desmembrada Libia con 48.360 millones, y en un melancólico décimo lugar, Estados Unidos, el primer consumidor del mundo, con sólo 38.200 millones. La gigantesca China ocupa el puesto 14°, con 25.000 millones. La casi treintena de países de la Unión Europea ocupa el lastimero rango 22°, con 5.718 millones de barriles, y el Reino Unido el 27°, con 3.600 millones de barriles (https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_reservas_probadas_de_petr%C3%B3leo). Las reservas de gas son bastante similares. Un vistazo a este cuadro explica por qué los mayores consumidores de energía fósil del planeta, los desprovistos Estados Unidos, Unión Europea y Reino Unido, llevan más de un siglo coligados asaltando, destruyendo, bloqueando, interviniendo, ocupando, robando, coaccionando y sumiendo en el caos a los países que la producen. Einstein Millán señala que, según la Agencia Internacional de Energía, las reservas probadas de petróleo de Estados Unidos a fines de 2020 eran de 38.200 millones de barriles (MMBbls), y que a la tasa de extracción promedio entre ese año y hoy, se habrían reducido hasta 32.900 MMBbls. Ello significa que, a la tasa actual de 11.500.000 BPD, en menos de 8 años Estados Unidos habrá consumido todas sus reservas de crudo. La visita a Caracas de una comisión de Washington encabezada por el embajador norteño en Venezuela no es la generosa dádiva de un perdonavidas a su víctima: es la súplica de un guapo de barrio apaleado al borde de la indigencia. El petróleo o la vida, amenaza el forajido, cuando está a punto de perder ambos. Pongamos nuestras condiciones.
Contemplemos este inevitable declive desde la perspectiva del capitalismo, que persigue el mayor beneficio a cualquier costo, ecológico, social, cultural o humano. La anarquía del dividendo por encima de todo ha llevado al saqueo energético, a la hiperconcentración de capitales, al consumismo de minorías a costa de la pauperización de todos, al efecto invernadero, a la recurrente crisis que sólo se alivia con guerras que desatan crisis peores. Perpetuar este insoportable estado de cosas requiere consecutivas alianzas de los países más devoradores de energía fósil para saquear a los que la producen, con eventual sacrificio de los saqueadores más débiles (como ocurre hoy con la Unión Europea). Ello requiere un incrementado gasto militar, que se aplicaría a sembrar el caos en los países que no se puedan dominar y a la destrucción de sus economías (como en Afganistán, Siria, Ucrania, Yemen, Rusia o Venezuela). El paralelo descuido de la inversión social provocaría el caos incluso dentro de los países dominantes; la profundización de la rebatiña energética llevaría al umbral del conflicto mundial. La descontrolada quema de hidrocarburos produciría antes de su agotamiento las consecuencias terminales del colapso civilizatorio y el temido efecto invernadero.
Sería suicida que los países dueños de recursos naturales regalaran sus territorios a transnacionales inmunes a impuestos, leyes y tribunales locales, no sujetas a normativas sociales, laborales ni ecológicas: sería dar todo a cambio de nada. Otro mundo es posible. Estamos a tiempo para oponer al presente escenario apocalíptico un mundo socialista, con economía planificada exenta de crisis económicas, aplicación a la agricultura de los fondos antes destinados al armamentismo, necesidades básicas cubiertas para toda la población y sustitución progresiva y racional del cada vez más escaso combustible fósil por energías alternativas bajo control social. Elijamos ahora el mundo que vamos a dejar a nuestros descendientes, o si en definitiva dispondremos de un mundo que legar.