Por Luz Modroño
Para Tribuna feminista
A setenta y dos años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aún queda un largo recorrido para conseguir su universalización, que constituye su esencia. En 1948 existían precedentes (en EEUU, Francia…), declaraciones en materia de DDHH, pero ese año marcó un nuevo hito: por primera vez se hablaba de universalización; por primera vez, se reconocían tanto la necesidad de su cumplimiento en cualquier rincón del planeta como la de aunar esfuerzos, públicos y privados, para lograr esa meta. Y, por primera vez, se hacía mención expresa a la discriminación por sexo y se lograba hablar de personas como un intento claro y consciente de inclusión de ambos géneros. El sexo como objeto de discriminación se situaba en el mismo plano que el color, la raza, el idioma o la religión. Un triunfo de las representantes de la República Dominicana, México y Brasil frente a la globalización pretendida por Eleonor Roosevelt, quien consideraba que la diferenciación era innecesaria. Las tesis de Hansa Mehta conseguirían imponerse, cambiando la redacción de “todos los hombres” por la de “todas las personas”.
La misma polémica se desarrolló en torno a la creación de un organismo específico para las mujeres. La delegación americana consideraba que dicho organismo sentaría las bases para que los asuntos relacionados con ellas pasara a segundo término. Su propuesta pretendía que se trataran dentro del Consejo Económico y Social, lo que sin duda hubiera, una vez más, supuesto un estancamiento cuando no un retroceso.
Afortunadamente, está tesis no prosperó, saliendo adelante la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer. Su trabajo se centrará en formular Convenciones que comprometieran a los países firmantes a mejorar las condiciones de la mujeres y en crear conciencia en torno a su situación en los diferentes países. Trabajo no exento de dificultades ante la negativa a proporcionar dato alguno de muchos de ellos y el escaso respaldo recibido por EEUU en los primeros tiempos. En 1953 se aprueba la Convención de los Derechos Políticos de las Mujeres, la de los Derechos en el Matrimonio, conseguía establecer la edad mínima para ello así como los derechos de la mujer casada y participó en los trabajos de la OIT relativos a la igualdad de salario por igual trabajo. Sin embargo, el trabajo de implementación y Asunción por parte de los diferentes países seguirá siendo harto difícil.
Por fin, en 1979 se crea CEDAW, la Convención para la eliminación de cualquier forma de discriminación sobre la mujer, cuya vinculación jurídica supuso un importante paso más.
En 1975, de celebra la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, primera de toda una serie de ellas que permitirá que la conciencia sobre la específica discriminación mundial de la mujer vaya calando en Estados, instituciones y en la calle. Porque la lucha por la Igualdad también debe llevarse a todos y cada uno de los hogares, de los centros de trabajo, de los lugares de ocio, de las escuelas… exige políticas institucionales coordinadas, organismos de observación, implicaciones estatales pero también cambio del imaginario colectivo, exige que la conciencia por la igualdad sea profundamente asumida tanto a nivel colectivo cómo individual y exige que ese cambio de mentalidad penetre profundamente en todas las esferas, en todos los seres humanos.
En 1987 y en el marco de la Tercera conferencia Mundial se logra elevar las cuestiones de género a categorías transversales, dejando de ser temas independientes y se logra que la violencia de género pase a ocupar el primer puesto en los debates internacionales.
En 1995 nace la plataforma de Acción Beijing en el marco de la Cuarta Conferencia que logró crear una nueva Oficina de la ONU para la igualdad de género y, por fin, en julio de 2010 se crea ONU Mujeres que empeza a funcionar en enero del año siguiente.
Cómo vemos, cientos de Convenciones, Cartas, Pactos y desarrollos articulares han seguido produciéndose desde aquel lejano 1948, pero la universalización de los derechos aún queda lejos de ser una realidad. Guerras, pobreza, prejuicios, estereotipos, exclusiones, trata de personas… siguen sacudiendo las entrañas de un planeta que antepone el crecimiento desorbitado de unas minorías -ya se trate de países entre sí o de personas dentro de un mismo país- a la distribución equitativa de los recursos. Y, especialmente, en lo que atañe a las mujeres y niñas.
ONU Mujeres tiene aún un largo camino por delante.
A setenta y dos años de aquel 10 de diciembre, las mujeres debemos seguir luchando por nuestra emancipación, por conseguir la eliminación de políticas misóginas que atacan al corazón mismo de los DDHH, que no es otra cosa que la igualdad.
Un amplio movimiento mundial, en el que cada vez está involucrado un mayor número de mujeres y también de hombres, avanza sensiblemente hacia la meta ansiada, empuja la historia hacia la eliminación de cualquier tipo de privilegio. Pero aunque, fundamentalmente en los países occidentales, los avances han sido muy considerables, queda aún mucho camino por recorrer.
La agenda feminista es larga y muchos los escalones que aún quedan por subir: la representación política, sindical, cultural queda aún muy lejos de ser paritaria; la distribución de las tierras y el acceso a su propiedad o la discriminación hereditaria siguen presentes en muchos países; el acceso a la educación, sobre todo la superior, a puestos de mando en la industria, la economía o la enseñanza universitaria, rompiendo un techo de cristal que se impone, en muchas ocasiones, tan velada como realmente. Sin contar con la violencia de género, incrementada hoy mundialmente bajo la pandemia del COVID 19, el elevado porcentaje de mujeres dedicadas al servicio doméstico o a los cuidados no remunerados.
Existen aún en Europa países como Bulgaria y Hungría que no han ratificado el Convenio de Estambul. Otros, como Rusia y Azerbaiyán, no han llegado siquiera a firmarlo. Turquía y Polonia amenazan con abandonarlo. El Convenio de Estambul, vigente desde 2014, constituye la garantía de lucha efectiva contra todo tipo de violencia contra la mujer, incluida la doméstica.
El ciberacoso, la pornografía, la prostitución o los vientres de alquiler, defendidos en muchas ocasiones como sinónimo de “libertad”, son otras tantas formas más de discriminación machista y de justificación de la violencia. El matrimonio forzoso, las relaciones sexuales no consentidas, el aborto forzado, la violencia tanto física como psicológica… los Estados firmantes están obligados a introducir en sus respectivas legislaciones y en sus sistemas jurídicos medidas dirigidas a la prevención, la protección y el enjuiciamiento de los infractores. Porque solo la persecución de quien infrinja la ley se convierte en garantía para la lucha contra la violencia de género. El lenguaje mismo empieza a ser reflejo de esta nueva perspectiva y, así, en vez de hablar de prostitutas hablaremos de prostituidores; en lugar de en violadas el acento lo pondremos en violadores.
Hablar de derechos humanos es hablar de dignidad, de justicia y Paz, es hablar de fraternidad, de igualdad. Es hablar de desarrollo socioeconómico de los pueblos.Igualdad de derechos pero también de oportunidades para ejercerlos. Es hablar de ausencia de discriminación. Hablar de derechos humanos de las mujeres es apostar por un mundo donde todo ello sea, simplemente, una realidad.