Por Javier Tolcachier
Publicado en Rebelión
En su reciente XV Cumbre en Johannesburgo, el bloque económico constituido por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, anunció la invitación a sumarse como miembros de pleno derecho a seis nuevos países: Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía y el Irán, que concretarán su ingreso a partir del 1° de enero de 2024.
Más de 40 países habían señalado su intención de sumarse a este grupo y veintitrés han postulado ya formalmente a su incorporación. Fundado en 2009 y ampliado con Sudáfrica en 2010, el BRICS acomete ahora una etapa de expansión que amerita comprensión en cuanto a su impacto geopolítico, pero también social e histórico.
Uno de los interrogantes, que podría indicar el derrotero de esta asociación que ya agrupa al 46% de la población mundial, es el criterio por el que se han elegido los nuevos miembros y la posible proyección de nuevas admisiones.
Como ante cualquier pregunta, las aristas son múltiples, por lo que bien viene desgranarla desde distintos puntos de vista.
El punto de vista económico
No hay duda que entre las prioridades consideradas por los gobiernos actuantes, están las posibilidades de fortalecimiento de las economías del bloque, que en conjunto con los nuevos ingresantes sumarán alrededor del 36% del PBI global.
Un punto esencial, declarado y ya puesto en marcha a través de distintos convenios, es la intención de prescindir de la moneda estadounidense en el comercio bilateral. El alcance de esta medida, sumada a la posibilidad en estudio de una divisa de intercambios compuesta por una canasta de monedas denominada R5 (por las iniciales de las denominaciones nacionales: real, rublo, rupia, renminbí (yuan) y rand), constituye un serio desafío a la hegemonía monetaria del dólar establecida luego de los acuerdos de Bretton Woods.
La utilización del dólar, que sucedió a la libra esterlina como moneda de referencia y que desde 1971 abandonó el respaldo en oro, ha permitido a los EEUU no solamente ahorrar costos de conversión e influir a través de la fijación de tasas de interés de la Reserva Federal en la economía mundial, sino también permitirse y financiar parcialmente un déficit inmenso a través de la emisión de su propia moneda, dos condiciones que imponen habitualmente en sentido inverso los organismos crediticios internacionales bajo su égida a los demás países.
Para ofrecer alternativas en este sentido el BRICS ha creado una nueva entidad de financiamiento llamada Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, por sus siglas en inglés) con sede en Shanghái, colocando a la ex primera mandataria del Brasil Dilma Rousseff como su presidenta.
Desde la perspectiva del interés de desarrollo económico, esta fuerte ampliación del bloque contempla ante todo la posibilidad de garantizar el acceso en condiciones favorables a fuentes de energía. Salvo Rusia y en menor medida Brasil, los otros países del BRICS dependen de la importación de energías no renovables como el petróleo y el gas, mientras que Irán, Arabia Saudita y los Emiratos están entre los principales proveedores mundiales de crudo. Argentina ha crecido como productor de gas natural y de esquisto, siendo también un gran exportador de alimentos y principal reservorio – junto a Chile y Bolivia – de litio, considerado el nuevo “oro blanco”.
Por otra parte, al ser China la economía más grande del grupo y uno de los principales propulsores de la ampliación del BRICS, estos pasos deben analizarse en paralelo a la concreción de los proyectos de infraestructura contenidos en la Iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI, Belt and Road Initiative).
Nueva infraestructura para antiguos senderos
Esta iniciativa, que ya cumple diez años desde que Xi Jinping la anunciara en una vista oficial a Kazajistán, ha concitado a la fecha el interés de 155 países, que en diversas formas se han asociado o la apoyan. Se trata de un gigantesco proyecto de infraestructura que pretende compensar los déficits de conexión que dificultan el comercio multilateral. Trazada sobre las antiguas rutas comerciales que recorrieran por tierra las caravanas a través de la Ruta de la Seda y recreando el periplo marítimo del almirante Zeng He durante la dinastía Ming, la BRI contempla la construcción o mejoramiento de puertos, ferrocarriles, rutas, enclaves industriales, incluyendo fuentes de abastecimiento de agua y energía y conectividad digital en muchos países del Sur global cuya carencia torpedea sus posibilidades de intercambio de productos y servicios.
Si bien concebido desde China para favorecer la multiplicación de sus posibilidades comerciales, invertir, expandir las actividades económicas de sus propias empresas y también posibilitar el desarrollo de su interior económicamente deprimido, este proyecto modifica radicalmente el mapa de las vías de comunicación mundial cuyo sello inequívoco fue estampado por los intereses y necesidades de las otrora potencias coloniales.
Efectos colaterales de no menor importancia son la necesidad de mantener la paz en los territorios involucrados para poder avanzar sin tropiezos en la construcción, pero también el fuerte nivel de nuevo endeudamiento que siempre implican las inversiones en infraestructura. Por otra parte, la transferencia de tecnología y capacitación en su manejo, también conlleva la dependencia en la instalación de estándares tecnológicos, lo cual se evidencia en la dura resistencia de Occidente al desafío que esto supone a su anterior supremacía en este campo.
Un tramo crucial de la sección marítima del proyecto que conecta al Sudeste Asiático con los puertos de Estambul y Atenas, portales de conexión a distintos puntos de Europa, es el que atraviesa el Mar Rojo, cuyos puntos de entrada y salida son Djibouti, donde China mantiene una base militar, y el canal de Suez bajo administración egipcia. Etiopía, otro de los nuevos invitados al BRICS, que perdió su salida al mar desde la independencia de Eritrea, mantiene su comercio exterior a través de una línea de ferrocarril construida por China que conecta su capital Adis Abeba con el puerto de Djibouti.
La reestructuración geopolítica
De fundamental importancia en estos tiempos de rediseño del mapa geopolítico global y una evidente transición a la multipolaridad, es notar que ninguno de los nuevos miembros del BRICS pertenece a la OTAN, ni es un asociado global, lo que quizás explica por qué Turquía, también interesado en la asociación y polo económico ascendente, no está entre los elegidos, al menos de momento.
Por otro lado, tanto Arabia Saudí como los Emiratos Árabes Unidos son tradicionales aliados militares de los Estados Unidos en Medio Oriente, papel rector que viene siendo eclipsado por China en sus esfuerzos de mediación para la paz coronados por el reciente acuerdo entre los gobiernos teocráticos saudita e iraní. Ambos países a su vez tienen históricas diferencias con Israel, considerado un enclave con arsenal nuclear de influencia directa de los Estados Unidos en la región, lo que explica la búsqueda de equilibrios.
Asimismo, el hecho de que Etiopía alberga la sede de la muy activa Unión Africana, que reclama y ejerce una influencia diplomática clave en asuntos internos del África, suma elementos en la comprensión de su inclusión en el BRICS+6.
Argentina, por su parte, ha sido junto a Brasil bajo los gobiernos progresistas un importante motor de instancias de integración regional soberanas como UNASUR o CELAC, lo que fortalece el signo multipolar y opuesto a la pretendida exclusividad de dominio estadounidense o eurocentrista sobre América Latina. El país sudamericano ha sido con Egipto, país fundador del Movimiento de No Alineados, un defensor histórico de un mayor equilibrio en la gobernanza global.
Justamente la ampliación del BRICS obedece en gran parte a la imperiosa necesidad de reformular el funcionamiento de instituciones internacionales como la ONU, cooptadas en la práctica por el peso que continúan teniendo en su financiamiento los Estados Unidos de América.
La diversidad cultural y la mundialización
La apropiación imperial de los últimos siglos ha impuesto modelos de neto corte occidental, sometiendo a los pueblos a una relativización o incluso negación del aporte de sus culturas al proceso humano.
La conformación y expansión de un bloque de países de raíces culturales diversas como los BRICS+6 configuran no solo una reacción al continuismo neocolonial en términos económicos y políticos, sino también la elevación de otros moldes de pensamiento y conducta a un nivel de paridad, fortaleciendo así la diversidad.
La mundialización en curso, entendida como proceso hacia el cual tienden a converger las diferentes culturas sin perder por esto su estilo de vida y su identidad[1], es muy diferente a la globalización, corriente homogeneizadora impulsada por el imperialismo, los grupos financieros y la banca internacional. Desde la perspectiva mundializadora, es coherente la aparición de nucleamientos como el BRICS+6 e instituciones asociadas que permitan una interacción formal y actúen a su vez como foro de interlocución y polo influyente a escala global.
A todas luces, el nuevo alcance de esta asociación emergente de una reacción cultural global a los intentos de uniformizar el mundo según las apetencias corporativas occidentales, supone una apertura importante a distintas posibilidades de autonomía relativa y relación entre los pueblos, sin mediaciones paternalistas.
Las sombras del BRICS
A nadie escapan las características autoritarias y fuertemente identitarias de los gobiernos que conforman hasta la fecha el BRICS, características que han servido al Occidente global para denostarlos como regímenes poco o nada democráticos.
Más allá de que Argentina sostiene una democracia al estilo liberal desde 1983 y Etiopía, cuyo proceso de democratización es muy reciente, los demás nuevos socios no parecen escapar al esquema de fuerte rechazo y represión a todo tipo de disidencia interna.
Aunque sea poco grato constatarlo, una tesis probable es que la emergencia de gobiernos fuertemente centralistas y poco tolerantes a la divergencia interna -sobre todo si esta es apoyada desde el exterior – sea consustancial a la necesidad de oponer un frente firme a la dominación neocolonial.
Aún así, poniendo entre paréntesis los reales obstáculos que en estos países obstruyen la libertad de elección personal y colectiva y oprimen inaceptablemente a quienes no comulgan con las ideologías gobernantes, podría preguntarse, no sin un gusto amargo en la boca de un humanista, si estos rasgos de intolerancia no son el reflejo de una voluntad popular mayoritaria.
Sin duda que las rasantes transformaciones de los últimos años, la asfixia sistémica y la falta de consulta a los pueblos sobre sus aspiraciones profundas influyen poderosamente, llevando a muchos a identificarse con actitudes reaccionarias o a afirmarse en la diferencia, como es el caso de los nacionalismos o el fundamentalismo religioso. Mucho más, si ven que, más allá de estos rasgos, la situación social en algunos lugares, como en China, ha mejorado para millones de personas.
Y en cuanto a espíritu antidemocrático se refiere, cabe señalar que ninguno de los críticos gobiernos occidentales le va en zaga a los del BRICS, ya que la acumulación de poder en manos de grandes corporaciones y fondos de inversión, impide que las votaciones sean calificadas como reales elecciones de los pueblos, posibilitando verdaderas alternativas sistémicas.
Ciertamente esta es una etapa de la humanidad en la que todo comportamiento violento requiere ser superado, aunque estas nociones de futuro válido encuentren resistencia en hábitos añejos.
En ese sentido, son las mismas poblaciones las que habrán de trabajar en la modificación de sus paisajes interiores, lo que a su vez repercutirá positivamente en el tipo y modelo de organización social que libremente elijan.
La Nación Humana Universal
Un aspecto poco atendido, en este reino temporal signado por la inmediatez, es el punto de vista histórico más extendido. Desde esta perspectiva, el BRICS+6 va logrando con la inclusión de sus nuevos miembros agrupar a varias de las principales civilizaciones de la historia humana.
Las milenarias acumulaciones de Egipto, China, India y el mundo persa, los enormes aportes de los pueblos eslavos y de la estepa siberiana – un concentrado a su vez de los modos de vida de muchos pueblos, a través de la participación de Rusia, la de Etiopía y Sudáfrica, dos espacios considerados cunas de la humanidad, la articulación con la nación árabe y la contribución de los pueblos y culturas latinoamericanas y afroamericanas forman un mosaico, aún incompleto, que deja entrever el entrelazamiento y la renovación creativa de fuentes míticas profundas.
En el marco declarado de colaboración entre los gobiernos y en el fortalecimiento en las relaciones entre los pueblos que se desprenderán de la acción en común, hay un germen en crecimiento que irá mucho más allá de un multipolarismo reactivo a la dominación unipolar. Es la emergencia de la primera civilización planetaria de la historia, que de adoptar un carácter de verdadera horizontalidad, inclusión, emancipación e igualdad creciente de oportunidades, se convertirá en el cimiento de una Nación Humana Universal.
De esta manera, el Ser Humano dejará atrás la prehistoria violenta, encaminándose a continuar en conjunto su camino de liberación como especie.
(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza
[1] Mundialización. Diccionario del Nuevo Humanismo. Silo. (1996) Magenta Ediciones.