Por Marina Echebarría Sáenz
Para CTXt
Es curioso lo que nos ocurre con las banderas. Desde un tiempo atávico los seres humanos nos hemos agrupado en colectividades: familia, clan, pueblo, nación… Hemos construido identidades y las hemos enriquecido con nuestras vivencias para, finalmente, plasmarlas en símbolos como las banderas. Una bandera representa una identidad, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, pues el problema de toda bandera es que contrapone una identidad a otras. Nuestra historia está plagada de luchas de banderas, de contraposiciones de identidades e intereses que nos han costado sangre y sufrimiento porque, muchas veces, demasiadas, el mismo sentimiento de calor y pertenencia que alienta la bandera también lo es de rechazo y exclusión a quien no pertenece a tu identidad, a tu bandera.
Los seres humanos hemos demostrado una increíble capacidad para cerrar nuestros corazones a quienes no se amparan en nuestra bandera, ignorando nuestra única pertenencia cierta, la humanidad. Veo a gente vociferar odio esgrimiendo una bandera, usarla como instrumento de agresión frente a su vecino, luciendo un corazón estrecho y cerrado en el que sólo caben quienes son como él mismo desea ser. Y ya no lo entiendo. A mí la vida me he hecho ensanchar el corazón a todas las identidades que se han colado en mi historia. En mi corazón está y estará esa ikurriña por la que vi morir a gente, la esperanza azul de una Europa unida, la que me acogió y ha dado amparo a mi trabajo y a mis hijos en la tierra castellana, la que me hizo sentirme orgullosa de representar a esta nación en la defensa de los derechos humanos. Todas ellas y otras han ido formando parte de mi identidad. Pero hoy, me van a perdonar, quiero hablar de esa bandera que no podrá ondear en muchos edificios por la cerrazón de una magistrada y la intolerancia de unos pocos. La bandera arcoíris probablemente sea el único símbolo de la humanidad en el que no se pretende excluir a ninguna identidad. No lo fue cuando la biblia convirtió al arcoíris en el símbolo de la paz y la esperanza para la humanidad, ni cuando se eligió como símbolo para el movimiento de la paz en 1961 o como símbolo de la diversidad sexual en 1978, amparando a heterosexuales, homosexuales, lesbianas, transexuales e identidades queer. Allí donde otras enseñas pretenden señalar una diferencia, la bandera arcoíris intenta recordarnos a todos que, más allá de la cultura o el territorio, somos seres hechos para amar y que puedes ser o amar sin necesidad de excluir a nadie.
Este 28-J, el día que celebra la diversidad del ser humano y la riqueza de nuestra capacidad para ser y amar, quiero recordaros a todos que esta también es vuestra bandera y os pido que le hagáis un hueco en vuestro corazón, como hijos que somos de una humanidad nacida para encontrarse y superar el odio.
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Marina Echebarría Sáenz es doctora en Derecho, catedrática de Derecho Mercantil en la Universidad de Valladolid. Desertora de género.