Por Sergio Latorre
Publicado en Rebelión
En un ejercicio simple, el capitalismo se podría comparar con el proceso de una infección viral. Un virus vive a expensas y de forma parasitaria de la energía y el metabolismo de su huésped. De manera similar, el capital existe únicamente, por la extracción de valor excedente del trabajo y el tiempo vital de los trabajadores.
En el proceso infeccioso, para el virus es de suma importancia no eliminar por completo a su organismo huésped, toda vez que acaba con la fuente misma de su energía. Eso hace que el proceso de reproducción y evolución de un virus sea de constante contradicción: por un lado, extraer la energía de su huésped, lo que evidentemente causará su enfermedad, pero por otro lado, preservar la vida de su huésped, pues de él depende su existencia. En otras palabras, buscar la forma de alargar la agonía del organismo que padece la infección a su máximo nivel.
De la misma manera que la constante evolución de los virus y su coexistencia con diferentes organismos vivos hace que estos inviertan toda su maquinaria genética en la invención de nuevos y más sofisticados mecanismos para evadir el reconocimiento y pasar por desapercibido frente al sistema inmunológico, así mismo el capital suele invertir ingentes esfuerzos en imposibilitar una reacción en su contra y lo que es más importante, en pasar evasivo ante su identificación y control. Sin embargo, al final siempre existirán episodios en que la infección es tal, que la fiebre aumenta y el organismo trata de sacudirse y combatir el virus. En nuestro mundo, el del capitalismo, este parece ser uno de esos momentos.
Los inicios del 2023 marcan un momento sintomático en el corazón de la región europea. En el Reino Unido, las calles han sido anfitrionas de uno de los más numerosos y sostenidos levantamientos del proletariado inglés en la historia reciente. Lo que parecía uno de los tantos ciclos de negociaciones salariales entre las uniones sindicales y el empresariado, se ha tornado en un movimiento intersectorial que bajo la consigna de “basta es basta!” ha despertado la solidaridad y apoyo de un cúmulo de sectores sociales, que aún adolece de un movimiento u organización política que encabece o medie sus reivindicaciones.
El gobierno conservador ha utilizado la estrategia de la intimidación por medio de mensajes que van desde nuevas leyes para ilegalizar la huelga, hasta el uso de la fuerza militar para la contención de la protesta social. El desgaste ha sido también parte de su plan, pues varios de los sectores que protagonizan este ciclo de protestas, son esenciales para el funcionamiento social y con el alargamiento de la huelga es previsible que el apoyo popular pueda revertirse de manera rápida en su contra. Quienes encabezan este movimiento, han sido principalmente el proletariado del sector hospitalario, con una participación central de los colegios de enfermeras; los transportistas del sistema férreo y de transporte urbano masivo; y el cuerpo profesoral, así como trabajadores de la educación.
Muy en contra de los pronósticos del gobierno inglés, el calendario de la huelga ha mostrado resiliencia y una planificación sólida por parte de las organizaciones proletarias (Figura 1). Tal ha sido la fortaleza, que este gobierno, que llamaba de manera nostálgica a hacer uso del Thatcherismo y no ceder ante las demandas de los trabajadores, ha ordenado celeridad en las mesas de diálogo ante el anuncio de nuevas ramas y sectores que anuncian su entrada a la huelga.
El apoyo y la simpatía popular que ha blindado esta huelga está íntimamente relacionado con la agudización de la crisis del capital. Ante la dificultad de incrementar e incluso mantener la productividad para extraer ganancias del proletariado, el capital ha optado por presionar aún más el bolsillo de las familias, quienes en promedio han visto disminuir sus salarios de manera drástica en los últimos dos años (casi un 10%). Esta pérdida real en sus pagos mensuales está directamente relacionada al aumento del costo de vida. Según la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido (ONS en inglés), el incremento de la inflación en el último periodo ha estado conducido principalmente por los aumentos de las “tarifas de electricidad, gas así como comida y bebidas no alcohólicas”[1]. Los costos asociados a la vivienda se han convertido en la principal carga económica en el último periodo(Figura 2).
Y es que al final, las huelgas son el resultado de una durísima realidad: familias de trabajadores con empleos de tiempo completo que deben acudir a donaciones de caridad de comida para suplir su alimentación[2]; un incremento del 24% de personas sin vivienda en las zonas rurales desde el 2022[3]; crecientes casos lamentables de ancianos quienes durante el invierno deambulan días enteros al interior de los buses y metros del transporte público, porque no tienen cómo pagar las mensualidades para calentar sus viviendas.
Las explicaciones del gobierno sobre el aumento de costo de vida giran alrededor del corte de suministros energéticos debido a la guerra en Ucrania. Sin embargo, frente a esta excusa, simple e ideologizada, se esconde la realidad que es cada vez más difícil de ocultar o disfrazar. Las mismas compañías que incrementan los precios de las tarifas a los usuarios, lejos de registrar pérdidas económicas, se han lucrado extraordinariamente en el último año. Por ejemplo, Shell reportó su máxima ganancia en 115 años[4] y BP dobló sus ganancias en comparación con el año anterior[5]. La indignación de tener una población creciente de trabajadores al borde de la desesperación contrasta grotescamente con las ganancias récord de las mismas compañías que son sus verdugos.
La oleada generalizada de huelgas en el Reino Unido desnuda la relación contradictoria del capital en un estado avanzado de crisis. Así como en algún momento, el virus al interior del organismo rompe su estado de dormancia y avanza hacia la destrucción generalizada de su organismo hospedero, el capital muestra síntomas de destrucción generalizada de su fuente de riqueza: el proletariado.
Las jornadas de huelgas en el Reino Unido han sido hasta el momento exitosas pues han hecho un esfuerzo grande en romper la división entre el proletariado segregado en diferentes sectores y ramas de la producción. El uso de las organizaciones sindicales como plataformas para movilizar al proletariado que no necesariamente se encuentra cobijado con un modelo de contratación laboral o que hace parte de ese ejército creciente de desempleados, ha sido el mejor recurso que ha blindado de fortaleza este creciente movimiento.
Sin embargo, los recientes momentos de crisis anuncian una oportunidad extraordinaria para sacudir al organismo social de una infección que le ha condenado a una agonía ya muy larga y extenuante. Estos tiempos requieren de acciones audaces que integren la experiencia de las organizaciones del trabajo hacia la totalidad del proletariado. De la misma forma como el capital trata de arrebatar el tiempo vital más allá de las oficinas y los puestos de trabajo, así mismo las luchas deben ir más allá del horario laboral.
Sergio Latorre. Centro de Pensamiento y Teoría Praxis