Gasto militar

La guerra contra los trabajadores

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Tiempo estimado de lectura: 4 minutos

Por Tomasso Di Francesco
Para Sin Permiso

El Primero de Mayo, que debería ser la fiesta de los trabajadores, no de un “trabajo” abstracto, cae este año en medio de una guerra devastadora en el centro de Europa, que comenzó como una sangrienta agresión militar de Putin contra Ucrania, y que asume ya los contornos de una guerra mundial con costes incalculables, de larga duración –pero que podría ser finalmente efímera y catastrófica– para la “victoria” sobre Rusia de un frente de los nuevos dispuestos con dirección angloamericana, a cuyo carro se sube la Unión Europea al tiempo que aparece ya como víctima.

El aumento indiferenciado, generalizado e insensato del gasto militar supone el primer y más nefasto resultado de ello. Cancelada sin responsabilidad ni explicaciones la promesa de paz en el Viejo Continente –en realidad ya comprometida en los años 90 en el sudeste de Europa con la guerra en la antigua Yugoslavia y la implicación de la OTAN-, se ha abierto un abismo por el que inmediatamente se precipitan en primer lugar los de abajo, las clases populares y los trabajadores. Y no sólo en Italia.

Porque más gasto militar –por ahora la medida va hacia la duplicación de decenas de miles de millones– arrincona el gasto social y pesa como un peñasco sobre él, decisivo para la recuperación de la vida y el trabajo después de casi tres años de fuerte pandemia mundial.

Durante los cuales, vale la pena recordarlo, 23 millones de empleados han sostenido en Italia la asistencia y los cuidados sanitarios, en condiciones, cuando menos, impracticables, así como todo el proceso de producción.

Sobre los trabajadores recae el aumento del coste de la energía y la escasez de materias primas, reflejo directo de la guerra y luego de las sanciones. La engañosa ansiedad de los gobiernos europeos, y la de Draghi en primer lugar, consiste en parte en afirmar que todo está bien –“los fondos del PNRR [Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia] están llegando, no se preocupen…”, pero según el cual el principio redistributivo sigue siendo un misterio relegado a los salones del poder- y en parte en anunciar la reestructuración de los suministros de gas y petróleo para hacer patente el mensaje duro y amenazante de una “economía de guerra” que conduce al “racionamiento”. ¿Adivinan quién tendrá que pagarlo?

El objetivo, sólo ideológico, es el del “crecimiento”. ¿Pero de qué economía? Del capitalismo financiero, hasta aquí fallido, que transforma el trabajo vivo de los trabajadores, de la comunidad, en beneficios cada vez más privados para una oligarquía mundial que posee la riqueza del planeta, mientras se subvenciona la producción material empezando por los costes energéticos en origen, es decir, subvencionando de nuevo a Confindustria [la patronal italiana]. El Estado regulador entra ciertamente en juego, pero con la regla de oro de apoyar a los que están en el poder.

Pero lo cierto es que la pobreza aumenta, más de 5 millones de familias, que el número de trabajadores pobres crece, aunque tengan empleo, y que los salarios están estancados y pierden poder adquisitivo cada día que pasa. Y cuando es el trabajo vivo el que se apoya temporalmente en la antesala de los despidos, se le penaliza y luego se le anula: estamos ante la burla de que Confindustria acusa de chantaje a la propuesta de vincular los aumentos salariales a la inflación actual.

Seguimos con la producción de mercancías y bienes de consumo siempre privados, mientras que los servicios colectivos se debilitan, si no es que se privatizan. El reciente recorte del gasto sanitario para aumentar la inversión en gasto militar ha sido sintomático, a pesar del desastre que mostró el sistema sanitario durante la pandemia en algunos “modelos inspiradores” como el de Lombardía.

Es también sobre el altar del crecimiento donde se libra, asimétricamente, otra guerra sobre el cuerpo de los trabajadores, de la que esta vez Putin no es responsable: las muertes en el trabajo. 220 personas –cifra actualizada a finales de abril– han perdido la vida sólo desde principios de año en el altar de esta promesa mezquina. Una carnicería italiana, envenenada además por la tragedia de lo nocivo del lugar de trabajo y del entorno que generan otras víctimas, que continúa cada año impune con el añadido de ríos de retórica. Nada más.

Por último, la democracia. Porque en este tiempo de guerra está en peligro. La estación hacia la que nos dirigimos es la de un apremio institucional de emergencia, confirmado por el conflicto actual, que llevará el sistema draghiano hasta el infinito: parlamento inútil y gobernabilidad a toda costa para la estabilidad y, por supuesto, el “crecimiento”. ¿Quién lo lleva a cabo, para qué y para qué ocupación?

Cuando ahora está claro que es lo contrario: sólo la democracia conflictiva basada en los valores de la Constitución puede salvarnos del desastre. Es decir, empezando por los derechos de los trabajadores. En un momento en el que la crisis de representación política también pone en tela de juicio y ataca el papel del sindicato, el único que puede hacer frente a la ahora explosiva cuestión social. Una democracia de control, a partir del proceso de producción aquí y ahora, de sus fines, a partir de los lugares de producción material e inmaterial. Y desde abajo, por un nuevo modelo de desarrollo, que identifique inmediatamente las verdaderas alternativas energéticas y de ahorro, y las aplique rechazando los pasos atrás (nuclear, carbón), por una verdadera transición ecológica que elija la cadena de la paz y no la de las armas, porque el desarme no es una cháchara de pacifistas “inconscientes”, sino una posibilidad real de trabajo nuevo y reconvertido. Y que asuma el principio de intercambio igualitario y solidario entre los pueblos, y no el principio actual de robo y despilfarro. La paz es ahora el primer conflicto sindical, el primer contrato que se arranca. Feliz Primero de Mayo.

Tommaso Di Francesco, veterano periodista romano, es codirector desde 2014, junto a Norma Rangeri, del diario “il manifesto”. Poeta epigramático y satírico, es también autor de novelas y cuentos, y compilador de diversas antologías literarias.

Texto original: il manifesto, 1 de mayo

Traducción: Lucas Antón

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