Por Richard Miller
Para CounterPunch
El silencio de los medios de comunicación y las falsedades de los supuestos expertos en el tema han contribuido a crear una idea errónea sobre la implicación de la OTAN en Ucrania. Según este mito, la conexión OTAN-Ucrania, anterior a la actual horrible invasión rusa, se limitaba a la solicitud de Ucrania de unirse a la OTAN y la negativa de esta organización a dicha solicitud. En realidad, durante los últimos 14 años, la OTAN ha ido mucho más allá de considerar una eventual admisión, pues ha participado en grandes maniobras militares conjuntas en Ucrania. Esta implicación, acompañada por las iniciativas estadounidenses para configurar la política ucraniana, no afecta en lo más mínimo la responsabilidad moral de Putin por la carnicería que está infligiendo. Pero el conocimiento de la realidad debería servir para evaluar la respuesta adecuada.
En 2008, William Burns, a la sazón embajador estadounidense en Rusia y actualmente director de la CIA, cablegrafió desde Moscú: “Para la élite rusa (no solo para Putin), la entrada de Ucrania en la OTAN es la más roja de todas las líneas rojas… Todavía no he encontrado a nadie que no piense que la entrada de Ucrania en la OTAN es un desafío directo a los intereses rusos”. Tal y como sugiere el mensaje de Burns, Ucrania posee un significado geopolítico especial para Rusia. Es el segundo país europeo de mayor superficie (después de la propia Rusia), domina la frontera septentrional del Mar Negro y tiene una frontera terrestre de casi 2.000 kilómetros con Rusia. No obstante, en la cumbre de Bucarest de la OTAN celebrada a finales de 2008, cuando la expansión de esta alianza militar hacia las fronteras rusas estaba prácticamente terminada, la OTAN, liderada por EE.UU., declaró el acuerdo sobre su consumación: “Hoy hemos acordado que estos dos países [Ucrania y Georgia] se convertirán en miembros de la OTAN”. En 2011, un informe de la Organización Atlántica señalaba que “la Alianza asiste a Ucrania… en la elaboración de una política de defensa y otros documentos, en la formación de personal,… la modernización de las fuerzas armadas y el aumento de su interoperabilidad y su capacidad para participar en misiones internacionales” –una cooperación internacional que ya había incluido ejercicios navales conjuntos con Estados Unidos en el Mar Negro.
El 22 de febrero de 2014, las grandes protestas, cada vez más militantes, que duraron meses y se centraron en la Plaza de la Independencia de Kiev, provocaron la destitución y el exilio a Rusia de un presidente que había dependido del fuerte apoyo electoral de las regiones autónomas rusófonas del este y había tratado de equilibrar la cooperación con la OTAN con unas relaciones positivas con Rusia, al tiempo que se oponía a la integración en la Unión Europea. Un gobierno fuertemente pro-occidental asumió el poder, con una composición que colmaba las expectativas de Estados Unidos, como expresó el embajador de EE.UU. en una conversación telefónica interceptada por Rusia. Rusia ocupó Crimea y envió apoyo militar a las fuerzas secesionistas del este.
Ante estos acontecimientos se llegó a los acuerdos de Minsk, firmados por representantes de Rusia, Ucrania y las regiones separatistas en 2014 y 2015, cuyo objetivo era garantizar una autonomía de las regiones orientales compatible con la soberanía ucraniana, además de la neutralidad de Ucrania, con garantías internacionales, incluyendo la salida de su territorio de todas las fuerzas armadas extranjeras… y de todo el equipamiento militar extranjero, así como la vigilancia permanente de la frontera entre Rusia y Ucrania. Pero la respuesta de la OTAN fue muy distinta: se produjo un amplio aumento de la actividad militar conjunta en Ucrania, incluyendo la operación Fearless Guardian (Guardián Audaz) en 2015, en la que la Brigada Aerotransportada 173 entrenó a tres brigadas ucranianas en el transcurso de seis meses. La Cumbre de la OTAN en Bruselas de junio de 2021 declaró: “Reiteramos la decisión adoptada en la Cumbre de Bucarest de 2008 por la cual Ucrania se convertirá en miembro de la Alianza… Damos la bienvenida a la cooperación entre la OTAN y Ucrania respecto a la seguridad en la región del Mar Negro. El estatus de “socio de oportunidades mejoradas” concedido el pasado año proporciona un nuevo impulso a nuestra ya ambiciosa cooperación… con la opción de realizar más ejercicios conjuntos… Las iniciativas de cooperación militar y desarrollo de capacidades entre los aliados y Ucrania, incluida la brigada lituana-polaca-ucraniana, refuerzan aún más esta iniciativa. Valoramos mucho las importantes contribuciones de Ucrania a las operaciones aliadas, a la Fuerza de Respuesta de la OTAN y a los ejercicios de la OTAN». En marzo de 2021, Putin había iniciado el desplazamiento de fuerzas militares hacia Ucrania. El 24 de febrero de 2022, anunció su invasión, denunciando «la expansión hacia el este de la OTAN, que está acercando cada vez más su infraestructura militar a la frontera rusa».
Esta historia aporta pruebas para la hipótesis sobre una motivación crucial de la agresión de Putin: el deseo de responder a la ampliación de la participación militar activa de la OTAN, que atravesaba la «línea roja» de la que hablaba Burns. Esto no justifica ni remotamente su agresión y la carnicería que ha causado, del mismo modo que dejar la cartera en el asiento de un coche sin cerrar no afecta a la responsabilidad moral del carterista por su robo. Pero la explicación de las causas de la agresión de Putin debería servirnos para evaluar mejor la respuesta adecuada.
Por un lado, si esta era la motivación, las negociaciones entre Ucrania y Rusia para lograr la neutralidad ucraniana podrían haber evitado la carnicería. El 16 de marzo, el principal negociador ucraniano y el principal negociador ruso declararon por separado la viabilidad de un acuerdo de este tipo, viabilidad que fue confirmada por Zelensky el 21 de marzo. El progreso se vio obstaculizado por el hecho de que Biden llamara a Putin «criminal de guerra» el 16 de marzo, por su declaración al día siguiente de que Putin era «un matón» y por la intervención del embajador de Estados Unidos ante la ONU, el 20 de marzo, afirmando que «los rusos han declinado cualquier posibilidad de solución negociada y diplomática». Supongamos que, por el contrario, sea el arraigado etnonacionalismo de la Gran Rusia lo que impulsa a Putin a unir agresivamente a rusos y ucranianos en una nación soberana, o que le mueva un impulso irreprimible por restaurar la grandeza del Imperio Ruso. Estas hipótesis, que dificultan la explicación de por qué Rusia decidió ese momento para la invasión, explicarían la obstaculización de dichas negociaciones por la parte rusa ya que estarían condenadas al fracaso, pues lo que necesitaba era mostrar la fuerza, a pesar de que ello suponía la continuación de la carnicería.
La determinación de cuál de estas hipótesis es la acertada tiene una importancia global trascendental a la hora de juzgar los argumentos actuales a favor de una política exterior estadounidense más conflictiva y militarizada. Eminentes defensores de esta como Robert Gates, Secretario de Defensa con Bush hijo y Obama, y director de la CIA con Bush padre, han afirmado que la invasión de Rusia expresa el impulso irreprimible, paralelo a la aspiración que incita a China, de «recuperar la gloria pasada» y «restaurar el imperio ruso» y han pedido que se ponga fin a «los 30 años de vacaciones de los estadounidenses en la historia», «un cambio drástico» que incluya «un ejército más grande y avanzado en todas las facetas» y una rivalidad más asertiva con Rusia y China que amplíe en gran medida el uso de «los instrumentos de poder … que desempeñaron un papel importante en la victoria de la Guerra Fría». Robert Kagan aboga por el mismo incremento militar para hacer frente al deseo ruso de «reclamar su influencia tradicional» a partir de un «hábito secular de imperialismo», un impulso paralelo a los anhelos chinos de recuperar su dominio tradicional de Asia Oriental. Stephen Kotkin basa su llamamiento a las armas en la necesidad de resistir la «geopolítica perpetua» de Rusia, basada en la visión de ésta como «una potencia providencial», y en imperativos similares en China.
La toma de conciencia del papel de la expansión de la OTAN en Ucrania debería acentuar el temor al sufrimiento que el resurgimiento de la Guerra Fría podría causar en todo el mundo. La historia general de las carnicerías que Estados Unidos ha provocado con el fin de mantener su supremacía geopolítica es la base fundamental para organizar la resistencia ante estos llamamientos a las armas. Pero ocultar la historia de la intervención liderada por Estados Unidos en Ucrania contribuye a explotar la justificada y generalizada repulsión por la brutalidad de Putin para debilitar la resistencia. Este mito también debe ser derribado.
Richard Miller es profesor emérito de Ética y Vida Pública en la Universidad de Cornell. Entre sus libros está “Globalizing Justice: The Ethics of Poverty and Power” (Oxford University Press, 2010).