Leonor Benedetto: "Es más fácil construir algo desde la dinámica de la necesidad que de la libertad. Hasta el más inteligente de los tipos quiere una mina sumisa"

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Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

Leonor Benedetto

Por Dennise Tempone
Para Siete Días

Hay algo indescriptible en la presencia de Leonor Benedetto. Algo que hace que los turistas, estudiantes y otros civiles que andan por este café de Recoleta, la miren intrigados mientras se desplaza por el local con su bandeja, su cortado largo y su bagel negro. Tal vez sea su pelo castaño cobrizo, desordenado, rockero, que al igual que el resto de su cuerpo, nunca se enteró de sus 71 años. Aunque podría ser también su boca, perfectamente delineada, sobre su piel blanca y radiante o la manera en que se mueve dentro de su ropa. Seguramente es la confianza que irradia. Tal vez, después de todo, sea la suma de esos elementos lo que atrae las miradas sobre ella. ¿Qué importa? Leonor sabe pero parece fingir no darse cuenta. Se sienta cómoda en un sillón al borde de la entrada del lugar, mira fijo y pregunta sin vueltas: ¿Qué pensás de mí? ¿Qué esperás de esta nota? “Desconcierto” es el nombre de la primera etapa del juego de seducción Benedetto. Uno que juega hace tanto tiempo que no sería posible ya sostener, sino fuera porque es auténtico. En escasos minutos, la actriz escucha atenta los adjetivos que resumen su fama: “jodida”, “complicada”, “difícil”, “retobada”. No oculta su deleite. En una breve reflexión, todo se sintetiza con un concepto: “miedo”. “Es cierto, los periodistas me tienen miedo”, dice con placer. “Admito que eso me gusta un poco, significa que les muevo algo, que no pueden encasillarme. Me gusta, sí, me gusta”.

-¿Te gusta dar miedo?

-Prefiero pensarlo como respeto. En realidad estoy cansada de tanto automatismo de pregunta y respuesta. Así es todo hoy y siempre resulta una cosa gastada, un caretaje que no enriquece a nadie: ni al entrevistado, ni al entrevistador y muchos menos al lector. Un reportaje es una oportunidad que no debe ser malgastada, muchísimo menos en tiempos como éste. Es imposible abrir una revista hoy y no oscilar entre la perfecta idiotez y el lenguaje laberíntico y snob. Todos, desde “ADN” hasta “Para ti”, son así. Yo no soy fácilmente encasillable ni políticamente, ni religiosamente, ni artísticamente. Está bien, sigo teniendo las riendas de mi imagen y mi discurso.

-Recientemente debutaste como directora de teatro en “Otro de nosotros”, en el Centro Cultural Recoleta. Ya habías hecho dirección en TV y cine. ¿Ese amor por el control es lo que te lleva a dirigir?

-(Risas.) Puede ser. Dirigir es jugar a ser Dios un rato. Y es fantástico. Aun así, es imposible controlar todo, es una negociación permanente. Es más fácil si yo soy la que arma e interpreta al mismo tiempo. Cuando eso no pasa, ahí es dónde la negociación comienza…Cuando uno se da cuenta que el otro tiene un mundo propio.

-¿No es la dinámica de cualquier relación?

-¡Sí señora! El otro es el otro siempre y no va a ser como a mí se me ocurre. Sí, sí, sí.

-¿Cuesta mucho entender eso?

-Estadísticamente pareciera casi imposible (risas). La relación humana es la tarea más intrincada del planeta. En la dirección, hay más control que en la vida. Tiene más que ver con manipular. Manipular incluso al público. Es toma una posición

-“Otro de nosotros” se realizó con el auspicio del gobierno de la ciudad. Éste es un momento muy polémico respecto de la relación de los artistas y los fondos públicos. ¿Cómo te posicionás frente a eso?

-Muy bien, porque lo que no es especulativo, en mi caso, por ejemplo, es lo que hago con el lugar que ocupo. Si a mí me paga un municipio o una intendencia por hacer lo que hago, yo quiero que eso le vuelva al público. Eso implica no sólo que la entrada sea gratuita sino que la temática aporte algo. No haría un espectáculo que sea mero entretenimiento. Quiero que sea educativo, informativo. Si cobro y no hago eso estoy borrando con el codo lo que escribo con la mano. Hay que ser cuidadoso con el modo en que uno ocupa un lugar semejante. Que se cobre el porno, no la cultura. Yo siempre dejo muy en clara mi posición.

-En varias ocasiones reconociste disfrutar mucho del poder, la manipulación y el egoísmo. ¿No es muy políticamente incorrecto admitir eso?

-Lo es. Sobre todo, siendo mujer. Todos necesitamos tener cierto egoísmo y capacidad de manipulación para abrirnos paso en la vida. Yo tengo esa parte mía muy desarrollada. Se dice que ésa es la parte masculina pero me parece simplificarlo demasiado. A las mujeres no nos festejan mucho esas características. En el inconsciente del más inteligente de los tipos existen el ideal de mina sumisa, aquella a la que hay que rescatar de algo, no importa de qué ¿Cómo una mina va a tener pleno control de su destino? Económicamente, socialmente, culturalmente, hay que rescatarlas. Según ese punto de vista, un ser completo está condenado a la soledad… Absolutamente sí. Es más fácil construir algo basado en la dinámica de la necesidad que en el de la libertad. Eso es así. Pero es un dilema sólo en la juventud, eso después deja de ser un problema.

-¿Por qué es un dilema sólo de la juventud?

-La reproducción es una trampa. La idea de constituir una pareja, una familia. Uno lo desea pero luego se da cuenta de que tiene que pagar los precios, y eso es inevitable. Entonces tenés que tener una negociación con la vida. En las mujeres eso es muy claro: decís, “bueno está bien, está bien. Yo me voy a deformar, me voy a transformar en un bicho con una panza enorme, después voy a parir reventada de dolor, se me van a caer las tetas, va a haber un monstruo de 4, 5, 6 kilos que me las va a absorber, me va a sacar estrías y mi vida ya nunca más va a ser la que fue. A cambio de eso me propongo, que una vez que este monstruo tenga 20 años, porque es mentira que sucede antes, voy a dedicarme a mí y voy a volver a ser una persona entera”. El hombre de todo esto ni se entera. Los que son muy inteligentes sí lo notan. La inteligencia les da para saber que somos un igual, pero al final de cuentas, les cierra más una desigual (risas).

-¿Por qué?

-Porque les divierte la posibilidad por un rato, pero no para siempre. Te digo porque puedo hacer un muestreo de los hombres que reunieron esas condiciones en mi vida y miro a las mujeres con las que se quedaron después de mí y está muy claro, ésa es la respuesta. Querían una sumisa, una anónima.

-Les mandamos un saludo a las actuales de tus ex…

-(Risas.) Sí, sí, un saludo. Y además con la paga extra de que la vida me da la posibilidad de confirmar que sí, hice bien en irme. Y no se equivocaron conmigo ¿eh? Se equivocaron con ellas (risas).

-Una vez dijiste que vos eras como un accidente de auto: es imposible no querer acercarse. El accidente intriga, pero después todos dicen “menos mal que no me pasó a mí”…

-(Risas.) Claro, a eso me refiero. Es triste pero es así. Soy impiadosa. Pero tengo la suerte de no lamentar estas cosas porque desde muy joven me di cuenta de que tengo la suerte de tener un buen destino.

-¿Qué es un buen destino?

-Es una convicción interna, que no es racional, es decir, no está elaborada. Esa convicción me llevó a darme cuenta muy rápido de que me fue dado todo y que si no lo utilizo soy una estúpida.

-Un buen destino sola…

-(Risas.) Es que no es fácil dar con la persona indicada. Justo ahora hace unos días me pasó algo curioso. Alguien que me tiró los galgos y yo empecé a chichonear. Casado el señor. Un día me preguntó si podía venir a casa. Dije: “¿Perdón? ¿Una cena? ¿Un paseo? ¿A dónde quedó todo eso?”. Él me respondió: “Sabés que no puedo”, y yo le dije: “¿Y a mí qué me importa?”. Me dijo que era una egoísta porque es obvio que nos gustamos y me reí. Yo no me voy a la cama con todos los tipos que me gustan, hay una población entera que me gusta. Se llega a la cama por un deseo irrefrenable, no por una negociación telefónica. Eso es lo que necesitamos en todo. Pasión.

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