Por Arnarldo Pérez Guerra
Publicado en Rebelión
La operación militar especial de Rusia en Ucrania -que ya cumple dieciocho meses-, desveló además del nazismo, la trama de biolaboratorios, armas biológicas y experimentos perpetrados por el gobierno de Estados Unidos, sus agencias y empresas extraterritoriales.
Si bien, aún posee aristas desconocidas, varias de las denuncias del Ministerio de Defensa de la Federación Rusa eran conocidas por periodistas e investigadores, y habían sido reseñadas con escaso o prácticamente nulo eco por diferentes medios de comunicación.
El gobierno ruso y su inteligencia han seguido monitoreando la actividad biológico-militar, principalmente de Estados Unidos y sus socios, en Ucrania y otras regiones del planeta. Muchas, constituyen prácticas que violan completamente las convenciones sobre armas biológicas y, algunas, son perpetradas bajo estricto secreto y de forma clandestina, ocultando sus verdaderas intenciones, incluso a los países donde operan.
Mucho antes, en abril de 2021, Nikolái Pátrushev -secretario del Consejo de Seguridad de Rusia-, ya advertía que los biolaboratorios estadounidenses se instalaban “por una extraña coincidencia”, cerca de las fronteras de Rusia y China, y que se había detectado “brotes de enfermedades no típicas de estas regiones en las áreas adyacentes”. Y agregaba: “Nos dicen que estaciones sanitarias y epidemiológicas pacíficas operan cerca de nuestras fronteras, pero por alguna razón recuerdan más a Fort Detrick en Maryland, donde los estadounidenses han estado trabajando en el campo de la biología militar durante décadas”.
Ya no parece coincidencia que los biolaboratorios que se conocen, y que precisamente son financiados por el gobierno de Estados Unidos y/o por sus empresas de “seguridad biológica”, se distribuyan en torno a Rusia, China e Irán.
Pátrushev indicó que se está reuniendo “la base probatoria sobre la actividad biológico militar de Estados Unidos en Ucrania”, tras lo cual “todo el mundo civilizado acabará viendo que Estados Unidos se ha convertido en un ‘digno’ sucesor de las tradiciones del Tercer Reich, donde se practicaban experimentos inhumanos con personas. Ucrania y Estados Unidos fueron los únicos países del mundo que votaron en contra de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la lucha contra la glorificación del nazismo y otras iniciativas similares».
La implicancia de Estados Unidos
No es un misterio que Ucrania ha servido de reservorio y conejillo de indias tanto para las armas biológicas como para las nuevas formas de guerra ideadas por Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y que incluirían “producir patógenos o enfermedades”, utilizando muestras de personas de las diferentes etnias de Eurasia, muestras que dichos biolaboratorios habían ido recopilado desde hacía varios años, sino décadas.
La implicancia del gobierno de Estados Unidos, sus agencias y compañías es evidente. Incluso se ha reportado que en su propio territorio significativamente aumentó el número de laboratorios con niveles de bioseguridad BSL-3+ y BSL-4. Pareciera que una próxima guerra biológica está en ciernes, lamentablemente.
Como bien lo expresara Sergei Lavrov -ministro de Asuntos Exteriores de Rusia-, “además de los treinta laboratorios biológicos en Ucrania, Estados Unidos ha creado cientos de esos laboratorios en otros países. (…) Muchos se establecieron en varios países de la antigua Unión Soviética precisamente a lo largo del perímetro de las fronteras de Rusia, así como en las fronteras de China y en las de los otros países ubicados allí». Fue el propio gobierno estadounidense quien expresó públicamente que “dirige” unos 336 biolaboratorios en treinta países. Sin embargo, los contratos hallados por el ejército ruso en Ucrania sugieren que firmó contratos similares a los de Ucrania con al menos cuarenta y nueve países.
Hoy se sabe que el Departamento de Defensa norteamericano se puso en contacto con autoridades ucranianas desde la disolución de la Unión Soviética, y que entre 2005 y 2014 tomó el control de los biolaboratorios ucranianos, construyendo otros ocho más.
A partir de 2016, Ucrania realizó investigaciones sobre armas biológicas en los biolaboratorios construidos por la Agencia de Reducción de Amenazas para la Defensa (DTRA) -del Departamento de Defensa estadounidense- y bajo el control de esa agencia. Rosemont Seneca Technology Partners (RSTP), filial de Rosemont Capital, fundada el 2009 por Hunter Biden -hijo del hoy presidente de Estados Unidos Joe Biden-, y por Christopher Heinz -hijo político del ex secretario de Estado John Kerry-, servía de enlace entre el Departamento de Defensa de Estados Unidos y el Ministerio de Sanidad de Ucrania.
Fue la propia subsecretaria de Estado de Estados Unidos Victoria Nuland quien reconoció, ante la comisión del Senado estadounidense para las Relaciones Exteriores, la implicación de su gobierno en las investigaciones biológicas en Ucrania, “tan peligrosas que Washington temía que ese material biológico llegara a caer ‘en manos de las fuerzas rusas’”, señala el investigador y analista Thierry Meyssan, fundador y director de la web Red Voltaire. “No es un misterio que el Departamento de Defensa puso en manos de Ucrania la tarea de realizar investigaciones prohibidas por la Convención sobre la Prohibición de las Armas Biológicas”, agrega.
Los “experimentos” eran realizados a pedido del Centro Nacional de Inteligencia Médica de Estados Unidos a través de la DTRA y de la compañía de Biden y Kerry junior, RSTP. No es posible desconocer las implicancias de la elite norteamericana en la trama de los biolaboratorios.
Se sabe que los “resultados de las investigaciones” se enviaban a los biolaboratorios militares estadounidenses de Fort Detrick, “que siempre han tenido un papel protagónico en los programas de armas biológicas de Estados Unidos”, advierte Meyssan.
Aunque las Naciones Unidas afirman que Estados Unidos siempre ha presentado informes sobre sus actividades biológicas, conforme a lo que establece la Convención sobre la Prohibición de las Armas Biológicas, Ucrania nunca lo hizo.
“Estados Unidos se comprometió -en 2016- a poner en manos del gobierno ucraniano armamento suficiente como para librar y ganar una guerra contra Rusia. Con ese objetivo, el Departamento de Defensa organizó en Ucrania un programa de investigaciones biológicas con fines militares y además envió secretamente a Kiev cantidades enormes de material nuclear. (…) Tres años después, el 5 de septiembre de 2019, la RAND Corporation organizaba una reunión en la Cámara de Representantes de Estados Unidos para explicar su plan, consistente en debilitar a Rusia obligándola a desplegarse simultáneamente en Kazajastán, Ucrania y finalmente en Transnistria. El Estado ucraniano inició varios programas militares secretos en 2014. El primero y más conocido de todos es su colaboración con el Departamento de Defensa estadounidense en más de treinta biolaboratorios diferentes”, dice Meyssan.
Quienes están detrás
Nadie puede desconocer hoy que el programa biológico militar del Pentágono en Ucrania fue financiado por compañías y estructuras vinculadas al hijo del actual presidente Biden -en ese entonces, vicepresidente de la administración de Barack Obama-, lo que ha sido demostrado por los periódicos The New York Post y The Daily Mail. En 2014, Hunter Biden era parte del consejo de administración de la empresa energética ucraniana Burisma Holdings. Y fue público que se denunciaron sus “escándalos de corrupción”, y en 2016, Biden padre exigió la “destitución del fiscal general ucraniano Viktor Shokin”, que estaba investigando las malas prácticas de Burisma y Biden junior. Hoy se sabe que los intereses económicos de Biden no estaban puestos solo en el gas o el petróleo, sino también en “desarrollos militares secretos”.
“The New York Post y The Daily Mail confirmaron la acusación rusa de que Hunter Biden estuvo involucrado en la financiación de laboratorios biológicos estadounidenses secretos en Ucrania. Él, según correos electrónicos y cartas obtenidas de su computadora portátil -la autenticidad de esta fue confirmada recientemente por el New York Times-, ayudó a la compañía médica Metabiota a concluir un contrato multimillonario con el gobierno de Estados Unidos. Metabiota prestó servicios a Black & Veatch, otra contratista del Pentágono que construyó una serie de biolaboratorios en Ucrania para ‘estudiar agentes infecciosos o toxinas que pueden transmitirse por el aire y causar infecciones potencialmente mortales’”, informó Misión Verdad, portal web de Venezuela.
Biden junior y sus socios invirtieron US$ 500.000 en Metabiota a través de RSTP, empresa que canalizó miles de millones de dólares. Y reunió a representantes de Metabiota y de Burisma para “implementar un proyecto científico” que involucraba a los biolaboratorios en Ucrania.
Al menos tres biolaboratorios extranjeros que operan en dicho país están vinculados estrechamente al Pentágono: Metabiota Inc., Black & Veatch y Southern Research Institute (SRI). Y lideran proyectos federales de investigación biológica para otras agencias gubernamentales estadounidenses como la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Los biolaboratorios son manejados por el programa militar de la DTRA, y el personal civil de estas empresas privadas “puede operar en nombre del gobierno estadounidense bajo cobertura diplomática”, como lo reveló la periodista búlgara Dilyana Gaytandzhieva.
Gaytandzhieva había divulgado documentos que la embajada de Estados Unidos en Ucrania eliminó de su web, y que implicaban al gobierno norteamericano en el financiamiento de al menos once biolaboratorios en Ucrania a través de la DTRA. Por sus reportajes, Dilyana Gaytandzhieva fue perseguida y acusada de propagar “noticias falsas”. Pero sus investigaciones expusieron que Ucrania no poseía ningún control sobre los biolaboratorios militares en su propio territorio. Y advertía que el acuerdo alcanzado en 2005 entre el Departamento de Defensa y el Ministerio de Sanidad de Ucrania prohibía al gobierno ucraniano revelar públicamente información sensible sobre el mencionado programa y le obligaba a transferir patógenos peligrosos para la investigación biológica al Pentágono, ente que tuvo acceso a secretos de Estado de Ucrania. Gaytandzhieva explicó que los biolaboratorios militares fueron gestionados por contratistas estadounidenses como el SRI, Black & Veatch Special Project Corp., CH2M Hill, y Metabiota, y que poseían proyectos sobre “cólera, gripe y zika, todos ellos patógenos de importancia militar para el Pentágono”.
Dilyana Gaytandzhieva afirma que “el Pentágono ha llevado a cabo experimentos biológicos con un resultado potencialmente letal en 4.400 soldados en Ucrania y otros mil en Georgia”. Y reseñó, además, casos de gripe H1N1 en 2016; hepatitis A en 2017 y 2018 -infección altamente sospechosa que se expandió rápidamente en pocos meses por el sureste de Ucrania, donde se encuentran la mayoría de los biolaboratorios del Pentágono-; cólera en 2014 en Rusia con una alta similitud genética con cepas reportadas en Ucrania desde 2011; y botulismo -en 2016 y 2017-, cuando las autoridades reportaron que la causa del brote fue una intoxicación alimentaria sobre la que la policía inició una investigación.
Los biolaboratorios del Pentágono en Ucrania estaban entre los principales sospechosos, ya que la toxina botulínica es uno de los agentes bioterroristas que ya se han producido en una instalación de armas biológicas del Pentágono en Estados Unidos.
En un documento de 2012, sacado de línea, pero detallado por Gaytandzhieva en su investigación, se afirma que la División de Ciencias de la Vida (LSD) del Campo de Pruebas de Dugway produce y prueba bioagentes aerosolizados en la Instalación de Pruebas de Ciencias de la Vida Lothar Saloman (LSTF).
“Los acuerdos entre Estados Unidos y Ucrania, y entre Estados Unidos y Georgia, divulgados, ‘eximen de responsabilidades civiles o penales’ a los científicos estadounidenses que participan en el desarrollo de armas biológicas”, señala Gaytandzhieva. Y agrega: “No se responsabilizarían ni emprenderían acciones legales e indemnizarían a Estados Unidos y a su personal, contratistas y personal de los contratistas, por los daños a la propiedad, o por la muerte o lesiones de cualquier persona en Georgia y Ucrania, que se produzcan como consecuencia de las actividades realizadas en el marco de estos Acuerdos. Si los científicos patrocinados por la DTRA causan muertes o lesiones a la población local, no se les podrá exigir responsabilidades”.
Gaytandzhieva publicó, además, documentos de la DTRA que confirman el financiamiento a investigaciones biológicas en Ucrania, bajo la tutela de la empresa estadounidense Black & Veatch. La agencia estadounidense asignó US$ 80 millones en 2020. Por su parte, CH2M Hill se adjudicó un contrato de US$ 22,8 millones para el equipamiento de dos nuevos biolaboratorios en Ucrania. “El acceso a los biolaboratorios estaba prohibido a las supervisiones de expertos independientes”, dice Gaytandzhieva, quien publicó una carta filtrada del Ministerio de Sanidad de Ucrania cuando se les negó el acceso a los científicos de la revista Problems of innovation and investment development.
Metabiota se exhibe como una empresa especializada en la “identificación, seguimiento y análisis de posibles brotes de enfermedades”, y recibió entre 2012 y 2015 US$ 3,1 millones por su desempeño en Sierra Leona, uno de los países más afectados por el ébola. Además, en 2014 firmó un contrato federal de US$ 18,4 millones como subcontratista de Black & Veatch, precisamente en Georgia y Ucrania. Y también estuvo vinculada al Instituto de Virología de Wuhan, a través del proyecto PREDICT, del programa Amenazas Pandémicas Emergentes de la USAID. También ese mismo año, el Instituto de Virología de Wuhan publicó junto a Metabiota y EcoHealth Alliance un estudio colaborativo sobre la transmisión de enfermedades infecciosas de los murciélagos en China. Y EcoHealth Alliance y Metabiota trabajaron en investigaciones que relacionan los brotes de enfermedades infecciosas con el comercio de animales salvajes. Además, Black & Veatch firmó un contrato con DTRA por US$ 198,7 millones para crear y equipar biólogos precisamente en Ucrania, pero también en Armenia, Alemania, Azerbaiyán, Camerún, Etiopía, Tailandia, y Vietnam. Black & Veatch es un holding especializado en minería, banca, mercados financieros, centros de datos y ciudades inteligentes, y siempre ha estado ligado al sector militar y a agencias de inteligencia. En 2020, Black & Veatch obtuvo ganancias por US$ 3.700 millones y se posicionó como la séptima mayor empresa de Estados Unidos. Desde 2008, SRI es el principal subcontratista del programa ucraniano. Fundada como organización sin ánimos de lucro en 1941, hace setenta años trabaja en investigaciones militares, y entre 1951 y 1962 firmó dieciséis contratos con el Programa de Armas Biológicas de Estados Unidos. Además, en 2001, fue subcontratista del proyecto militar sobre la investigación del ántrax.
Unos quince biolaboratorios en Ucrania son financiados por la DTRA. “Los laboratorios biológicos estadounidenses financiados por la DTRA en el marco de un programa militar de US$ 2.100 millones (PDF), el Programa de Compromiso Biológico Cooperativo (CBEP) están situados en otro país de la antigua Unión Soviética como Georgia pero también en Oriente Medio, Sudeste Asiático y África mediante acuerdos bilaterales en los que es corto el alcance legal de organismos multilaterales. En el caso ucraniano está la creación del Centro de Ciencia y Tecnología de Ucrania (STCU), una organización internacional financiada principalmente por Estados Unidos a la que se ha concedido estatus diplomático y que apoya oficialmente proyectos de científicos anteriormente implicados en el programa soviético de armas biológicas. En los últimos veinte años, la STCU ha invertido más de US$ 285 millones en la financiación y gestión de unos 1.850 proyectos de científicos que anteriormente trabajaron en el desarrollo de armas de destrucción masiva mientras que el personal estadounidense en Ucrania trabaja bajo cobertura diplomática y es indemnizado por las muertes y lesiones de la población local”, publicó Misión Verdad.
Se sabe que el Instituto de Investigaciones Walter Reed, dependiente del ejército de Estados Unidos, se encargaba de “proyectos biológico-militares” denominados «UP-1» y «UP-2», y que acopió materiales entre 2014 y 2020, en pleno apogeo de la agresión ucraniana contra el Donbáss. Dicho instituto posee filiales “con laboratorios de alto nivel de bioseguridad y con capacidad para trabajar con patógenos peligrosos”, advirtió el Ministerio de Defensa de la Federación Rusa, y agrega que “una de sus filiales está en Tailandia y posee capacidad para transportar cepas en Nepal, Camboya y Filipinas, las que cooperan a su vez con doce países más en el sudeste de Asia”.
Existe, además, una red de “filiales” dependientes del Centro Científico Médico de las Fuerzas Navales de Estados Unidos, y sus laboratorios “subordinados” realizan trabajos con patógenos en África, Asia y América Latina. De acuerdo con la inteligencia rusa, estas ramificaciones le permiten “obtener el acceso a las versiones de patógenos epidémicamente importantes, las que son agentes potenciales de armas biológicas. Las fiebres de marburgo y ébola, la malaria y la fiebre del valle del Rift son algunas”. Pero el Pentágono y el gobierno de Estados Unidos han debido cambiar algunas de sus tácticas organizando “trabajos de ‘doble uso’ a fin de camuflar estas actividades”. Se sabe que patrocinan estos trabajos en Sierra Leona, República Democrática del Congo y Camerún financiados por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, y la USAID.
Según Red Voltaire, en los años ‘80 el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de los Estados Unidos diseminó en suelo estadounidense, específicamente en el estado de Georgia, el mosquito aedes aegypti, transmisor del dengue, la chikunguña y el virus del zika. Hoy en día la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA) de Estados Unidos “realiza investigaciones sobre lo que denomina ‘insectos aliados’. Oficialmente, esa agencia del Pentágono trata de transformar insectos normales en ciborg, o sea en criaturas que son una combinación de organismos biológicos y dispositivos cibernéticos que modificarían genéticamente las plantas de cultivo, supuestamente para que aumenten su rendimiento. Pero, de manera no oficial, podría tratarse de alcanzar el objetivo contrario, o sea esterilizar las plantaciones de los países enemigos y provocar así hambrunas, como advirtió en 2018 la revista especializada Science”.
Advertencias rusas
Tras la operación militar especial, se descubrió que el Instituto de Medicina Veterinaria de Járkov participaba de los proyectos biológico-militares estadounidenses en Ucrania “UP-8” y “P-444”, “estudiando las rutas de pájaros migratorios”, y que, además, “se tomaban y se transferían al extranjero las cepas del virus de la gripe aviar que tienen un alto potencial epidémico y son capaces de superar la barrera entre especies”. Actualmente, se cree que lo que pretendían los estadounidenses y sus colaboradores era “empeorar la situación epizootia en el territorio de la Federación Rusa”. Las autoridades rusas denuncian, además, que la muerte masiva de pájaros en la reserva de la biósfera de Askania-Nova en la región de Jersón, habría sido “provocada con el descuido de las normas de bioseguridad”. La posibilidad cierta de accidentes o las deliberadas emisiones indiscriminadas de patógenos y enfermedades inusuales al medioambiente explicarían uno de los porqués del gobierno norteamericano para operar biolaboratorios en el extranjero.
Igor Kirilov, jefe de las tropas de Protección Nuclear, Biológica y Química de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, detalló en una de sus tantas intervenciones ante la prensa, la existencia de más de treinta biolaboratorios en ex países soviéticos, “para supuesta investigación científica e investigaciones sanitario-epidemiológicas (…) con el pretexto de probar agentes para el tratamiento y la prevención de la infección por coronavirus, algunos miles de muestras de suero tomadas de las personas infectadas que se refieren a la etnia eslava han sido transportadas desde Ucrania al Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed…”. Y agregó que “la actividad de los biolaboratorios en Ucrania, específicamente, ha provocado un aumento inmanejable de riesgos económicamente peligrosos relacionados con un aumento de casos de rubeola, difteria, tuberculosis, sarampión, cólera, botulismo, poliomielitis, hepatitis A y gripe”.
Por su parte, Ígor Konashénkov, portavoz del Ministerio de Defensa de Rusia, expresó que “Estados Unidos ha venido realizando trabajos para potenciar las propiedades patógenas de microorganismos con el uso de métodos de biología sintética junto al gobierno ucraniano”. Y corrió el velo acerca de que muchos de esos patógenos peligrosos, “que eran evidencias de un programa de desarrollo de armas biológicas financiado por el Pentágono a través del Departamento de Defensa de Estados Unidos, fueron destruidos precipitadamente en esos laboratorios (…). Recibimos documentación de empleados de biolaboratorios ucranianos sobre la destrucción con carácter de emergencia -el 24 de febrero de 2022-, de patógenos especialmente peligrosos de peste, ántrax, tularemia, cólera y otras enfermedades mortales». Su “precipitada destrucción” y lo que se cree, sin los debidos resguardos de bioseguridad, solo demuestran que el gobierno estadounidense nunca quiso que se supiera la verdad: qué estaban realmente experimentando, porqué y con qué fin. “Para que no saliera a la luz que Washington y Kiev violan la Convención sobre armas biológicas, el Ministerio de Sanidad de Ucrania emitió una directiva para la eliminación con carácter de emergencia de las reservas de patógenos peligrosos almacenados», denunció Konashénkov.
Según Kirillov, Estados Unidos financió biolaboratorios en Kiev, Lvov, Odessa, y Kharkov, otorgando US$ 32 millones, con el fin de «estudiar» los patógenos de la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, la leptospirosis y los hantavirus. “Su uso puede disfrazarse de brotes naturales de enfermedades. Se han identificado seis familias de virus -incluidos los coronavirus- y tres tipos de bacterias patógenas -agentes causantes de peste, brucelosis y leptospirosis- que tienen características aptas para contagiar a personas desde animales. Incluso, se realizaron investigaciones sobre la transmisión de enfermedades a través de murciélagos. (…) Existe una serie de documentos que confirman la transferencia de muestras biológicas tomadas en Ucrania al territorio de terceros países, incluidos Alemania, Gran Bretaña y Georgia. (…) La transmisión de la influenza aviar altamente patógena por aves silvestres se estudió en el Instituto de Medicina Veterinaria de Kharkiv. (…) Y se confirmó el traslado de cinco mil muestras de suero sanguíneo tomadas de residentes ucranianos al centro Richard Lugar respaldado por el Pentágono en Tbilisi, Georgia. Se transfirieron otros 773 ensayos al Reino Unido, mientras que se firmó un acuerdo para transferir ‘cantidades ilimitadas’ de suministros infecciosos al Instituto Friedrich Loeffler, el principal centro de enfermedades animales de Alemania”.
Se sabe que el Pentágono está reubicando y transportando a otros países contenedores y elementos restantes del programa estadounidense de investigaciones biológicas de carácter militar que había apostado en Ucrania. Y el Ministerio de Defensa de la Federación Rusa denunció la realización de “experimentos biológicos sobre enfermos mentales ucranianos”, cometidos en el Hospital Psiquiátrico Nº 1, en Strelechye, Jarkov, y que se utilizó un agente patógeno para diseminar la tuberculosis entre los pobladores de Slavianoserbsk, en la República Popular de Lugansk.
“Los biolaboratorios realizaban experimentos extremadamente peligrosos para reforzar las propiedades patógenas de la peste, el ántrax, la tuleramia, el cólera y otras enfermedades mortales recurriendo a la biología de síntesis. Otro proyecto desarrollado en los biolaboratorios de Estados Unidos en Ucrania tenía que ver con el uso del murciélago con fines militares como agente transmisor de enfermedades como la peste, la leptospirosis, la brucelosis y la propagación de filovirus y de coronavirus. (…) Los gobiernos occidentales parecen ver como algo normal que ciertos Estados coleccionen agentes patógenos para ‘estudiarlos’… sin que eso signifique que vayan a utilizarlos para fabricar armas biológicas. (…) Ahora nos dicen que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) vigila los laboratorios ucranianos. Lo cierto es que nada de lo que han dicho permite justificar las declaraciones de la señora Victoria Nuland ni permite entender catástrofes como la epidemia de fiebre porcina que costó la vida a veinte soldados ucranianos -en enero de 2016- mientras que otros doscientos tuvieron que ser hospitalizados. El embajador de Rusia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Vassily Nebenzia, denunció también la realización de investigaciones sobre la transmisión de enfermedades peligrosas para la vida humana a través de ectoparásitos, y puso también sobre la mesa una grave interrogante sobre las miles de muestras sanguíneas de pacientes de origen eslavo que Ucrania envió al Instituto de Investigación Walter Reed del ejército estadounidense. Nebenzia recordó seguidamente el ‘Project Coast’, un programa de investigaciones biológicas realizadas en los años ‘80 por el doctor Wouter Basson para el régimen sudafricano del apartheid y para Israel sobre la posibilidad de desarrollar medios químicos o biológicos que afectaran específicamente a ciertos grupos étnicos -en tiempos del doctor Basson se trataba liquidar poblaciones negras y árabes”, advierte Thierry Meyssan.
Tras la operación militar especial, Rusia afirma haber destruido contenedores hallados en veintiséis de los biolaboratorios en Ucrania. “Posteriormente (Rusia) invitó a sus aliados de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) a mantener bajo la más estrecha vigilancia los acuerdos que pudieran haber concluido con Estados Unidos -Armenia y Kazajastán pusieron fin a esas investigaciones. Finalmente, todos los países miembros de la OTSC han prohibido que el personal militar extranjero tenga acceso a sus laboratorios. (…) El director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, reveló que Ucrania dispone de enormes cantidades de plutonio y de uranio enriquecido. Según Grossi, Ucrania había acumulado en la central nuclear de Zaporijia treinta toneladas de plutonio y cuarenta toneladas de uranio enriquecido”, publicó Red Voltaire.
Para Thierry Meyssan, “el estado mayor ruso atacó inicialmente a través de todas las fronteras posibles: desde Crimea, desde Rostov, desde Belgorod, desde Kursk y desde Bielorrusia. De esa manera, las fuerzas armadas ucranianas no sabían dónde concentrarse. En medio de ese aparente desorden ofensivo, las fuerzas rusas destruyeron las defensas antiaéreas ucranianas y avanzaron rápidamente sobre la central nuclear de Zaporijia -la más grande de Europa-, donde ocuparon las reservas ilegales de uranio y de plutonio allí almacenadas, y sobre varios biolaboratorios militares, donde destruyeron contenedores de agentes patógenos y otros tipos de armas biológicas”.
Por su parte, según Ígor Konashenkov, documentos encontrados en los biolaboratorios militares estadounidenses en Ucrania demuestran que “el Departamento de Defensa de Estados Unidos realizó allí trabajos sobre los agentes patógenos de pájaros, murciélagos y reptiles, con una nueva transición hacia el estudio de la posibilidad de transportar la peste porcina africana y el ántrax. (…) También se hicieron experimentos con muestras de coronavirus de murciélago”.
No se debe olvidar que, en 2020, tras la aparición de la “pandemia” de coronavirus, fue el ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular de China quien solicitó públicamente que se investigara el posible papel del laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick en la epidemia de COVID-19.