La guerra que a nadie le importa

Yemen, el lugar donde nadie oye tus gritos

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Tiempo estimado de lectura: 4 minutos

Por Jeffrey St. Clair*
Para CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Ahora sabemos qué es lo que se necesita para cambiar, por poco tiempo, el guion sobre Arabia Saudí. Hay que asesinar a un periodista en una embajada por orden del príncipe heredero, desmembrar su cuerpo con un serrucho para huesos y después disolver los restos sacrificados en una cuba de ácido. Aunque no a cualquier periodista. Los saudíes han matado y encarcelado a muchos periodistas antes. Pero Jamal Khashoggi era un periodista que trabajaba para el Washington Post, un periódico que es propiedad del hombre más rico del mundo. Por lo general, los saudíes se limitan a comprar a sus críticos. Sin embargo, en esta ocasión se han encontrado con que Jeff Bezos es un hombre demasiado rico para poder comprarle.No obstante, tres meses antes, no se produjo ninguna protesta angustiosa desde el Washington Post o The New York Times después de que un avión de combate de Arabia Saudí lanzara un ataque aéreo sobre un autobús escolar en la aldea yemení de Dahyan. El autobús se detuvo en Dahyan para tomar un refrigerio tras un día de excursión, y se dirigía a la escuela cuando fue alcanzado por una bomba MK 82 guiada por láser, fabricada por Lockheed y vendida a los saudíes por el Pentágono. Cincuenta personas murieron en el atentado, todos ellos civiles, treinta de ellos niños, la mayoría de una edad de diez años o menos. Otras 48 personas resultaron heridas.

Una de los maestras de la escuela, Yahya Hussein, iba conduciendo un automóvil detrás del autobús. Llegó a Dahyan unos minutos después del ataque aéreo y se encontró con una escena de horror indescriptible. “Había trozos de cuerpos y sangre por todas partes”, declaró a Al Jazeera.

Los saudíes no se molestaron en limpiar la sangre ni en esconder las extremidades segadas. En cambio, el príncipe heredero declaró que el bombardeo del autobús escolar había sido un “ataque militar legítimo”. Unos días después, los saudíes bombardearon un funeral para una de las víctimas, matando y mutilando a otra docena de personas. Los saudíes dijeron que las milicias hutíes usaban a las víctimas como escudos humanos. “Voy a hablar de muchas cosas con los saudíes”, dijo Trump a Axios recientemente. “Aunque, ciertamente, no tendría a gente a que no sepa cómo usar las armas disparando contra autobuses con niños”.

Uno hubiera esperado al menos un poquito de introspección por parte del Pentágono a raíz de esa horrible matanza de niños. En lugar de eso, el general favorito de los liberales, James Mattis, nos contó que el papel de EE. UU. en la guerra ayudaba a evitar víctimas civiles. “No hay noticias de cuando los pilotos de la coalición saudí actúan con moderación", declaró Mattis. Lo que plantea la pregunta: ¿a quién matan los saudíes cuando muestran moderación con sus armas estadounidenses y la prensa no está en los alrededores para examinar los restos de los cuerpos?

Después de todo, el bombardeo de Dahyan estaba lejos de ser la primera masacre de civiles perpetrada por los saudíes utilizando “bombas inteligentes” fabricadas en Estados Unidos. En marzo de 2016, 97 civiles murieron cuando los saudíes bombardearon el mercado de Kames, en Mastaba. Según Human Rights Watch, 25 niños murieron en aquel ataque. Siete meses después, los saudíes lanzaron otro misil guiado por láser sobre un tanatorio en Sanaa, matando a 195 civiles. En medio de esas atrocidades, los saudíes han seguido bombardeando hospitales, escuelas, centrales eléctricas e instalaciones de tratamiento del agua, todo en violación del derecho internacional.

En total, los ataques aéreos saudíes, apoyados por Estados Unidos, han matado a más de 5.000 personas, el 60% de ellas civiles. Esta letalidad sin ley resultó ser finalmente algo exagerada incluso para el propio rey de los drones. Después del atentado de Sanaa, Obama ordenó detener las ventas de nuevas armas a los saudíes. Claro está que, para entonces, su administración había vendido ya a los saudíes más de 115.000 millones de dólares en armas, la mayor cantidad de una administración en los setenta años de historia de la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita. La prohibición se levantó rápidamente bajo Trump, quien no perdió el tiempo a la hora de negociar su propio acuerdo de armas con la Casa de Saud por valor de 110.000 millones de dólares.

La guerra en Yemen, iniciada con Obama y acelerada con Trump, puede llamarse legítimamente la guerra contra los niños. La hambruna que arrasa gran parte al país como consecuencia del aplastante embargo contra la nación puede ser, según Naciones Unidas, la peor del planeta en más de un siglo. Más de 1,8 millones de niños están al borde de la inanición, y al menos 130 mueren cada día.

A pesar de la creciente cifra de muertos, Yemen sigue siendo un lugar del que pocos estadounidenses han oído hablar o que podrían ubicar en el mapa. Sin embargo, es donde Barack Obama ordenó el asesinato, con un avión no tripulado, de un ciudadano estadounidense, Anwar al-Awlaki, y dos semanas más tarde ordenó otro ataque que mató a su hijo de 16 años, Abdulrahman, también ciudadano estadounidense. El presidente del Premio Nobel de la Paz no permitió ningún proceso debido.

Yemen es también el lugar donde Donald Trump cometió su primer crimen de guerra autorizando una redada con comandos, ocho días después de su toma de posesión, sobre un pueblo en el que mataron a 15 civiles, incluida la hija de ocho años de Al-Awlaki, Nora. ¿Por qué Estados Unidos mata niños en el Yemen? ¿Quién lo autorizó? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuándo terminará? Nadie dice nada. Y muy pocos en el congreso o la prensa se molestan siquiera en preguntar.

No es una guerra secreta como fue la de Afganistán bajo Jimmy Carter. Es algo peor: es una guerra que a nadie le importa lo suficiente como para mencionarla, evaluarla o debatirla. Yemen es el lugar donde nadie te oye gritar, incluso cuando gritas de horror al ver los cuerpos desmembrados de los niños de diez años que eran tus alumnos.

*Jeffrey St. Clair es editor de CounterPunch. Su nuevo libro es “Bernie and the Sandernistas: Field Notes From a Failed Revolution”. Puede contactarse con él en: sitka@comcast.net o en Twitter: @JSCCounterPunch

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