20 años sin Fellini, el inclasificable

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El paso de Federico Fellini por las pantallas del mundo dejó una estela cuya luz parece que no se va a apagar nunca, pese a que este 31 de octubre se recuerdan los 20 años de la muerte del gran cineasta.

Único, inclasificable, nacido a la vera del neorrealismo a principios de los años 50 del siglo XX pero lanzado a las más estruendosas fantasías, dejó títulos como "La strada", "La dolce vita", "8 y 1/2" y "Amarcord", films que felizmente no se pueden clasificar.

Dueño de una imaginación desbordante, creador de locas escenografías en los enormes estudios de Cinecittà, descubridor de rostros llamativos entre la gente común que luego inmortalizaría durante segundos en el celuloide, Fellini es tan actual como cuando estaba vivo.

En una vieja película italiana, "Rogopag", de 1963, un periodista le preguntaba por Fellini a un obispo interpretado por Orson Welles, y la respuesta era "Egli danza! Egli danza!" (El baila, él baila), en el sentido de que su arte poco tenía que ver con la lógica.

Nacido en Rímini, al noreste de Italia, el 20 de enero de 1920, el cineasta cursó su escuela primaria en el colegio San Vicenzo, que despertó su pasión por el dibujo, y de adolescente vivió en Florencia y luego en Roma, donde encontrará muchos motivos para asentarse. Se anota en la carrera de abogacía pero nunca se recibe.

Era la época del fascismo y Fellini comenzaba a hacerse popular como dibujante de caricaturas, incluso en los bares o en reuniones con sus amigos, y por esa razón ingresó a la redacción de Marc`Aurelio, una revista satírica hasta donde se podía.

Todo eso aparecería más tarde en sus películas, ya que pocos cineastas imprimieron tantos datos autobiográficos a sus obras, sobre todo porque era capaz de plantarlos con enorme lirismo y una melancolía despojada de toda demagogia.

Así aparecerán las figuras religiosas de la infancia en "8 y 1/2" y "Amarcord", el hastío provinciano en "Los inútiles", el deslumbramiento por la ciudad de Roma en "Entrevista" y "Roma", y la presencia constante de la culpa como propulsora de las acciones de sus personajes.

Antes de ingresar al cine como realizador, escribió numerosos guiones en colaboración, tanto para la pantalla como para la radio, entre los que aparecen nada menos que "Roma, ciudad abierta", de Roberto Rossellini, "Delito" y "El molino del Po", de Alberto Lattuada.

Su debut detrás de las cámaras fue junto a Lattuada -quien no sabía el colega que estaba criando- en "Luci del varietà" (1950), donde ya estaban el mundo del espectáculo, las mujeres bonitas y fáciles y la desilusión final ante los falsos sueños, además de los coguionistas Ennio Flaiano y Tullio Pinelli, en el futuro sus habituales compañeros de ruta.

Ese mundo loco de personajes desorbitados dio como fruto su primer filme propio, "El sheik" (1952), con mieleros pajueranos de visita en la gran ciudad y su encuentro con gente de la publicidad, como si aún cargara su identidad provinciana.

Ese elemento extraño está también en "La strada" (1954), que fue la consagración de su esposa Giulietta Masina, quien hizo un papel parecido en "Las noches de Cabiria" (1957), "Los inútiles" (1953) y "Il bidone" (1955).

Lo colectivo de sus primeras películas se funde luego con la referencia individual en "La dolce vita" y esa obra maestra que es "8 y 1/2", con Marcello Mastroianni como alter ego y que paradójicamente terminó alejándolo de los críticos.

Al mismo tiempo llegaban los Oscar: dos para "La dolce vita", tres para "8 y 1/2", uno para "Amarcord", uno para "Casanova", entre muchísimos premios internacionales y un apoyo público que trascendió las fronteras.

En "8 y 1/2" se representó a sí mismo como un director sin inspiración que terminaba filmado su propia vida y los personajes de su entorno, lo cual le trajo problemas con su esposa, ya que Masina comprobó las numerosas infidelidades de Fellini en la vida real.

Por eso, se dice, se vio obligado a realizar "Julieta de los espíritus" (1965), con ella como protagonista absoluta, aunque la pulposa Sandra Milo volvía a ser amante del cineasta -como en "8 y 1/2"-, algo muy parecido, sugestivamente, a la realidad.

Quien estaba al tanto de la fogocidad del cineasta fuera de su matrimonio era el músico Nino Rota, un artista fundamental en su cine, autor de casi todas sus bandas sonoras y resposable de gran parte de la magia de sus películas.

Ya sin Rota (1911-1979), Fellini rodó su canto del cisne en 1990, "La voz de la luna", con música del gran Nicola Piovani, película que estuvo por no ser estrenada en la Argentina por desinterés de los exhibidores locales. Se la conoció en 1993, a raíz del Oscar honorífico que el artista recibió de la Academia Hollywood.

 

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