Día de la Madre: “Tengo una hija trans y estoy orgullosa”

Share
Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

Gabriela Mansilla, madre de Luana, la primera nena trans

Por Matías Máximo
Para Infojus

En el segundo grado de primaria al que va Lulú, la primera nena trans que recibió el DNI con su identidad autopercibida a los 6 años, la maestra explicó las partes del cuerpo humano. En el manual escolar, como no aparecen todos los cuerpos, tuvo que agregar información:

-Tenemos un corazón, venas por donde viaja la sangre y estómago donde la comida se procesa y libera energía. Hay nenas con vagina, nenes con pene, nenes trans con vagina y nenas trans con pene.

En ese momento la clase frenó porque Lulú pidió la palabra. Dijo: “Yo soy una nena trans”. Gabriela Mansilla, mamá de la Lulú y su hermanito mellizo, mostró a Infojus Noticias las felicitaciones adentro de un corazón que le pusieron en el cuaderno de tareas: “La maestra dijo que terminó dando la clase Lulú. Generalmente las personas trans sufrieron en la escuela por ser los únicos, los diferentes, los que se señaló mal. Yo intento que ella con sus ocho años se sienta bien por ser única. Trato de darle estímulos aunque sé que eso no depende solo de mí: para los otros lo desconocido no es aceptado. En esta casa lucho todos los días para que sea feliz porque cuando tiene alguna situación de inseguridad empieza con las pesadillas. Uno ve en su cuaderno sus avances y se nota que ella está contenta”.

Gabriela Mansilla, madre de Luana, la primera nena trans
Gabriela Mansilla, madre de Luana, la primera niña a quien la justicia le otorgó documento con género autopercibido.

Gabriela vive con sus mellizos en el conurbano bonaerense, a más de diez estaciones de tren al oeste de la ciudad de Buenos Aires. Divide sus horas para hacer todos los trabajos que pueda y darles una vida digna a sus hijos. El padre de los chicos los acompañó un tiempo durante la transición, pero hace dos años que Gabriela no sabe nada de él ni recibe ayuda para la manutención. A los cuatro años de Lulú, después de pasar por “terapias correctivas de la sexualidad” y médicos que insistían en “curarle el desvío”, la mujer llegó a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y le dijeron que no estaba loca. Que las personas trans también tuvieron infancia, solo que había sido invisibilizada.

“Si yo me hubiera quedado en mi casa con el DNI de Lulú, hubiera muerto el tema y la noticia quedaba en ‘el boom del nene que quiere ser nena’. Después de eso aparecieron muchos nenes y nenas más en la provincia y se empezaron a comunicar con la CHA docenas de familias. El DNI no es todo porque uno no vive en una burbuja: quedarme sola con mi hija en mi casa no significa que ella no vaya a crecer ni a tener que salir a la sociedad y relacionarse con otras personas. Por eso no me canso de ir y contar que tengo una hija trans y estoy orgullosa, pero necesito que otros padres y madres también acompañen la visibilización”, dijo Gabriela.

Cosas simples que parecen complicadas

La pieza de Lulú habla: es fan de Anna, de la película Frozen, una de las princesas que renuncia al beso “salvador” de un príncipe para tener el beso fraterno de su hermana. A ella le gusta jugar con muñecas y a su hermanito con autos, pero juntos inventan cosas todo el tiempo porque tienen una energía que no paran. A la siesta, la detestan.

Gabriela tiene un álbum de foto para cada uno de sus hijos, desde el nacimiento al presente. En las de Lulú, se ve cómo su cara va de la timidez a la sonrisa total de los últimos años: desde cuando se ponía trapos en la cabeza y ropa que le quitaba a Gabriela, hasta en las que aparece con el pelo largo y la ropa que le gusta. Cuando Lulú tenía cuatro años y entró a una juguetería pidió una muñeca y la empleada le dijo “las muñecas no son para vos”. Gabriela se la compró igual. Cuando empezó a escribir, una de las primeras cosas que puso fue “yo nena, yo princesa”.

Gabriela está por escribir un libro y hacer un documental contando lo que significa escuchar lo que dice una hija trans. Se volvió un referente del activismo LGBTIQ y la invitan seguido a charlas y presentaciones. Otras personas que tienen hijos e hijas trans se contactan para compartir sus historias e intercambiar fotos.

Una madre le escribió a Gabriela desde Chile. Tiene una hija trans de la misma edad que Lulú:

-¿Qué hago? ¡Se quiere poner aros! –le preguntó.

-Tranquila, son unos agujeritos en las orejas nada más.

-¡Me salió con que no quiere usar más calzoncillos, quiere bombacha!

-Bueno, es solo un poco de tela, no te asustes.

Gabriela tiene paciencia: “Hay cosas simples que se vuelven culturalmente difíciles porque aunque trabajás para una crianza que no esté estereotipada, reciben una lluvia de informaciones que los reprimen. Ve los dibujitos, un programa, una película, va a una juguetería y siempre sigue la misma situación. Estados de la heteronormatividad, de los casilleros, el binarismo y no salimos de eso. Entonces aparece una confusión en su cabecita y hay que remarcarle todo el tiempo que ella no hace las cosas mal. No quiero que la confundan ni que ella titubee en su seguridad. Quiero que crezca con libertad para que desarrolle su existencia”.

Una guía de diversidad en las escuelas

Cuando habla se expresa como una experta de la teoría queer de los géneros, pero Gabriela dice que no aprendió estas cuestiones por los libros de filosofía sino por estar abierta a escuchar sin juzgamientos. Creció en una casa humilde del conurbano y tuvo una madre muy presente, que hizo de madre y padre a la vez: “Más allá de las necesidades fui una niña feliz. Pero la pasamos jodida. A veces teníamos que partir dos panes entre cuatro y con eso aguantar hasta la noche: fui abanderada en séptimo y llevé la bandera con unos pantalones que me quedaban cortos a falta de otra ropa. No reniego haber pasado por eso porque me criaron con dignidad y con todo lo que pudieron darme, pero quiero que mis hijos crezcan sin necesidades. Lucho por darles todo y que también tengan humildad”.

Cuando mira crecer a Lulú, Gabriela piensa en los años que vienen y desea que no sufra cuando asomen los pelitos, los cambios hormonales o la voz. A partir de los relatos de personas trans adultas se sabe que todo aquello que en la pubertad genera una revolución en los cuerpos y vaivenes en la autoestima, en un cuerpo trans puede potenciarse aún muchísimo más.

Gabriela entiende que las cuestiones estéticas tienen importancia para la sociedad que le toca, pero su deseo de madre es que cuando Lulú llegue a los 16 años y su figura se desarrolle, estas cuestiones de “encajar” cambien: “Para que los cuerpos ya no tengan que pasar por tratamientos hormonales, por cirugías y otras por cosas que para qué… para encajar. Cuando hablo estas cuestiones, como mamá, con chicos y chicas trans, me lo explican: ‘Si vamos a una playa sin remera nos clavan la mirada, nos exigen parecer a las personas que no son trans’, dicen. A mí me cuesta porque la hormonación, si no se tiene en cuenta su complejidad, lo que te da por un lado te lo quita por el otro en salud. Me dicen que a los chicos se les secan los ovarios y las mujeres se quedan estériles porque la medicación les destruye los testículos, a la vez que les achica el pene. También te puede bajar la libido y generar depresión. No quiero que Lulú tenga que pasar eso. Pero si no ‘encajar’ la pone mal, deseo que haya un equipo de endocrinólogos y médicos reparados para darle lo mejor”.

El Ministerio de Educación de la Nación va a sacar una guía sobre diversidad en las escuelas y la convocaron a Gabriela para que participe de la redacción. “Estoy trabajando con el borrador de la guía y entiendo que lo único que le va a garantizar a Lulú y otros niños una verdadera inclusión es que las personas los dejen de ver como un ‘otro’ que pone en peligro la normalidad. Si esa normalidad hace mal, ¿para qué sirve? Aunque no me lo haya propuesto me hago cargo de la situación que me toca y hablo, porque al visibilizar siento que construyo un mundo mejor para mis hijos”.

Cae la tarde y Lulú juega con su hermano a escribir su nombre con agua en las paredes. Sonríen.

MM/RA

Share