Por I. Toro, M. García y P. Basadre
Para The Clinic
La sugerencia vino de Augusto Pinochet Ugarte, el dictador que fue su sombra, y que marcó, con la amenaza latente de las armas, los límites de la transición democrática.
Fue Pinochet quien le propuso a Patricio Aylwin Azócar, una tarde del 21 de diciembre de 1989, cuando el líder DC ya había sido electo Presidente, transformarse en el Abraham Lincoln de Chile, un hombre capaz de encabezar la reconciliación de una “nación de enemigos”.
Según relatan Ascanio Cavallo y Margarita Serrano en “El Poder de la Paradoja”, fue en aquella jornada cuando Aylwin, el primer presidente legítimo tras el extenso y oscuro mandato de Pinochet, asumió lo que sería el sello de su gobierno: tras 17 años de dictadura y con Pinochet aún como comandante en jefe del Ejército, obtener verdad y justicia era, creía Aylwin, imposible. Aspirar a lo primero ya era una osadía, la única que podía permitirse el gobernante que hoy, a los 97 años, y tras ser protagonista de los años más convulsos de la historia contemporánea del país, murió en su hogar.
“Cuando dije ‘verdad y justicia en la medida de lo posible’, quise ser honesto. Que después no me dijeran que prometí y no cumplí. Decir justicia plena era decir algo que yo creía inviable”, contó Aylwin, ese animal político, que fue, primero, acérrimo opositor de Salvador Allende cuando éste era jefe de Estado y él líder de la DC; y que, luego del Golpe de Estado, se alzó como antagonista del Régimen Militar. En ambos casos, desde la vereda contraria a donde se detentaba al poder, su rol fue decisivo en el país.
Fue, además, testigo del siglo XX. Nació un 26 de noviembre de 1918, 15 días después del fin de la Primera Guerra Mundial. Tenía seis años cuando presenció el primer golpe de Estado que derrocó a Arturo Alessandri; 11, cuando la crisis del Salitre hizo trizas la economía nacional; 16, cuando Hitler se proclamó Führer del Tercer Reich; 19, cuando se produjo la masacre del Seguro Obrero; 20, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939; 47, cuando fue electo Senador; 51, cuando Allende triunfó en las elecciones de 1970; 53, cuando el golpe de Estado de Pinochet, que en un principio apoyó, quebró el Estado de Derecho; y 71 cuando juró como Mandatario.
[youtube]g6eZ0I5Pl7o[/youtube]El 12 de marzo de 1990, un día después de recibir la banda presidencial, Aylwin dio cuenta en el Estadio Nacional de que lo suyo sería, como Lincoln, esforzarse en recomponer una sociedad dividida:
-Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualquiera sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares…
Fue entonces interrumpido por una fuerte pifiadera de los asistentes.
Aylwin replicó enérgico con una frase que pasó a la historia:
-Sí, señores, sí compatriotas, civiles o militares. ¡Chile es uno solo!.
Y el recinto estalló en aplausos.
El hombre improbable
El 14 de diciembre de 1989, Aylwin fue electo Presidente de la República con el 55,2% de los votos, venciendo al ex ministro de Pinochet, Hernán Büchi; al empresario Francisco Javier Errázuriz, y a las predicciones políticas que lo situaban, antes del plebiscito de 1988, como un actor secundario.
Periodistas del diario La Época, recuerdan que en aquel entonces, muy pocos apostaban por Aylwin como candidato presidencial. “Él llegaba con una columna de opinión escrita en su máquina de escribir y nadie le prestaba mucha atención. Los presidenciables eran otros, Gabriel Valdés o Andrés Zaldívar. Aylwin, no”.
A fines de 1998, ello quedó reflejado en un titular del diario. “De estos cuatro hombres saldrá el próximo Presidente de Chile”. Aylwin no estaba en la nómina.
Ascendió como presidente de la DC -ya lo había sido en los ’60 y ’70- en 1987 sólo para garantizar que la colectividad apoyaría al 100% el mecanismo del plebiscito, y no otra vía, para derrocar a Pinochet. El acuerdo tácito era que quien detentara la cabecera partidaria quedaría inhabilitado para ser presidenciable. Pero tras el triunfo del No, Aylwin se convirtió en la carta indiscutida, truncando lo que Valdés consideraba su destino: ser el primer Presidente tras el Régimen Militar.
Así, en el transcurso de dos décadas, Aylwin estuvo en primera línea en el golpe de Estado en 1973 y luego en el retorno democrático a fines de los ’80.
Cuando Allende llegó al poder, Aylwin -abogado de la Universidad de Chile, otrora militante de la falange, fundador en 1957 de la Democracia Cristiana y senador por la VII Región desde 1965- veía con temor la revolución sin violencia que proponía la Unidad Popular.
En noviembre de 1971, Fidel Castro inició su visita de más de tres semanas a Chile. Aylwin presidía el Senado.
[youtube]BLoIwfSV0PY[/youtube]"Nos empezó a disgustar. Al principio no le dimos mayor importancia, pero cuando este caballero se empezó a quedar y a recorrer todo el país, pronunciando dos o tres discursos diarios, y echándole carbón a que no se estaba haciendo la revolución, y que había que apretar más, nos pareció francamente una intervención indebida en asuntos internos. Y nos parecía que Allende debía hacerse respetar y decir basta”, dijo a Cavallo y Serrano.
En la última entrevista que concedió al diario El País en el año 2012, agregó más detalles. Dijo que “Allende hizo un mal gobierno y el Gobierno cayó por debilidades de él y de su gente (…) habría habido Golpe sin ayuda de Estados Unidos. El país rechazaba la Unidad Popular”.
Pese al diagnóstico, Aylwin, que en ese entonces ya estaba casado Leonor Oyarzún, -con quien tuvo cinco hijos-, realizó una de las últimas gestiones para dar una salida institucional a la UP. Era, en la práctica, una petición velada de renuncia a Allende.
En las Memorias del Cardenal Raúl Silva Henríquez figura esa última cena del 17 de agosto de 1973. En ella, Aylwin habría, asegura Silva en su escrito, interpelado a Allende.
“Nosotros tenemos la convicción, Presidente –dijo-, de que el régimen actual, su régimen, marcha directamente hacia la dictadura del proletariado, por la acción de los grupos armados y del llamado ‘poder popular’, que sobrepasa al poder institucional. Nosotros no podemos aceptar eso”, reseña el libro.
Días después, a semanas del inminente bombardeo en La Moneda, el 26 de agosto de 1973, Aylwin dijo en una entrevista a The Washington Post que, si le dieran a elegir entre “una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda”.
Pese a los mensajes públicos, Aylwin aseguró a Cavallo y Serrano que confiaba en que Allende daría un paso al costado para evitar el violento arribo de los militares. “Creía que él, un hombre inteligente, patriota, con una vida institucional, se interesaría en que su gobierno terminaría bien. Pero otros pensaban que a Salvador Allende le pasaba más la revolución que su misión institucional y, a lo mejor, tenían razón y el equivocado era yo”, argumentó.
En esa misma conversación, afirmó que le dolió la muerte de Allende. “Creo haber echado unas lágrimas”, sostuvo.
Aún así, después del Golpe, en una declaración pública a la prensa extranjera, volvió a arremeter contra el Presidente derrocado. Afirmó que la vía chilena al socialismo estaba rotundamente fracasada y denunció que supuestas milicias marxistas con alto poder de fuego se preparaban para dar un autogolpe e imponer una dictadura comunista, que el “pronunciamiento militar” había evitado.
Creyó, ha confesado, que la intervención militar sería breve.
En 1997, en una conversación con un medio mexicano, Aylwin reconoció que juzgaron mal a los militares: “Nosotros admitíamos que, lamentablemente, cierto periodo de la dictadura era necesario, pero pensábamos que debía ser lo más breve posible; dos, tres o cinco años”.
En esa misma entrevista, hizo un mea culpa por su apoyo a la dictadura militar tras el golpe: “En esa época yo actué honradamente y de acuerdo a mi conciencia, pero reconozco que me equivoqué medio a medio. Siento mía la tragedia ocurrida en Chile, pero combatí con fiereza la dictadura y, así como me equivoqué yo, nos equivocamos muchos”.