Por Leandro Albani
Para La tinta
Yemen es un infierno. Y a nadie parece importarle. El país de Medio Oriente, uno de los más pobres del mundo, atraviesa una tormenta de bombardeos y matanzas impulsadas por Arabia Saudí desde hace casi cuatro años. La frontera entre las dos naciones del Golfo Pérsico se convirtió en una zona de nadie por donde el reino de la familia Saud descarga miles de toneladas de misiles que transformaron a Yemen en una tierra arrasada al borde del colapso.
Por estos días, las miradas están puestas en el príncipe heredero, Mohammed Bin Salman (MBS), debido al asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul. El escándalo internacional resuena en todos los medios, Estados Unidos –principal aliado de Arabia Saudí- se quiere mostrar decidido en condenar el hecho y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se posiciona como un defensor absoluto de la libertad y filtra la información escalofriante sobre lo que le sucedió a Khashoggi en sus medios de comunicación afines. Pero a nadie parece importarle la crisis humanitaria en Yemen.
Cuando MSB, que también se desempeña como Ministro de Defensa, ordenó los bombardeos sobre Yemen, sus cálculos eran simples: la tribu houti y su brazo político-militar Ansarolá, aliados de Irán, eran una excusa perfecta para desatar una guerra justa contra la expansión persa; por otro lado, un país azotado por una pobreza estructural y conflictos internos no iba a resistir el poderío militar saudí. Luego de más de tres años de bombardeos sobre Yemen, el horizonte planeado por MSB es cada vez más oscuro. Los houtis controlan buena parte del territorio yemení, sus fuerzas militares no sólo resisten la invasión, sino que dieron varios golpes de fuego en suelo saudí, y el malestar contra la principal monarquía de Medio Oriente no para de crecer.
La invasión a Yemen no se puede entender como un “capricho” de MSB o con el argumento de la disputa inter-estatal entre Arabia Saudí e Irán. La nación de las tribus tiene, entre sus riquezas, el Estrecho de Bab Al Mandeb, por el cual fluían casi cuatro millones de barriles de petróleo y productos refinados diarios. Además, Yemen -con 527.000 kilómetros cuadrados- es productor de petróleo y posee grandes reservas de gas natural. Se calcula que, en el país, habitan un poco más de 28 millones de personas, de las cuales 22 millones necesitan ayuda para sobrevivir, según la Cruz Roja Internacional (CICR), que describe la situación como “la mayor crisis humanitaria del mundo”.
Hombres, mujeres y niños son los objetivos de guerra de Arabia Saudí. La invasión de la monarquía, comandada por el rey Salmán bin Abdulaziz, tiene un respaldo internacional concreto, apuntalado a través de los petrodólares. Estados Unidos y Europa siguen enviando armamento a Riad a cambio de barriles de petróleo y cantidades de dinero pocas veces vista.
El poder saudí, para cubrir con un manto de silencio la crisis humanitaria en Yemen, también llega a América Latina. En septiembre pasado, el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó una resolución para prorrogar, por un año, el mandato de su grupo de expertos internacionales y regionales que investiga las violaciones de los derechos humanos en el país. La resolución fue aprobada con 21 votos a favor, ocho en contra y 18 abstenciones. Entre los países que votaron en contra, estaban Cuba y Venezuela.
A finales de agosto, los expertos internacionales y regionales de la ONU presentaron un informe en el que evaluaron la situación en Yemen entre septiembre de 2014 y junio de 2018, y responsabilizaron por los crímenes de guerra a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos.
El 3 de septiembre pasado, el secretario general de la ONU, António Guterres, alertó de que Yemen “se encuentra al borde del precipicio”. El funcionario convocó a la comunidad internacional a evitar “una catástrofe inminente” y a detener “la peor hambruna” de las últimas décadas en el mundo. Desde la ONU, también advirtieron que si no se adoptan medidas concretas, la mitad de la población yemení (unas 14 millones de personas) podría estar expuesta a la hambruna durante los próximos meses.
Por su parte, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) reveló, el miércoles, que los niños y las niñas yemeníes atrapadas en la ciudad portuaria de Al Hudayda se encuentran en “riesgo inminente de muerte”. Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, puntualizó que los ataques contra la localidad costera al oeste del país “se están aproximando peligrosamente al hospital de Al Thawra, poniendo en riesgo inminente de muerte a 59 niños, incluyendo 25 que están en cuidados intensivos”. Fore agregó que, solo en Al Hudayda y en las provincias colindantes, vive el 40 por ciento de los 400.000 niños y niñas de Yemen que sufren desnutrición aguda grave. Los bombardeos de Arabia Saudí contra la ciudad se multiplicaron, ya que, por sus puertos, ingresa el 80 por ciento de la ayuda humanitaria y las importaciones comerciales a Yemen.
Unos días antes de las declaraciones de Fore, el director regional del Unicef en Oriente Medio y el Norte de África, Geert Cappelaere, resumió que los ataques saudíes convirtieron a Yemen en un “infierno terrenal”.
Aunque es difícil conocer datos concretos sobre Yemen, se calcula que, desde que comenzó la invasión, fueron asesinados entre 10 mil y 15 mil civiles, a los que se suman miles de heridos. Además, la infraestructura del país fue destruida completamente y existen brotes de difteria y cólera que se expanden debido a la falta de servicios sanitarios. Pese a este panorama, a nadie parece importarle Yemen.