Por Aljumhuriya.net
ParaTraducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La hambruna que acecha hoy a Siria no está causada por la falta de alimentos, sino por las políticas adoptadas conscientemente por el régimen de Asad a lo largo de muchos años, argumenta Yassin al-Haj Saleh.
Según estimaciones recientes de la ONU, alrededor del 90% de la población siria vive por debajo del umbral de pobreza de 2 dólares USA al día. 9,3 millones de sirios necesitan ayuda alimentaria, mientras que 1,4 millones sufren de escasez nutricional básica. En esta coyuntura, no es exagerado hablar de amenaza inminente de hambruna; incluso puede ser imperativo hacer sonar las alarmas. En mi opinión, esta hambruna inminente equivale a una hambruna generalizada y a una extensión por otros medios del democidio -por utilizar el término de R. J. Rummel- que lleva en curso en Siria desde hace casi una década.
La pobreza extrema no es en manera alguna una condición nueva en Siria. El proceso de pauperización ya estaba en marcha antes de la revolución, aunque se ha intensificado en la última década. El régimen y sus protectores culpan de las dificultades sociales a las sanciones occidentales, las más recientes de las cuales llegaron con la nueva Ley César de Estados Unidos el pasado junio. Esto puede ser circunstancialmente cierto, aunque las sanciones simplemente agravan una dinámica de empobrecimiento integral que ya existía. Alrededor del 37% de la población se encontraba por debajo del umbral de pobreza en 2007, según un informe de la ONU en ese momento. Este porcentaje aumentó considerablemente después de la revolución, alcanzando el 80% en 2018.
Son muchos los que tienden a vincular este empobrecimiento con la neoliberalización de la economía siria en los primeros años del gobierno de Bashar al-Asad, especialmente en 2005 y después. En cambio, yo diría que tiene más que ver con lo que debiera llamarse privatización estatal; un proceso idéntico a la historia política de Siria bajo el gobierno del padre de Bashar, Hafez, durante 30 años. El hecho de que Hafez legara el poder a su hijo en 2000 fue sólo la culminación de la privatización estatal, custodiada por un aparato de seguridad altamente sectarizado, apoyada a su vez por formaciones militares de élite igualmente sectarizadas. La neoliberalización de la economía en la primera década del gobierno de Bashar fue un mero aspecto del proceso más amplio de privatización del Estado. La contraparte indispensable de la privatización estatal es el empobrecimiento político absoluto de la población. Por pobreza política me refiero a negarle a la gente el derecho a hablar sobre temas públicos y a reunirse en espacios públicos, o incluso en espacios privados, como se vio en el destino de la Primavera de Damasco a principios de la década de 2000. En las décadas anteriores se destruyeron muchas organizaciones políticas independientes y opositoras, siendo la gran mayoría de sus miembros arrestados, torturados y encarcelados a lo largo de bastantes años. En 1980 se desmantelaron los sindicatos de abogados, médicos, ingenieros y otros profesionales, y se estuvo arrestando y encarcelando durante años a muchos de sus miembros más destacados. Solo se restablecieron en 1981, después de que el régimen se hubiera hecho con el control de todos ellos.
En ausencia de organizaciones populares, sindicatos independientes y libertad de expresión, los compinches del régimen pudieron amasar grandes fortunas. Fueron los conocidos como abna ’al-mas’ulin (“los hijos de los altos funcionarios”) quienes lideraron la “liberación” de la economía siria en la primera década de este siglo. El propio Bashar es uno de ellos. Su primo Rami Makhlouf es, o tal vez fue, otro, al igual que los hijos de Mustafa Tlass y Abd al-Halim Khaddam.
La pobreza en Siria no es en modo alguno una cuestión de falta de recursos; se trata precisamente de un monopolio de los recursos públicos en beneficio de una nueva burguesía estatal. Este es el patrón estructural contra el cual debe entenderse la situación actual. El hecho de que la lucha social tomara formas extremadamente violentas en el país está fuertemente relacionado con el surgimiento de una clase privilegiada; una especie de burguesía estatal aristocrática que se concibe a sí misma por encima de los que gobierna, a quienes les otorga un estatus subalterno. Esta clase incluso imagina que tiene una mission civilisatrice, que en ocasiones denomina “modernización”, y durante la revolución siria “secularismo” (con la esperanza de vender esta mission a las audiencias islamófobas en Occidente).
La revolución estalló contra la apropiación de los recursos públicos, siendo la más importante la del propio Estado. Aquí me refiero a la perspectiva del Estado como recurso público, en efecto, el recurso público, la pobreza política y la pobreza económica convergen. Para muchos sirios estaba instintivamente claro que poder acceder a la política, la asamblea y la libertad de expresión era una condición sustancial para “expropiar a los expropiadores”. Las manifestaciones fueron, precisamente, esfuerzos populares para acceder a la política. Los expropiadores recurrieron a la guerra para proteger sus extremados privilegios. Antes de la revolución, la Siria de Asad era un Estado de tortura, y ahora su guerra no es más que una continuación de su sistemática tortura.
Dos ejemplos demuestran la militarización de las necesidades básicas, en particular de los alimentos y medicinas, en la tortuosa guerra del régimen. En 2012 aviones de guerra del régimen atacaron a las personas que hacían cola frente a panaderías en los distritos de Hama y Alepo. La masacre de Halfaya, donde murieron al menos 93 personas, fue el más infame de estos ataques desde el cielo. Aún más reveladores fueron los asedios impuestos en muchas regiones: Madaya, Zabadani, el campo de refugiados de Yarmouk, Guta oriental, Alepo oriental, y la lista continúa. Estas áreas fueron sitiadas, machacadas con bombas de barril y otras armas, matándolas de hambre. Había incluso un breve eslogan con rima para personificar la misión nihilista de asedio: ¡al-yu` aw al-ruku`! (“¡Solo comerás cuando te rindas!”)
Lo que quiero expresar es que la hambruna que se avecina hoy equivale a una hambruna deliberada, y debería verse como una práctica extrema de la guerra social que el Primer Mundo interior de Siria ha estado librando contra su Tercer Mundo interior rebelde.
Las bombas de barril, las masacres químicas, la violación, la tortura y el asesinato en las mazmorras de las cárceles deben percibirse como modos de lucha social adoptados por una clase extremista cuya ideología es el Estado; más precisamente, el Estado superficial u ostensible, que es pansirio y está completamente desprovisto de poder, que actúa como un grueso hiyab institucional frente al complejo de seguridad familiar que gobierna el país desde hace medio siglo: el Estado interior o Estado profundo.
Para concluir, la amenaza de la hambruna no es sino continuación del hambre utilizada como método de guerra social. El objetivo de este último es perpetuar el sistema de pobreza política absoluta. El punto de partida analítico debería ser, por tanto, el proceso de hambruna política como el entorno ideal para la “acumulación primitiva”, de la que pasamos al hambre como arma de guerra y a continuación a la amenaza actual de hambruna. Políticamente, a partir de estos hechos debería concluirse que “expropiar al Estado de sus expropiadores” es el primer paso hacia la propiedad de la política, que es una condición previa para evitar las hambrunas, según Amartya Sen. Esto es lo contrario del enfoque adoptado por los estudios liberales de desarrollo, donde se postula que el desarrollo económico conduce a la apertura política. Pero no debe considerarse como una teoría politicista que debe aplicarse dogmáticamente en todas partes. Lo que hace es reflejar simplemente una estructura de negación activa e integral de los derechos políticos y de organización.
Datos recientes muestran tasas cada vez mayores de delincuencia y suicidio, incluso entre los niños. El nepotismo y el mercenarismo, incluido el envío de sirios a luchar en Libia por parte de rusos y turcos por igual, están en parte motivados por la pobreza y la desesperación de un número creciente de sirios, en particular de los que en 2011 intentaron ser dueños de su país y han sido castigados de forma muy cruel durante esta larga década. Es la trágica historia de una revolución imposible que ha sido despiadadamente aplastada.
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[Nota del editor: Este ensayo es una versión editada de un seminario online impartido por el autor en julio de 2020 como parte de una serie titulada «La revolución siria: una historia desde abajo».]
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Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, expreso político y cofundador de Al-Jumhuriya. Su último libro, en su versión en español, es “Siria: la revolución imposible” (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2018).