Por Delfín Melero
para Marca
La final se dirigía a la prórroga y el Bayern se temía lo peor. Allí en Wembley estaba el fantasma de Sheringham, el de Solskjaer, el de Diego Milito, el de Drogba y Cech. También el de Robben. Tenía que ser él y tenía que ser el Bayern campeón de Europa. El holandés se los cargó con una arrancada, con un toque sutil que significó la quinta Orejona para los bávaros. Los fantasmas no existen.
No se hizo de noche para el Bayern ni para Robben, que antes había alimentado su síndrome en las finales. El balón no era de nadie, pero en el 89' surgió su figura de forma fulgurante después de un toque de Ribéry que pasará a la historia. Apareció el holandés y cruzó con la izquierda, con tacto, ante la salida de Weidenfeller. Lo celebró por él, por todos sus compañeros, por la historia del Bayern, que recogió una Copa de Europa que podía haber levantado en Barcelona, en Madrid o en Múnich. Lo hizo en Londres. Era suya y La Orejona se quedó hasta sin orejas del tiempo que llevaba el Bayern soñando con un día así. Se enteraron en todo el mundo.
El guión estaba escrito. Algún día tenía que ser. El Bayern tuvo que ser campeón de Europa en el último minuto y el gol lo tenía que hacer Robben, que había visto espíritus por Londres. En la primera mitad desperdició hasta dos goles claros. Cuando la final reclamaba otro acto, apareció él para rasgar las vestiduras de los fantasmas. Era el gafe del campeón.
Los dos grandes exponentes del fútbol alemán demostraron en Wembley que los germanos son los que mandan. No hubo goles en la primera mitad, pero tampoco se necesitaron para dejar a Europa con la boca abierta. El plato tuvo todos los ingredientes que no pueden faltar en un partido de fútbol. No se pudo ni beber un trago de agua. Hasta el árbitro mantuvo el ritmo.
El Borussia Dortmund sólo pudo tener mejor inicio si hubiese marcado. Acordonó a Schweinsteiger y el Bayern se atascó. No pudo conducir en Londres por la izquierda, ni tampoco por la derecha hasta la media hora de partido. Los borusers ahogaron a los de Heynckes y Neuer evitó lo que se veía venir. El guardameta alemán, seguramente el portero más completo del continente, sacó dos tiros de Lewandowski y uno de Kuba que iba para dentro. Utilizó el pie tan correctamente como lo hace cuando inicia el juego.
Sin Götze, lesionado o eso se supone, Reus acaparó el juego por el centro, muy bien escoltado por Gündogan al que costó buscarle un fallo. Jugó Grosskreutz, se pegó a la izquierda y Reus apareció por todos los sitios. Al Bayern le costó ver luz al final del túnel, pero encontró un escape. Sobre la media hora un cabezazo de Mandzukic que repelió el larguero después de tocarla Weidenfeller confirmó que los bávaros habían despertado. Entraron en la final. Se confirmaron otras cosas, que el Dortmund también tiene portero y que a Robben se le hace de noche en las finales. El holandés tiró un par de veces al muñeco. En el cuerpo del guardameta germano, que salvó un gol hasta con la cara, toparon los disparos del holandés, que tiene la derecha sólo para apoyarse.
Los goles llegaron tras el descanso. El Bayern fue inclinando la balanza de su lado y contó con Robben, que recibió un pase interior de Ribéry y, esta vez sí, eligió la mejor opción. Engañó a Weidenfeller y le dio el gol a Manzukic, que no perdonó, a la hora de final.
El tanto del Bayern no inquietó al Dortmund, que empató poco después con la colaboración de Dante. El central le dio una patada a Reus en la boca del estómago. Tuvo que ser amarilla (ya tenía una), pero el castigo del 1-1 fue suficiente. No perdonó Gündogan, que le puso un lazo a su actuación.
La final volvió al principio y quisimos que nunca acabase. Ocasiones hubo en las dos porterías y a Weidenfeller le salvó Subotic, que sacó un gol que se cantaba. El serbio se tiró con todo y despejó en la línea un balón que ya veía Robben como un dulce. Klopp lo celebró como si hubiese marcado. Fue un gol aunque subiese al marcador. El que sí subió fue el de Robben. Subotic lo vio desde el suelo, derrotado. Era la Copa de Europa del Bayern, la de Arjen Robben. Él la tiró de las orejas y celebró la quinta.
Los Goles
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