El periodista Ricardo Ragendorfer plantea esa hipótesis como disparador de los hechos que voltearon al director del Servicio Penitenciario Federal que había implementado reformas resistidas por los guardiacárceles de carrera.
Por Ricardo Ragendorfer
Para Infonews
Durante la tarde del 20 de agosto, la situación en el Complejo Federal 1 de Ezeiza parecía descontrolarse en progresión geométrica, dado que los canales de noticias difundían en cadena el estallido de un presunto motín con rehenes –guardias, médicos y docentes de la unidad–, en cuyo devenir ya habría sido apuñalado un oficial y tres internos agonizaban por graves quemaduras. Tales datos, originados en "fuentes penitenciarias", caían como las primeras gotas de una tormenta sobre los movileros que permanecían ante el portón del penal. Ellos estaban allí por otro problemita: en la madrugada de aquel mismo martes se habían fugado 13 presos.
Dicha situación, desde luego, forma parte de las generales de la ley: en cada hora, en cada prisión del mundo, en todos los tiempos, la pasión por la fuga agita el corazón de los prisioneros. Al respecto, la historia policial argentina exhibe grandes escapistas. El más recurrente: Jorge Villarino, un legendario pistolero que brilló en la mitad del siglo pasado, a quien no por capricho la prensa supo llamar "El Rey del Boleto". Entre 1959 y 1984 abandonó –por los techos, a través de un boquete y hasta disfrazado de mujer– las cárceles de Devoto, Caseros y la Penitenciaría Nacional, además de protagonizar una fuga inconclusa en la Cárcel Modelo de Barcelona.
No le fue a la zaga Juan José Ernesto Laginestra, alias "El Pichón", cuya trayectoria registra tres evasiones en Córdoba y Rosario. Nada, sin embargo, fue comparable a la partida de siete reclusos por un túnel cavado desde el hospital de Devoto a fines de 1991; los evadidos estaban encabezados por "Kiko" Barthogaray y Hugo Sosa Aguirre, alias "Cacho la Garza". Los detalles del asunto –entre ellos, el hallazgo de un osario clandestino en un tramo de la excavación– fueron reconstruidos en el largometraje El túnel de los huesos (Nacho Garassino,2011), basado en una crónica escrita por el autor de esta columna.
Por su parte, la imagen de Luis "El Gordo" Valor, "Cacho la Garza" y Julio Pacheco al descolgarse en 1994 del muro de Devoto es otro hito en la materia. Cuatro años después, Pacheco, Daniel "Tractorcito" Cabrera y otros dos hampones lograron salir por la puerta de ese mismo penal disfrazados con trajes de abogados. Y en la primavera de 2000, otra vez el "Tractorcito" accedió a la portada de los diarios al largarse del Departamento Central de la Federal –en cuya alcaidía estaba alojado–, mientras el guardia lo confundía con un comisario. En este contexto, lo del penal de Ezeiza ingresa por derecho propio en los anales de las evasiones argentinas, y con un record: nunca antes una excarcelación compulsiva tuvo semejante cantidad de beneficiarios. Pero, a diferencia de todas las demás, hay algo –sin duda, un complejo mar de fondo– que desdibuja su carácter de epopeya pura.
"Motín con numerosos rehenes", rezaban ahora los zócalos de los noticieros, en medio de nerviosos diálogos entre movileros y conductores. Al rato, casi en coro, desmintieron la existencia de rehenes y, después, informarían que jamás hubo motín. Entonces, algunos periodistas especializados emitieron una línea discursiva cargada de significado. Uno de C5N diría: "La seguridad en los penales federales es calamitosa." Otro, del Canal 26, añadió: "Son los presos quienes manejan las cárceles." Tales juicios de valor no eran gratuitos. Mientras tanto, los prófugos eran intensamente buscados.
En este punto, una consideración técnica. Hay planes de evasión cifrados en un pacto de silencio entre los conjurados; un pacto esquivo a cualquier tipo de complicidad con el personal penitenciario. Tampoco, claro, está mal vista la colaboración de los "candados"– tal como en la jerga tumbera se les dice a los guardias– a cambio de una suma monetaria. En aquellos casos, son los presos quienes asumen el rol de contratistas. Pero, en la fuga de Ezeiza, todo indica que ellos fueron los contratados.
Contratados nada menos que para escaparse. Un conchabo difícil de resistir. Ya se sabe que dicha hipótesis apunta hacia el núcleo duro del Servicio Penitenciario Federal (SPF).
"Son los presos quienes manejan las cárceles", insistía el tipo del Canal 26.
Su voz volvía a instalar una creencia ampliamente diseminada en el espíritu público, cuyo escozor ante la participación de internos en actividades culturales y recreativas –organizadas por el ex director nacional del SPF, Víctor Hortel, y el llamado Vatayón Militante– es notablemente mayor al provocado por las torturas y las muertes violentas en los institutos carcelarios. Pero ello es sólo la parte visible de una sorda puja de poder.
Desde 2010 en adelante, la gestión de Hortel dispuso una serie de medidas en contra de las prebendas, atributos y negocios de la corporación penitenciaria. Ordenó que los abogados del SPF no intervinieran en la defensa de guardias acusados por torturas y malos tratos. Dispuso que los represores presos por delitos de lesa humanidad fueran trasladados a pabellones comunes. Abrió el diálogo con familiares de presos y organismos civiles. Habilitó la formación de un sindicato de presos, amparado bajo la CTA de Hugo Yasky. También hizo retornar el Centro Universitario Devoto a su pabellón de origen, luego de que fuera intervenido y diezmado a partir de una investigación judicial durante la gestión anterior. Posibilitó el ingreso de organismos de control, como la Procuración Penitenciaria. E hizo añicos ciertas cajas recaudatorias, como el ingreso de drogas en las celdas, el robo de partidas alimenticias y los cánones en concepto de "protección". Una política imperdonable.
La respuesta de los duros del SPF fue contundente.
De eso Hortel ahora no tiene ninguna duda.