Las empresas decidieron que era preferible unos días sin luz antes que destinar parte de la renta a las inversiones necesarias y el Estado las dejó actuar con esa lógica.
Por Alejandro Horowicz
Para Infonews
Esta temperatura es un dato objetivo. No cabe duda que fastidia, sobre todo cuando los picos de calor por encima de treinta y bastantes no escasean, dado que cruzamos la frontera del 21 de diciembre; pero el verdadero problema acontece cuando se transforma en un dato subjetivo, cuando la molestia exterior es acompañada por la convicción interna de la peligrosa gratuidad del sufrimiento personal. Ha llegado a morir gente por estos cortes de luz, y la vida de muchos está siendo puesta en tela de juicio. Las empresas eléctricas y el gobierno (nacional y municipal, en ese orden) son responsables de lo que está pasando. Y esa es también la percepción colectiva.
Federico Pinedo hace centro en la estructura tarifaria. A su juicio se trata de una inadecuada política de precios. Y esa es una responsabilidad exclusiva del gobierno nacional, no de las empresas. Como los valores son inadecuados, dice, la energía termina siendo demasiado barata, por eso la inversión no resulta posible. Este argumento no deja de ser curioso. Si la producción de energía fuera el problema y no la transmisión, se podría considerar. Pero la inversión requerida para que el sistema soporte el aumento de la trasmisión –en los momentos pico– es mucho menor que la requerida para incrementar su producción.
Recordemos, cuando durante el gobierno de Raúl Alfonsín se produjeron los cortes de energía el problema era doble: no sólo el mantenimiento de la planta eléctrica era deficiente, sino la producción era insuficiente. Hoy claramente no es así.
Vamos Horowicz, es cierto que invertir en producción es más oneroso que invertir en mantenimiento, pero en todos los casos se trata de una reducción de los beneficios netos. Y los beneficios son la madre del borrego.
Touché, ese es el punto: cuando se calculan los ingresos adicionales que tendría la empresa por incremento de la venta de energía, y se le descuentan los costos que tal incremento demanda, queda claro que no le conviene hacer la inversión. Los costos son mayores que los ingresos adicionales. Y si hubiera que aumentar la tarifa hasta el punto en que tal cosa no suceda, el precio del kilovatio resultaría prohibitivo. Los que desresponsabilizan a las empresas, como Pinedo, ni siquiera se proponen aumentar la tarifa, saben que no es el camino para resolver el problema, sólo intentan mantener la situación sin cambios, después de todo el verano no es eterno.
Hace cinco años –6 de enero del 2008– Alfredo Zait escribía en el Suplemento Cash de Página 12, que en condiciones similares, con independencia del nivel tarifario, "las compañías piensan que no es rentable, invertir para sostener un sistema eléctrico preparado para esos días de máximas temperaturas, cuando la demanda alcanza picos extraordinarios". Leyó bien, pague usted lo que pague, y se muera quien se muera, las empresas no están dispuestas a invertir para que el sistema de transmisión tolere una demanda que la producción de energía está en condiciones de satisfacer. Por tanto queda claro que los cortes, los de ahora y los de entonces, "no fueron por imprevisión" sino por un "esquema de negocios que tal como está definido no obliga ni alienta a realizar las inversiones necesarias para evitarlos".
Las empresas invierten lo mínimo, sin lo cual el sistema total colapsa, y por tanto cuando la demanda toca su techo, como sucedió el 28 de diciembre, según informó el Ministerio de Planificación con datos que aportara el Sistema Argentino de Interconexión (récord de demanda de potencia para un día sábado, a las 14:10 alcanzó un pico máximo de 21.264 megavatios) el sistema de trasmisión no lo tolera. Dicho en criollo, entre defender la tasa de ganancia empresaria y defender la sobrevivencia de los hombres y mujeres que habitan este sufrido territorio los gerentes no tienen la menor duda. Y en ese punto la regulación estatal no opera. Es decir, deja hacer y sucede lo que hubiera podido ser evitado. Esa es la responsabilidad del gobierno.
Por cierto no se trata de un caso aislado, sino de un modus operandi. Así vienen actuando las empresas y así lo permite el Estado. Basta recordar para citar un solo ejemplo: el caso del transporte ferroviario, donde la muerte de Mariano Ferreyra y el "accidente" de Once impusieron el comienzo de un cambio de política. La imprevisión y la permisividad suelen ser la norma, y sólo cuando la catástrofe impone sus términos otra línea de acción pasa a ser considerada.
El ministro de Planificación, Julio De Vido, dijo el sábado 28 que "la empresa italiana que es la principal accionista de Edesur no tiene actitud ni presencia para resolver el problema", y les pidió entonces a "las empresas argentinas" con acciones en Edesur que "asuman su responsabilidad como argentinos" ante los cortes de energía. "Me refiero al Grupo Caputo, Grupo Escasany, al grupo Miguens Bemberg, a Guillermo Reca y Guillermo Vázquez", puntualizó De Vido y agregó que "no es una crítica, simplemente les estoy pidiendo que tengan la actitud como argentinos con responsabilidad social y que actúen ante la situación que nos genera el clima". No cabe duda que el clima impulsa la demanda energética, pero conviene no ignorar que el cuello de botella esta dado por la política de inversión, y no queda tan claro que la nacionalidad de los inversores haga exactamente a la diferencia. Al menos, en los ferrocarriles la empresa era argentina y su comportamiento resultó idéntico.
Es evidente que las dificultades diarias para existir afectan la percepción política. El modo en que son procesadas induce a groseros equívocos. Si se mide la popularidad presidencial sin mayores precisiones, se corre el riesgo de aplanar estadísticamente el alto impacto que supone vivir 15 días sin luz eléctrica, en el quinto piso de un edificio de departamentos capitalino. No sólo se trata de subir por la escalera, acarrear agua, no tener heladera y por consiguiente sobrevivir sin cocinar o comiendo afuera, además dormir se vuelve una tortura adicional al no poder utilizar siquiera un modesto ventilador en la era del Split. Para no hablar de los problemas de salud que supone vivir sin electricidad para los precisan atención diferencial. Creer que esta experiencia es políticamente neutra requiere un modelo de "ingenuidad" casi inadmisible.
Sin embargo, no faltan los politólogos que opinan que la primera mitad del año 2014 será devorada por el mundial de fútbol, y que si el seleccionado argentino disputa la final, la política seguirá en receso, y si los dioses fueran propicios, y Messi sacara de la galera los goles de la victoria, la situación sería cuasi idílica. No ignoro la relación entre fútbol y política, tampoco ignoro el carácter traumático de la experiencia en curso.
Cualquiera que observe el comportamiento electoral en el Gran Buenos Aires, en las elecciones pasadas, y establezca la correlación entre votantes y zona de influencia del ferrocarril del oeste, comprobará que dirigentes con un alto nivel de implantación territorial, como Martín Sabbatella, hicieron la peor elección en muchos años. Es decir, pagó electoralmente la crisis ferroviaria.
Entonces, creer que este complejísimo problema que impone tratamiento urgente y política de Estado, puede absorberse sin más, no sólo delata un nivel de cuasicinismo muy desagradable, además remite a una gravísima falta de comprensión política.
Una sociedad puede no saber cómo se resuelven los problemas que la aquejan, pero pensar que directamente ignora que pasa, que carece de principio de realidad, bordea la insensatez. No es imposible ser insensato en política, lo que resulta imposible es no pagar las consecuencias por serlo. Sobre todo, cuando la principal carta de triunfo del oficialismo pasaba y pasa por Cristina Fernández, y todos saben que en 2015 Cristina ya no será candidata a nada.