Por Begonia Piña
Para Público.es
Antonio Banderas ha vuelto a San Sebastián con el recuerdo emocionado del Premio Donostia, pero también con la "excitación" de unos años antes (1982), cuando le echaron "casi a patadas" del Hotel María Cristina por haberse metido con catorce personas más en la habitación de Pedro Almodóvar. Ahora regresa como ‘padrino' del segundo largometraje de Gabe Ibáñez, Autómata, ciencia-ficción que aspira a la Concha de Oro y con la que se pregunta por el futuro que le espera a la humanidad, el enfrentamiento de las máquinas con el hombre y la responsabilidad de la paternidad en ese mundo deprimido. El propio Banderas es, además del productor, el protagonista de este ‘thriller', rodado en inglés y donde interpreta a un agente de seguros que descubre más bondad en algunos robots que en ciertos seres humanos.
"Es una película que reflexiona sobre la muerte de una civilización y sobre el comienzo de otra", asegura Banderas, que añade que Autómata se refiere a "la posibilidad de que "las máquinas comiencen a superar al hombre, deprimido por una realidad social muy dura. Anticipa una realidad donde la vida vale muy poco".
Un mundo confuso
Son palabras de un hombre que se define "optimista" y que asegura tener esperanzas en la humanidad, aunque reconoce que "hoy la realidad nos devuelve respuestas muy oscuras. Vivimos en un mundo confuso y violento, en el que los seres humanos, como en la película, no valen nada, son prácticamente basura. Tenemos mucha dureza alrededor y es una dureza que existe cuando vemos a un tío con una camisa naranja arrodillado y otro al lado con un cuchillo... y hay una especia de aceptación incluso por parte de la víctima. Es un mundo de crueldad y violencia brutales. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando".
Melanie Griffith, Dylan McDermott y Robert Forster, entre otros, acompañan al actor en el reparto de esta película, que nació "con un guion que cayó en la mesa de maquillaje de La piel que habitó. Me lo tiró Elena Anaya", recuerda Antonio Banderas, que después encontró la posibilidad de producir el proyecto en la cola del baño de una fiesta en Los Ángeles y que, finalmente, se concretó en Túnez "en medio de la revolución".
"Estábamos rodando allí Oro negro y surgió todo aquello. Yo había llamado a Gabe Ibáñez que llegó a Túnez de los nervios porque yo le había metido en una revolución. Apareció en un coche sin ventanas, porque le habían apedreado los cristales. Aquello fue una metáfora de todo lo que hemos tenido que ir salvando".
Cine independiente
En ese ‘todo', Antonio Banderas se refiere a los múltiples problemas de financiación que ha tenido la película, rodada finalmente en Bulgaria, y en la que "algunos hemos abandonado nuestros sueldos. No hemos cobrado ni yo ni algunos otros actores·, dice e insiste en que ésta es una "película de autor, nada de una superproducción. Es cine independiente, no queremos que nadie vaya a verla pensando que es otra cosa, no queremos engañar a la gente".
Consciente de que a él, después de 23 años en Hollywood, se le abren algunas puertas a las que la mayoría no se puede siquiera acercar, Antonio Banderas, sin embargo, confiesa que ha recuperado con este proyecto "cierto placer en volver a sentir que la necesidad crea estilo. Eso no quiere decir que no crea que son necesarias las ayudas del Gobierno para que el cine español se vea más. Hay que seguir apoyando el cine español".
Cine español que, en este caso, se lanza con la ciencia-ficción, un género poco usual en nuestra pequeña industria, pero del que Gabe Ibáñez es un gran fan. Un admirador que ha recuperado las tres leyes de la robótica de Asimov y la estética de Blade Runner para retratar "la decadencia del ser humano como especie".
"La película -añade el director- crea una metáfora entre las máquinas del futuro y la esclavitud, los robot esclavos de los hombres. Y es que la ciencia-ficción es un género que tiene una enorme para capacidad para hacer desde él interesantes reflexiones filosóficas".