La gran Cumbre de Davos se ha concentrado desde los noventa en la globalización de línea dura y su efecto inmediato: la mercantilización absoluta de todo en la vida.
Por Pepe Escobar
Para Al Jazeera
Miles de millones de personas aplicarían la regla de Groucho Marx a Davos, la reunión del club exclusivo en los Alpes suizos que supuestamente congrega a la elite de los negocios: “No quiero pertenecer a un club que me acepte como miembro”.
Bueno, para comenzar, esos miles de millones de personas no lograrían pasar la barrera de los guardias de seguridad, porque el pomposamente autodefinido Foro Económico Mundial se basa ciertamente en la exclusión. Pero si por intervención divina pudieran pasar la barrera, ¿de qué serviría?
El mantra de la austeridad devasta gran parte de Europa. EE.UU. sigue enzarzado en el remolino del precipicio fiscal. Los japoneses están a punto de desencadenar un tsunami económico, la devaluación del yen a cualquier precio.
Estamos en la segunda recesión.
Por otra parte, el crecimiento se aplica a partes del grupo BRICS de naciones emergentes, y aún más a algunos miembros de N-11 [Nuevos Once] (el mini BRICS que está apareciendo). Ciertamente Indonesia, México, Filipinas, Turquía, Corea del Sur y Vietnam.
Pero entonces aparece en el ferviente ambiente de miseria y desolación occidental el primer ministro británico David Cameron anunciando solemnemente que en 2017 –asumiendo que siga en el poder– celebrará un referéndum en el que Gran Bretaña decidirá sobre su calidad de miembro de la Unión Europea (UE).
Inevitablemente, los negocios de toda Europa reaccionaron casi igual; es malo para los negocios, y no solo del tipo británico. En circunstancias en que la inseguridad tiene ahora una fecha en el calendario, no se puede decir que haya incentivos para que las compañías inviertan.
El precio de la austeridad
La calidad básica de miembro, más el acceso a sesiones privadas en Davos, cuesta la cifra colosal de 245.000 dólares. Y luego vienen las cuentas de hoteles, restaurantes, oportunidades de charlatanería. ¿Cuál es entonces el sentido de gastar el PIB de un país subsahariano en un viaje a los Alpes para un simple festival de chismeo? (Las laderas de Jackson Hole, Wyoming, por ejemplo, son mucho más frescas).
Anticipo de la reunión de Davos de 2013
Esencialmente, es lo que ha estado ocurriendo en el mundo de la segunda recesión. Por una parte tenemos el Mal para los Trabajadores: millones de personas en Occidente han sido arrojadas al infierno del desempleo, o les han congelado los salarios. Por otra parte tenemos el Bien para el Capital: las compañías están más líquidas. Pero el resultado es inseguridad, de nuevo. Esas compañías –teóricamente– más “robustas” no están invirtiendo. ¿Por qué? Porque no hay demanda. Es el “precio” del mantra de la austeridad.
No existe evidencia de que los trajes Zegna de negocios/finanzas/gobiernos estén encarando el drama; después de todo, Davos se ha concentrado desde los años noventa en la globalización de línea dura y su principal efecto: la mercantilización absoluta de todo en la vida.
Para llegar al fondo del asunto, los directores ejecutivos, banqueros y tecno-burócratas de Davos tendrían que emprender una discusión profunda del neoliberalismo de la línea dura (introducir a Davis Harvey ayudaría). Tendrían que lograr que las mafias de la banca global rindan cuentas. Tendrían que condenar la austeridad al tacho de la basura de la historia. Tendrían que decidirse a apostar por un campo mínimo de juego entre el capital y la fuerza de trabajo.
Volvamos a David Cameron para ver que esto no tendrá lugar. Para Cameron, la UE es esencialmente un problema porque su laberinto de reglas urdido en Bruselas no permite que las empresas británicas paguen salarios chinos (es decir “competitivos”) a sus trabajadores ya fuertemente explotados.
Cameron –y la miríada de directores ejecutivos de Davos– no pueden evitar sueños húmedos con el tipo de capitalismo posmoderno de Apple, que se basa en la manufactura en la taiwanesa Foxconn y sus monstruosas fábricas en China pobladas por hordas de chinos del continente que trabajan duro en condiciones “dickensianas”.
Por lo tanto, en esencia, Cameron desea ardientemente el infierno social que engulló a Grecia, España e Italia: conquistas sociales y prestaciones sacrificadas para saciar al Dios del Mercado.
No cabe duda de que esta “unión” europea neoliberal necesita una modificación radical para que comience a representar realmente a la mayoría de sus ciudadanos. Pero la manera de hacerlo es desde el interior, como ya han admitido hasta los pilares europeos Alemania y Francia, e informaron a Cameron.
Por lo tanto el mito número uno se ha desbaratado; la idea de que Gran Bretaña puede chantajear a los europeos y elegir de la Unión solo lo que le gusta. Tan disparatado como el mito número dos; la idea de que la posición de la City de Londres como principal centro financiero/empresarial de Europa crea puestos de trabajo –y crecimiento– en el Reino Unido y en Europa (lo hace pero solo para una ínfima minoría).
Todo es negocio (virtual)
El tema de Davos este año es el Dinamismo Resiliente; como definición de los actuales infortunios del turbo-capitalismo, un niño de cinco años en una favela de Río de Janeiro podría imaginar algo más significativo. Davos es un poni que sabe solo un truquito; “resiliencia” sigue siendo un eufemismo del síndrome de los mercados en continua expansión y la remuneración miserable a los trabajadores o la globalización impulsada por inmensas corporaciones multinacionales.
Al diablo con la “resiliencia”. El nombre del juego es desigualdad. Davos no habla de desigualdad. Como en el cheque del sueldo de Silvio "Bunga Bunga" Berlusconi en el holding Fininvest que es 12.000 –digo doce mil– veces superior al de su trabajador promedio.
Véase este estudio de Berkeley (PDF en inglés) que muestra que la riqueza del 1% de los estadounidenses aumentó en un 11,6% 2010, mientras en el caso del 99% fue solo del 0,2%. Es la base de la democracia del neoliberalismo duro/capitalista liberal que no produjo el estúpido “fin de la historia” sino un nuevo mundo (des)ordenado entrópico, caótico, con océanos de medievalismo que abusan de unas pocas islas de alta tecnología.
Davos podría introducir a Zygmunt Bauman para discutir la forma en que un sector clave de las elites rápidas de la modernidad líquida urdió el crac financiero provocado por Wall Street. Fue solo un negocio (virtual). Pero estuvo lejos de los gobiernos nacionales virtuales que tuvieron que intervenir posteriormente para rescatar a sus bancos.
Y luego tenemos la guerra. Ni un alma ejecutiva en la UE pregunta de qué tipo de “unión” se trata, que guarda silencio perpetuamente sobre la guerra (mientras está en guerra en Afganistán, Siria y ahora Malí). Solo se habla del euro en peligro (o ya no, según las últimas incoherencias de Bruselas). Mientras tanto, Europa da traspiés como en la obra maestra de Pieter Bruegel El ciego guía de ciegos (La parábola de los ciegos) hacia las guerras neocoloniales presentadas como intervencionismo “humanitario” o “antiterrorista”.
¿Dinamismo resiliente? Esa sí que es una buena definición de China. Mientras las elites europeas –y estadounidenses– aumentan su capital de belicismo para enfrentarse al progreso de Pekín en África y Asia, el intervencionismo de China es del tipo empresarial. Construid carreteras, no guerras.
A pesar de todo, sigue existiendo la pregunta que Davos no se atreve a formular, ¿por qué es más fácil imaginar la destrucción de la humanidad –por una guerra nuclear o una catástrofe climática– que encarar el sistema de relaciones engendrado por el capitalismo? No pierda la sintonía para ver la continuación.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times y autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009).
Publicado originalmente en Al Jazeera