OPINIÓN

"¿Por qué se asesinó Nisman?" Una lectura anticapitalista del rol de los servicios de inteligencia

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Alberto Nisman le envió esa imagen al vicepresidente de la DAIA el sábado, horas antes de morir. Foto: Agencia Judía de Noticias
Alberto Nisman le envió esa imagen al vicepresidente de la DAIA el sábado, horas antes de morir. Foto: Agencia Judía de Noticias

 

Por Alejandro Guerrero *
Publicado en Revista El Otro

Podría comprobarse con toda certeza que Alberto Nisman se pegó un tiro en el baño de su departamento del lujoso edificio Le Parc, en Puerto Madero, sin que por eso la “sensación” (para usar un término tan caro al gobierno) de la sociedad modifique su percepción de estar ante un homicidio. En buena parte, esa “sensación” no es del todo falsa. Un armado fraudulento, una guerra entre servicios (en la cual el caso AMIA se entremezcla con narcotráfico y contrabando de armas) en la cual los carpetazos muy a menudo se transforman en plomo caliente, abandonado por la corporación judicial y hasta por Interpol; en fin, demasiadas cosas se habían derrumbado en unas cuantas horas sobre las espaldas de Nisman, que solo podía esperar de su visita al Congreso un vapuleo estridente.

En honor a la brevedad: como señaló (antes de conocerse la muerte de Nisman) el diputado Néstor Pitrola, del PO-Frente de Izquierda, el fiscal se había transformado en el ariete de una cantidad de acusaciones (llenas de fisuras) por cuenta de un sector de los servicios de inteligencia respaldados (ahora se ve que no tanto) por centrales extranjeras de espionaje, enfrentadas con el aparato de espías locales conducido por César Milani, represor de la dictadura, desaparecedor de conscriptos. En ese choque fortísimo, Nisman quedó en el medio, con una cantidad de carpetas que ya no podía sostener. Un balazo del 22, disparado por su propia arma (Nota del editor: luego se aclaró que el arma hallada era de propiedad de un colaborar de Nisman), terminó con un drama que para él había empezado allá por 2004, cuando Néstor Kirchner lo puso al frente de la investigación fraudulenta del caso AMIA y le dijo: “Pibe, Stiuso va a trabajar con vos”. Antonio Stiuso, (a) “Jaime”, (a) “Stiller”, el entonces todopoderoso director de Operaciones de la SIDE, había organizado, por cuenta del Presidente y de acuerdo con denuncias judiciales del ex ministro de Justicia Gustavo Béliz, “una SIDE paralela, una Gestapo”. Ahora, aun jubilado, Stiuso le está costando al gobierno disgustos de marca mayor. El kirchnerismo ya está acostumbrado a verse devorado por sus propias criaturas.

 

Solo veía espaldas

Nisman había tenido reveses importantísimos aunque ahora consiguió una victoria post-mortem.

En su escrito acusatorio, el fiscal había asegurado que el memorando firmado por la Argentina e Irán pedía el retiro de las alertas rojas contra una cantidad de funcionarios iraníes. Nisman, se ve, no tuvo la prudencia de consultar con Interpol, cuyo secretario general, Ronald Noble (ex miembro del Servicio Secreto de los Estados Unidos) lo desmintió, le dijo mentiroso.

Otra más: María Servini de Cubría, subrogante del juez Ariel Lijo (a cargo de la causa por las irregularidades en la investigación del atentado a la AMIA) rechazó el pedido de Nisman para habilitar la feria e investigar desde ya sus acusaciones. Servini dijo que no había pruebas suficientes para hacer tal cosa. Ese fue un mazazo definitivo para Nisman, quien quizá no imaginó que su muerte haría que Lijo retomara anticipadamente su juzgado y habilitara la feria.

Había más. A Nisman también lo dejó solo el juez de la causa, Rodolfo Canicoba Corral, quien dijo que él no ordenó ni tenía conocimiento de las escuchas que obran en poder de Nisman. Canicoba dejó de ordenar escuchas hace ocho años; después de eso, las pinchaduras corrieron por cuenta y cargo de Nisman. En otras palabras: no tienen valor legal.

Por último, en el Congreso le iba a recordar que WikiLeaks publicó documentos clasificados de la embajada norteamericana en Buenos Aires, por los cuales se sabe que Nisman le informaba puntualmente de todos sus pasos al FBI, a veces antes de darlos. No le informaba al juez de la causa, pero sí a un servicio extranjero.

Como se ve, el fiscal llegaba al Congreso en situación de altísima vulnerabilidad. Por eso, tal vez, no quería que su visita al parlamento fuera pública y amenazó con no ir si lo era.

A su modo, Nisman es una víctima del sector de los servicios a los que él obedecía. Durante más de diez años, por orden de Néstor Kirchner, Stiuso fue el dueño de la causa AMIA. Todas las fisuras del armado fraudulento de “Stiller” para acusar a Irán hicieron que ahora todo el edificio se derrumbara encima de Nisman. Conviene recordar que Carlos Menem transformó a la SIDE en el verdadero Ministerio de Justicia, a cargo de manejar todo el vínculo del Poder Ejecutivo con el Poder Judicial. Con la camarilla K, eso empeoró hasta límites que ni Menem había imaginado (“a Cristina se le va la mano”, declaró el ex Presidente días atrás). Acá tienen las consecuencias. En medio de ese entramado, en determinado momento Nisman se quedó solo de toda soledad. Sobrepasado, se asesinó. Si alguien lo indujo a hacerlo, difícilmente se sabrá alguna vez.

 

La guerra de los servicios

Mientras Héctor Icazuriaga fue el director de la Secretaría de Inteligencia (SI, ex SIDE), él y el director de Reunión Interior, Fernando Pocino (protector de Sergio Schoklender, apareció en una foto junto a Hebe de Bonafini en una obra de Sueños Compartidos), mantenían su solitaria e inútil “lealtad” a CFK, aunque desde siempre Pocino mantenía relaciones extramaritales con Sergio Massa. Entretanto, Stiuso y el subjefe de la Secretaría, Francisco Larcher, habían “caído en desgracia en Olivos” según La Nación (14/7/2013). En verdad, era al revés: Olivos había caído en desgracia en el despacho de Stiuso. La interna K golpeaba con fuerza en la interna de la SI, al punto que -según suponían en la Rosada- Pocino se reunía regularmente con Massa. (Puede parecer sorprendente, pero Massa jamás desmintió que una parte de su aparato político se respalda en el espionaje, en los servicios de inteligencia). “Ese hijo de puta nos desinformó durante varios meses”, dijo de Larcher, furioso, un ministro (ídem). Esa fracción de los servicios habría seguido entonces el camino del ex titular de la UIA, José De Mendiguren, y de otros capitalistas y punteros que apoyaron a los K: un cambio de frente, en la perspectiva del relevo político de la camarilla oficial.

Ahora bien ¿Cuándo decidió Stiuso abandonar a CFK, como hicieron tantos otros? Todo indica que el conflicto interno en la SI, que se desarrollaba sordamente desde hacía mucho, estalló con la firma del frustrado memorando con Irán. Stiuso, junto con el fiscal Nisman, fue, como ya se dijo, el demiurgo de la trama que involucraba a los iraníes en el atentado a la Amia. Ese “trabajo” fue hecho sobre la base de informes que le suministraron la CIA y el Mossad, con los cuales Stiuso está vinculado al punto que ya no se sabe bien para qué servicio trabaja.

Conviene recordar que, en su momento, el ex presidente de la DAIA, el estafador Rubén Beraja (preso más tarde por la caída fraudulenta del Banco Mayo), junto con Carlos Menem, alentaron la versión encubridora de las acusaciones contra Irán y la guerrilla de Hezbollah, que nunca operó fuera de los territorios libaneses ocupados por Israel. Era la tesis conveniente para el Pentágono y para el Estado sionista. De inmediato, el Consejo Judío Mundial –rector de los negocios y negociados del sionismo en todo el mundo- exigió que la Argentina rompiera relaciones con Irán. En ese momento, Estados Unidos e Israel preparaban la guerra contra el régimen de los ayatolás.

Los testimonios que intentaron dar probanza a la “pista iraní” no eran más que las declaraciones de un fantasmal “testigo C”, supuesto espía iraní desertor. Sólo sucedía que, según admitieron ellos mismos, el tal “C” había desertado mucho antes del atentado. Sobre esa base raquítica se escribió la novela que Washington, Israel y el Estado argentino quisieron venderle al mundo, y que persistió largamente en el tiempo. Es el armado que CFK decidió dar por concluido cuando firmó el memo con Irán, que fue, a su vez, un producto de la crisis, de la necesidad de abaratar las importaciones de combustibles que ya ahogaban financieramente al gobierno.

Los topos de Stiuso temieron que ese acuerdo con Teherán -e investigaciones posteriores- los obligaran a “revelar sus fuentes”; o sea, sus vínculos con los servicios extranjeros. Entonces empezaron los carpetazos. En principio, mentideros periodísticos aseguran que de las oficinas de Stiuso y Larcher salieron no pocos de los informes sobre Lázaro Báez que explotaron en los tribunales y en la prensa. Y fuentes del gobierno atribuyen a operaciones de Stiuso -de gran influencia en el Poder Judicial- varios de los reveses sufridos por el oficialismo en distintos tribunales. Otra consecuencia de la conversión de la cueva de 25 de Mayo y Rivadavia en el verdadero Ministerio de Justicia.

De ahí que, con la SIDE fuera de control, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, organizó por orden de la Presidenta un nuevo aparato de espionaje integrado por el pequeño sector de la SI que se mantenía alineado con el gobierno; por la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) y por el jefe del Ejército, César Milani -oficial de inteligencia desde su egreso del Colegio Militar y represor que figura en el Nunca Más de la Conadep. Eso fue la llamada “SIDE paralela” que comenzó a funcionar entre finales de 2012 y comienzos de 2013.

Ahora, con el desplazamiento de Stiuso y parte de su camarilla, y el nombramiento de Oscar Parrilli al frente de la Secretaría de Inteligencia, el gobierno trata de poner bajo su control al espionaje. Era de pensar que habían llegado a un acuerdo con “Stiller”, que a cambio de algo habían logrado transformarlo en un jubilado, dedicado tal vez a preparar sus memorias. Ahora se sabe que no fue así: el “carpetazo” de la causa AMIA muestra que el tipo sigue activo. Tal vez ni Stiuso preveía que la pila de carpetas caería sobre la cabeza de Nisman y que el fiscal tiraría el tiro del final (¿o sí lo previó?).

Por supuesto, mientras luchan entre ellos, los servicios de inteligencia operan renovadamente contra el enemigo común de todos ellos: los militantes populares, la izquierda política, las organizaciones sociales, los periodistas molestos. En definitiva, es un paso más en el reforzamiento del estado policial, de infidencias, delaciones y persecuciones que el gobierno pretende instaurar. El desmantelamiento de los servicios de espionaje y represión (que son, además, antros organizadores del delito) es simplemente una utopía bajo el Estado capitalista, que no podría subsistir siquiera un minuto sin un sistema de conspiración contra la ciudadanía. Por eso es fundamental reforzar sin cesar la lucha y la organización popular, para poner fin a los servicios y al Estado que los organiza y encubre.

 

*Militante del PO

 

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