Marta Minujin ofreció una entrevista a la revista Veintitrés después de presentar una de sus obras en la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo en Mar del Plata.
Por Florencia Guerrero
Para Veintitrés
"El museo de arte es un must que Mar del Plata tenía que tener, la va a cambiar”, afirma envuelta en su usual excitación la artista plástica Marta Minujín. Hace instantes mostró a la humanidad su estatua de un lobo marino hecho con papel de alfajores, emplazada frente a la costa de Mar del Plata en el nuevo Museo de Arte Contemporáneo (MAR).
“Acá faltaba un lugar donde la gente pueda ir gratis a ver cosas que estén fuera de la realidad cotidiana –dice la artista–, la gente cambia simplemente por vivir la situación de estar en contacto con el arte.”
“Fui parte de un movimiento que embriagó a todo el mundo. Pocos comprendieron que lo que queríamos era cambiarlo”, recuerda Minujín sobre aquellos tiempos dorados en que la escena de la vanguardia se movió alrededor del reconocido Instituto Di Tella, que antes de ser cerrado por el gobierno militar de Onganía en 1968, anidó la revolución más decisiva de las artes visuales en Argentina.
Fue en esa década en la que una joven mujer comenzó a realizar sus primeras instalaciones y suscribió a las teorías de la “muerte del arte”, rechazando el mercado y los museos con obras efímeras. Fue gracias a esas ideas que llegó a trabar amistad con los artistas John Lennon, Jimi Hendrix y el genial Andy Warhol. “Nosotros pudimos anticipar que la belleza del arte, en cualquiera de sus formas, saldría del límite en que querían ponerlo. Sacamos el arte de su rigidez”.
–¿El arte irrumpe como el lobo marino hecho con papel de alfajor que emplazó en la playa?
–El arte está ahí. El lobo es lo más parecido a la estatua de la libertad hecha con hamburguesas. Cada ciudad tiene un mito y acá era el lobo. Hacerlo con alfajores permite que la gente se coma el mito. He hecho obras increíbles, lo grandioso es que todas estas ideas no se le ocurren a un hombre.
–¿Por qué?
–A la mujer le sale un cuerpo de su cuerpo, y tiene más intuición y sensibilidad. Nosotras logramos liberarnos de las ataduras históricas y ahora hacemos todo, con una visión que va más allá. Cuando a los 20 años llegué a Nueva York no me querían exponer nada, menos siendo sudamericana. Eso ya no pasa.
–¿Qué estrategias usó para imponerse en un mundo donde mandaban los hombres?
–Inventé vestirme con overol para que los críticos de arte no intentaran levantarme. Yo no quise mostrar las piernas para exponer. Ahora hay muchas que intentan seducir con su cuerpo, para mí es más atractiva la inteligencia. El género femenino no se agota entre las lindas y las que tienen hijos. Y ojo que yo tengo el mismo marido, hijos y nietos.
–¿Fue difícil sostener una familia con su ritmo de vida?
–No tanto. El secreto es separar, mi marido es economista así que no tenemos los mismos amigos porque nos aburrimos con la gente del círculo del otro.
–Su hijo Facundo trabaja para el JP Morgan, ¿qué opina de aquella obra en la que usted pagaba la deuda externa a Andy Warhol con maíz?
– No lo sé, supongo que le gustará porque es arte. Facundo es banquero, pero también se dedica al arte, por eso nos entendemos. Además, yo prefiero no meterme en sus cosas de bancos porque no entiendo nada. Igualmente nadie podrá heredar mi talento porque soy única.
–¿Y cómo va a trascender el arte sin gente que pueda continuarlo?
–Al arte sólo lo salvará trascender como Pop. Los jóvenes están muy influenciados por lo que hicimos nosotros, les falta identidad.
–¿Qué cosas la hacen feliz?
–Si para cualquiera es difícil ser feliz, para un artista mucho más. Por ejemplo, Warhol no era feliz. Y la verdad es que ningún artista lo es. No conozco colegas que puedan decir “soy feliz” porque siempre terminamos superados por esta angustia existencial que nos desborda.
–¿Cómo fue su relación con Warhol?
–Después de tres años de vivir en París, regresé a Buenos Aires y se me ocurrió hacer unos happenings que eran tan locos que terminaron saliendo en The New York Times. Él me conocía por eso, así que cuando aparecí en Nueva York, le llevé una obra enorme a Leo Castelli y me consiguió una muestra en una galería a la que invitaron a Andy. Fue en 1966, un año muy importante para mí porque pensó que yo era un fenómeno, y eso le fascinaba, así que se convirtió en mi amigo.
–¿Cómo lo recuerda?
–Andy fue una de las personas más generosas que conocí. Era de esas personas que cada vez que íbamos a comer pagaba la cuenta de todo el mundo.
–En Europa son un clásico y la de San Pablo mejora cada año. ¿Por qué no hay en Argentina una Bienal de Arte?
–Porque los grandes coleccionistas de arte se murieron y la gente joven ya no se interesa. No hay grandes coleccionistas que apoyen a los artistas. En los ’60 había más interés, ahora las pavadas de la televisión comen todo y nivelan para abajo. No aceptaría que me digan que (Marcelo) Tinelli es Pop.
–¿Qué piensa cuando la catalogan como la mejor en lo que hace?
–Desde muy chica yo supe que era una genia, después decidí que esa genialidad la aplicaría en el arte. Me anotaba en todos los cursos de arte que hubiese y siempre era la mejor. Lo que pasa es que yo quería hacer vanguardia y la academia sólo estropea mi búsqueda. Me cansaba de ganar concursos, así que en cuanto pude me independicé, gané una beca, viajé a Europa y trabajé con los más grandes. Lo mío era la vanguardia, la historia me dio la razón.
–Cuando crea una obra de arte, ¿piensa en agradar a los demás?
–La palabra no es agradar, pero sí, todo lo que hago está destinado a los demás. Algunas obras mías han generado emociones colectivas profundas, y acción. El arte siempre genera movimiento, lo cual te obliga a moverte a vos como artista, porque nunca sabes qué va a dispararles a las personas lo que haces.
–¿No extraña los dorados ’60?
–No, aunque aquella época fue más divertida. Siempre digo que el mundo cambió mucho, hay que aceptarlo y adaptarse. Ahora estoy preocupada por cumplir mis deseos, por dar vida a mis sueños, no me queda mucho tiempo.
–¿Qué piensa cuando lee malas críticas?
–Cada vez me pasa menos, pero en general no las escucho. Siempre pensé que lo que hago es genial y eso me llevó a ser lo que soy. Nunca me importaron las convenciones sociales.
–Pero el arte también implica reglas de mercado. ¿Nunca le preocupó quedar fuera?
–No. Muchísimas obras que hago son totalmente invendibles, quiero decir que no entran en el mercado del arte. Las hago y no gano un centavo, y hasta pierdo plata, pero no me importa. A veces la fama representa la posibilidad de que te regalen cosas, pero no soy como otros artistas plásticos que se ponen felices si venden, al contrario. Algunas obras mías no tienen valor comercial y otras salen 30 mil pesos. Así es el arte.
–¿Para hacer arte hay que tener plata?
–No, ahora hay miles de posibilidades de crear sin necesidad de fondos. Hay muchas galerías que aumentan las posibilidades y el interés de las personas que compran arte. Antes no vendíamos nada, hoy los artistas más jóvenes venden carísimo. Yo fui pobrísima, viví tres años sin agua y sin calefacción. Esa bohemia ya no existe más, es una pena.
–¿En esos momentos de pobreza pensó en dejar todo?
–No podría dejar lo que soy, me hubiera muerto inmediatamente. Yo soy artista, expresar desde el arte es lo único que sé hacer.
–Alguna vez dijo sentirse inspirada por sus amigos Lennon y Hendrix, ¿Hoy quién le resulta de inspiración?
–Marta Minujín, nadie más consigue inspirarme.