Imaginar el poscapitalismo

El sistema debe cambiar, o es barbarie

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Tiempo estimado de lectura: 11 minutos

Por Luca Dobry 
Para CTXT.es

Bueno, está claro que el mundo se va al carajo. Que el virus ha demostrado que capitalismo = muerte o, al menos, = nihilismo temerario envuelto en capas de cinismo insoportable. Que no queda defensa posible de que la vida como la teníamos montada pre-virus fuese la mejor posible, en términos absolutos. Que el sistema (qué palabro) debe cambiar, o es barbarie. Aunque me decía una amiga el otro día que ella no ve tan claro que toda persona en plena o media capacidad cognitiva prefigure ideas de este tipo en relación a la situación-virus. Que quizá muchos quieren volver a la normalidad sin más, seguir con su vida. Le dije que quizá tenía razón, que seguramente tenía razón, pero la intuición, fuente poco científica pero valiosa, me dice otra cosa. Una encuesta de YouGov en Reino Unido encontró que el 91% de los encuestados no quería que las cosas volvieran a ser tal cual como antes. En Reddit acabo de leer el siguiente comentario sobre esta noticia: “It's like getting woken up from the matrix”. El New York Times está a tope con el tema deep system-change

El Zeitgeist es así: quiere imaginar vidas radicalmente distintas, porque la que conocemos se ha demostrado disfuncional. La clase política va por otro lado, claro. Nada ahí, ¡pantomima! La tele española… qué espanto. El nivel de la discusión en lo que respecta a miradas generales, reflexivas, es lamentable. He puesto las noticias de La Sexta un par de veces: parecen clips pedagógicos para niños y ancianos. Sed buenos, quedaos en casa. ¡Chhht!

La peña Sopa de Wuhan ha hecho su trabajo (¿Sabéis a lo que me refiero? Ese pdf con el all-star team de la teoría crítica que ha rulado por whatsapp), pero ahora que sus argumentos dejan de ser locamente provocativos para el status quo, parecen estar algo desarmados. Años de literatura intentando convencernos de que capitalismo = mal, mal todo (mal la economía, mal el arte, mal la poesía, mal el sexo, mal el género, mal la racialización, mal la desterritorialización), y ahora que está claro, pues, ¿qué proponéis? Nos falta eso.

La manera de hacer conquistas duraderas es formular una premisa clara y cultivarla, hasta que sea tomada como irrefutable, y la sociedad la termine adaptando

Sí, el mundo todo mal. Pero también el mundo maleable. Hay poderes muy gordos, pero ¿no vemos que al final los que ocupan esos puestos son tan miserables como nosotros? Es decir: son tan poco o mucho menos brillantes que nosotros, protegidos por edificios de costumbrismo y poder, que al final son eso: etéreos, puro aire. Son hombres blancos, mayores y algo verdes*, más bien torpes, que no lo sueltan. Pero se les puede sacar. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca acabó ganando la alcaldía de la capital catalana, so to speak. El desahuciado le ganó a La Caixa. Que luego bueno, democracia representativa es trampa y todo lo pudre, sí. Pero se aprende. Premisa = acción = victoria. Esa victoria fue producto de un momento, de una clarividencia social. Y aún en contra del aparato banquero-corporativo-mediático se habían cultivado algunas ideas que habían calado. Esta era muy clara: los bancos y sus juntas directivas de hombres blancos, mayores y algo verdes la liaron parda, hundieron el país, se despidieron enjugándose el sudor con el cheque-adéu de varios millones de euros públicos, mientras seguían pidiendo a la policía que echara, con toda violencia necesaria, a las familias deudoras de sus hogares primarios. Miles y miles cada día. Miles y miles. Suicidios, no aparecen en prensa. Pero la PAH ganó las elecciones en Madrid, Barcelona y Valencia. Queríamos algo muy básico: no echéis a la peña de su casa para luego malvenderla en masa a fondos buitre de vete a saber dónde, o para cambiarlos por turistas depredadores de todo lo que vive más de dos días. Y un poco ganamos ¿eh? Pero no ha sido hasta ahora (interesante, ¿no?), hasta este momento, que por fin ha quedado claro: no desahucios por impago (la virgencita, que se mantenga).

Pero me he desviado mucho. Venía a decir. Hoy de nuevo necesitamos proposiciones positivas. Y para encontrarlas nos faltan ideas, nos falta imaginación. La manera de hacer conquistas duraderas es formular una premisa clara, como un verso de significado inconfundible, y cultivarla, hasta que sea tomada como irrefutable, y la sociedad la termine adaptando (normalmente en detrimento del extremo privilegio, claro). Cosas como; las mujeres deben poder votar o no es democraciasi no todo el mundo puede ir a la universidad no hay igualdad; si enfermo, o me quedo embarazada, y no puedo trabajar, no debería ser abandonada a mi suerte. Y así, se van erigiendo edificios de civiltà.

Dado el contexto antropoceno, internet y la entropía del capitalismo obsoleto, ¿qué soñamos ahora? Me da la sensación de que estamos soñando poco, y ahora mismo es casi un deber. Porque ponte que viene una crisis económica vastísima, que podría ser. ¿Vamos a esperar sentados, mientras nuestras condiciones de vida se precarizan aún más, a que el sistema nos devuelva los trabajos que hemos perdido? ¿Verdad que no? Yo no me lo puedo imaginar, la verdad. Algo tiene que pasar. Pero… ¿qué?

En la esfera memética absurda abunda una lectura: reconexión consigo mismo, y después con la Tierra, en cierto grado. Self-care por un tubo. Y la naturaleza se está curando. Están muy bien ambas cosas, las comparto. Pero en última instancia no formulan nada. El mainstream está en esas, demasiado atrapados en el matrix. Algo aprecian, pero a ellos les ha funcionado hasta ahora, pues ¿qué tipo de realidades radicalmente distintas podrían imaginar, en las que su identidad (proyectada) actual se mantuviera intacta? Luego hay esta segunda capa, diciéndolo ya como un mantra: el capitalismo está roto. En el sarcasmo memético también abunda la retórica commie: “Debido a la menor polución del cielo, el espectro del comunismo puede verse asolando a Europa”. En esta estamos muchos, yo creo. Pero claro, es una posición algo frustrante, porque te dices: capitalismo obsoleto… ¿qué lo sustituye? Y ese es el quid de la cuestión: de alguna manera, está la hoja en blanco. En el vacío que deja un sistema económico que ha permeado casi hasta la última frontera de tus moléculas, ¿qué se erige?

Hasta ahora la modernidad ha sido capaz de producir una grandilocuente alternativa: acabó fallando, por varias razones. Claro que comunismo leninista no. El afecto comunista es por provocar. Proclamar afectos comunistas es decir: hubo un momento en que la humanidad creyó en la posibilidad de vivir compartiendo y no compitiendo, y seguimos creyendo que vale la pena articular mundos alrededor de esa idea. Ostia, que Jorge Javier Vázquez está diciendo que “este es un programa de rojos y maricones”: ¡Hasta el Sálvame Deluxe es queer y comunista! Y apostilló: “Y el que no quiera verlo que no lo vea”. El ex-CEO de Microsoft también. No es broma. Podría convertirse en el nuevo lema: salvémonos- exijo estar deluxe y no en la mierda.

Ojo que no digo que la posibilidad de erigir formas radicalmente distintas de vida sea inmediata y aguarde una conquista fácil, por el simple ímpetu de ella. Sino que sin sueños no hay dirección. Cuando uno no conoce sus sueños, es lo primero que busca, ¿no? ¿Cómo es tu mundo ideal? O siendo menos pretenciosos: con las evidencias que observas, ¿qué se te ocurre que se podría hacer mejor? Háblalo, dale vueltas, piensa en maneras de realizarlo. Empezaremos a coincidir en cosas, a hacer increíbles descubrimientos no de IA sino de IC (inteligencia colectiva≠ inteligencia artificial). Estoy seguro, vendrá esta ola de creatividad.

Hace poco he descubierto a este antropólogo anarquista, David Graeber, al que echaron de Yale por radical, y ahora ejerce en la London School of Economics. Como buen anarquista, cree en la acción directa, más que en la delegación política de las voluntades populares. Le gusta decir: “Si a una región le falta agua y necesita un pozo y la autoridad local no puede o no quiere construirlo, vas y lo construyes tú, y ya veremos si intentan pararte”. Es un razonamiento que parece un poco simplista pero es eficaz. Pero me interesan sobre todo otras dos cosas que dice. Bueno dice varias pero aquí quería traer dos. Una es la que expone en su último libro: Bullshit Jobs. La teoría es esta: el capitalismo tardío, lejos de lograr automatizar la producción como se había previsto que tenía que pasar hace ya muchos años, para que todos trabajáramos menos y pudiéramos dedicarnos a perseguir nuestros propios proyectos, placeres, visiones e ideas, ha creado un ejército de trabajos superfluos, inútiles o directamente improductivos, para poder seguir apoyando su narrativa emocional en la escasez y la supuesta meritocracia: el trabajo determina tu valor como miembro de la sociedad. Pero en realidad, “grandes cantidades de gente, en Norte América y Europa especialmente, se pasan su vida laboral entera realizando tareas que secretamente creen que no necesitan ser realizadas. El daño moral y espiritual que se deriva de esta situación es profundo: es una cicatriz que rasga nuestra alma colectiva. Y sin embargo, nadie habla de ello”. Más allá de los trabajos puramente productivos, como los del operario de fábrica, el basurero, la enfermera o el mecánico, un ejército entero de CEOs, managers de capital privado, lobbistas, RRPPs, servicios financieros, consultores de varios tipos, etc., aportan muy poco a lo que es la necesidad social de producir y redistribuir bienes necesarios o incluso accesorios para la vida colectiva (en este sentido, incluso un poeta aporta más que un abogado corporativo).

¿No te pasa, que piensas que el tuyo es en cierta medida un bullshit job? A mí me pasa a menudo. Déjame explicar: no digo que piense necesariamente que mi trabajo sea inútil ni que el tuyo lo sea, sino que a veces pienso en que no veo una relación clara entre el hecho de tener tantas comodidades vitales—una casa, agua corriente, calefacción, electrodomésticos de todo tipo, ropa para elegir estilo según mi humor, aviones en los que puedo viajar y portátiles sobre los que puedo trabajar—y el producto directo de mi trabajo. Es decir: ¿qué hago yo, que sea tan valioso como para merecer como retribución todas estas comodidades? Lo cierto es que este tipo de racionamiento pertenece a una lógica capitalista arcaica (o sea de manual de economía neoclásica): ‘recibo tanto como aporto a la sociedad, mediante un preciso sistema de precios, que adjudica a toda actividad su justa retribución económica’. Pero la realidad es que tengo todas estas comodidades porque los avances tecnológicos y sociales que hemos logrado lo permiten: hemos logrado erigir un sistema de bienestar en el que se da por sentado (a pesar que en los últimos veinte años esto se está poniendo en tela de juicio) que todo el mundo merece ser tratado en un hospital si enferma, o que podamos ir a la universidad aun sin recursos económicos, o que no nos puedan cortar el suministro de agua. También hemos desarrollado cosas como antibióticos y smartphones de manera tal que ya son súper baratos de producir y todos los podemos tener (sí, la cadena productiva del smartphone es infernal, desde la extracción del litio hasta las fábricas de Foxconn, pero lo que digo es: la tecnología existe y es barata, el problema son las prácticas capitalistas de acumulación y explotación que intervienen en su ciclo productivo). No se debe a mi aportación concreta, sino que en tanto que miembro de la sociedad, disfruto de las comodidades que colectivamente hemos sabido crear.

¿Y no apreciáis esta cosa de que hoy en día, en el contexto cosmopolita—donde se da la mayor concentración de comodidades—hay este feeling de que el objetivo es lograr un ‘trabajo’ que poco tenga que ver con la producción real de los sustentos vitales? Todos (bueno, muchos, al menos en mi entorno) aspiramos ser reconocidos en última instancia como creative directors. O sea, artistas. Entes preocupados por la producción de belleza y no de materia. Es decir, ya vivimos mentalmente en este mindset de que todo está dado, y que el estadio último de la felicidad humana es poder simplemente crear, libremente. Es esto el postcapitalismo: que los avances técnicos ya deberían poder permitir que una mayor parte de la sociedad se dedique solo a hacer lo que le haga  más feliz, porque no tenemos que estar todos haciendo tareas directamente útiles para el sustento material/esencial de nuestras vidas. Y ojo, porque es importante tener en cuenta que la grandísima mayoría de estos avances que mencionaba no se dieron por la motivación de una investigadora de hacerse rica con una patente: no, se dieron porque a la o las personas involucradas en este u otro descubrimiento les hacía feliz precisamente eso, encontraban la gran alineación de sus chakras vitales descubriendo la penicilina o el microprocesador o las placas fotovoltaicas. Porque se habían generado las condiciones para que estas personas pudieran hacer su propio arte (y en muchos casos, contrario a lo que la retórica imperante sobre las maravillas del capitalismo y sus avances técnicos consideran, estas condiciones fueron creadas por subvenciones públicas y no por inversiones privadas de motivación for profit).

Y aquí llego a la segunda reflexión interesante que hace Graeber. Según lo ve él, su generación (boomer) es una de sueños frustrados. A principios de siglo XX ya se creía que para finales de ese siglo se habría automatizado tanto todo, que casi nadie tendría que trabajar, o trabajar muy poco. Pero no solo eso, sino que en los sesenta, los setenta y los ochenta, las proyecciones oníricas sobre la técnica y la colectividad eran grandiosas: la colonización de Marte, los monorraíles autónomos, los aviones a la velocidad del sonido, la energía limpia, los robots humanoides y sensibles producidos en masa, etc. Pero nada de eso ha pasado. Ninguna de esas cosas que le enseñaron a soñar a esa generación se han producido. En cambio, cada vez más los objetivos de la ilustración (de la ingeniería, de la medicina, de la matemática, de la intelectualidad en general) se han puesto, no al servicio de avances para el bien de la humanidad, tomada en su totalidad, sino de la declaración trimestral de beneficios de las corporaciones para las que toda esta gente trabaja –se ve por ejemplo en la universidad, que ya no es un lugar de culto del conocimiento por el conocimiento, sino que es ahora el campo de entrenamiento para la mejor y más óptima adaptación de los pupilos al mercado laboral.  La entropía del capitalismo es esto: el mundo está organizado de acuerdo a una visión obtusa, y es que la única forma de administrar las cosas de la vida son los precios, algo que es falso, pues sabemos por la propia experiencia cuánto hacemos no-por-dinero. Me gusta esta reflexión de Graeber sobre los sueños frustrados del sci-fi setentero porque me hace pensar en lo siguiente: se puede y se debe soñar ambiciosamente, porque el simple hecho de excitarnos por el futuro nos va a hacer querer moldearlo en las direcciones que más nos gusten. A toda nueva realidad precede una proyección de esta.

La revolución rusa empezó porque se morían de hambre y de frío pero también porque un sueño colectivista y de futuros fantásticos les ardía dentro –y malas praxis aparte, acabaron enviando un cohete a la luna. Sí, empecemos porque no echen a la gente de sus casas para dárselas a lucrar al hijo de Aznar y Botella, exijamos ya mismo la regularización de toda persona migrante que resida y trabaje ahora mismo en la península, bloqueemos el salario de todo el personal sanitario y de limpieza a niveles pre-crisis y exijamos para ellos contratos laborales fijos y seguros. Pero en el camino, vayamos soñando. Propongo: ¿y si exigiéramos que un tercio del gasto militar anual en España pasara a dedicarse a I+D? Imagínate la de cosas maravillosas que podríamos desarrollar con eso. ¿Y si exigiéramos una revisión retroactiva del expolio de Iberdrola y Repsol en los hogares españoles y en todo el mundo, y les hiciéramos ayudar a pagar el desarrollo de la transición energética, para luego declarar la energía un bien común y municipalizarla? ¿Y si legisláramos la imposibilidad de que un directivo cobre más de diez veces el salario del peor pagado de sus empleados? ¿Y si un trabajador de cualquier empresa fuera convertido directamente en accionista de esta, cobrando por dividendo y no por salario? Imagínate el Glovo rider que empezara con ellos en 2016 y ahora fuera dueño de un 1% de sus acciones. O lo mismo con Cabify, no sé. ¿Y si sentenciáramos que no está permitida la ultra-especulación sobre la vivienda primaria o el local comercial, fijando un límite del margen de beneficio que un inversor o propietario pueda obtener de esta actividad? ¿Y si el indicador de la salud de nuestra economía estuviera ligado no al PIB sino a la calidad del aire, a la (des)igualdad de la renta per cápita, y al número de homicidios machistas?

Por todo esto, insisto, hacen falta nuevos sueños descabelladamente ambiciosos. Pidamos la luna, literalmente. No está dicho que con un 50% de ‘desempleo’ tuviera que quebrar el funcionamiento básico de la sociedad. No está dicho que no podamos generar nuevas y excitantes tecnologías que permitan una transición hacia un modelo productivo verde que no signifique desescalaje de las comodidades sino incluso mejora y mayor abundancia de estas. No está dicho que necesitemos un estado-nación para coordinar todo esto. Hasta ahora la mayor baza argumental de los defensores del sistema ha sido esta: ¿si no es capitalismo, entonces qué? No existe otro sistema mejor, y si lo hay dímelo tú. Pues joder, vamos a pensar en cómo responder a esta interjección. Tiene que haber mil maneras e ideas locas y sexys que se nos ocurran para redibujar nuestro mundo, y ahora es un deber, repito. Se va la economía al carajo y se va el clima al carajo: es un imperativo. A pensar, a sentir y a hacer realidades de nuestros sueños.

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*  Una nota: sí, hay mujeres poderosas en consejos de administración. Y no ser un hombre blanco mayor no significa por supuesto que te descalifiques como miembro de la casta privilegiada neoliberal, como tampoco pasa a la inversa: ser hombre blanco mayor no te convierte automáticamente en opresor y defensor de la desigualdad. Hay mujeres (aunque no tanto negros y jóvenes) en la Comisión Europea y en el BCE o el FMI, claro. Pero la norma sigue siendo esta: hombres blancos mayores, y algo verdes. Es un edificio del patriarcado muy claro. Y mientras esta homogeneidad se mantenga, difícilmente habrá cambios. ¿O no estamos cansados de ver el mismo tipo de rostros y apariencias en estos aparatos del poder profundo? ¿Qué hay de esta movida de que los países liderados por mujeres les ha ido mucho mejor en la crisis del corona? Interesante, ¿no?

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