José Luis García, el director de fotografía y documentalista autor de aquel excelente trabajo titulado "Cándido López, los campos de batalla", acerca del pintor bonaerense que retrató la Guerra de la Triple Alianza, vuelve a la carga esta vez con "La chica del sur".
El filme comienza con un no planeado recorrido por Corea en 1989, poco después de la masacre de Tiananmen, y unos meses antes de la estruendosa caída del Muro de Berlín, cuando García viajó a un festival internacional dedicado a la juventud organizado por el Partido Comunista sin proponérselo.
Su hermano, que sí militaba en la izquierda, por razones de fuerza mayor le cedió el pasaje que había comprado por 500 dólares y así García marchó con rumbo a un país que le resultaba un enigma, y comenzó una aventura que duraría más de dos décadas.
El encuentro, financiado por la Unión Soviética, reunió a militantes (incluso locales ligados por entonces al PC, como el ahora ministro de Cultura macrista, Hernán Lombardi, a quien se ve en el filme); el cineasta fue un observador privilegiado de todo lo que ocurría en esos tiempos agitados y tomó registros con una cámara de Súper VHS.
En aquel momento comenzaba lo que daría en llamarse "fin de las ideologías", que generó un cambio de paradigmas con un personaje clave, la casi adolescente Im Su-kyong, que no es casual se popularizó como "la flor de la reunificación".
En su primer viaje, García quedo embelesado con la fuerza juvenil e ideológica de esta mujer convencida que de que nada podía impedir, en esa coyuntura, la reunificación de una y otra Corea, si cediera la hegemonía norteamericana en la del sur, la que veía a la militante como una pieza peligrosa para sus intereses.
Una vez terminado aquel viaje iniciático del cineasta, se da un impasse en su vida, con un matrimonio y una separación, confiesa, siempre con aquellos videos acerca de Corea y de Im Su-kyong en la mochila, esperando un posible encuentro para comprobar si tanto embeleso tenía alguna justificación no pensada.
Y veinte años después se concreta el viaje junto con un amigo coreano argentino, tras un intercambio de correos electrónicos en los que la mujer acepta a regañadientes la propuesta de participar como protagonista de un documental. En 2009 García marcha rumbo a Corea, con la cámara y nuevas expectativas.
Y en esta etapa, con una presencia diferente de Im Su-kyong, más escéptica, más temerosa pero igual de concreta, enseñando acerca de medios de comunicación y su papel dentro de las estructuras de poder, García mismo se desilusiona.
Im Su-kyong también vivió su historia durante todos estos años, se casó y hasta tuvo un hijo, muerto de niño en un accidente, al que ella recuerda permanentemente, entre otras disquisiciones que terminan enfrentándola con el argentino.
"La chica del sur" es un excelente ejercicio acerca de las ilusiones y las desilusiones, la ilusión política y la pérdida de las expectativas, de la ilusión de lo pasional y la desilusión que conlleva el paso del tiempo, la ilusión de una chica que tiene una meta y, finalmente, no la consigue.
Es indudable que la estructura del relato, y en los mismos textos leídos por García, la presencia de Jorge Goldenberg es clave: invitan a reflexionar, permiten pasear por una historia que le pertenece al cineasta, y terminan envolviendo al público porque tienen una particular magia.
"La chica del sur", como su anterior ejercicio acerca del pintor que captó la esencia de la guerra en sus obras, tiene un singular encanto porque puede superponer dos historias personales a la historia misma de un lugar y del mundo, como si lo pequeño se uniera así, de golpe, a lo inmenso.
Por segunda vez García confirma su talento puesto al servicio de documentales diferentes, cuyo ángulo de observación tiene importancia fundamental en el relato y donde hay un discurrir que está relacionado directamente con los personajes, con las ilusiones y las desilusiones, y el discurrir del tiempo.